Tras casi cuatro semanas de competencia se conocieron los finalistas de la 20ª Copa del Mundo; ésta será la primera vez en que dos equipos se enfrenten por tercera vez en una final: Alemania y Argentina ya se habían encontrado en 1986 (victoria argentina, en México) y en 1990 (triunfo alemán, en Italia).
Por Carlos Alfredo Barrionuevo – [email protected]
El ganador se llevará de forma definitiva la valiosa copa a sus vitrinas, pues está previsto que el país que la gane en tres oportunidades –consecutivas o alternadas- se quede con ella para siempre, detalle que le confiere un atractivo adicional a la final.
Perpectivas
Alemania surge como favorito luego de su histórica goleada contra el dueño de casa, Brasil, por 7 a 1. Ese partido –insólito y atípico- no hizo más que resaltar las virtudes de su juego: disciplina bien entendida, entrega física, constancia. Desde que volvió a los mundiales, en 1954, hasta hoy, Alemania se mantiene fiel a esa línea, sin importarle si el partido va 5-0 ó 0-5. Esa consciencia de su identidad le valió llegar, en 16 mundiales disputados a partir de 1954 –cuando volvió a competir libre de las garras del nazismo-, a ocho finales –de las que ganó cuatro- y a cuatro partidos por el tercer puesto –de los cuales venció tres-.
Brasil, por su parte, parece haber perdido su identidad hace varios mundiales, más allá de buenos resultados ocasionales. Exitismo, así como una disciplina y un sentido de la “garra” mal entendidos, llevaron a la “verdeamarela” a desprenderse del “jogo bonito” y –a veces- hasta del fair play. Cabe esperar, por el bien del fútbol mundial, que el durísimo golpe del martes haga recapacitar a los directivos brasileños.
Por su parte, Argentina fue de menor a mayor en esta copa, a contramano de Holanda. Las pobres actuaciones en la fase de grupo tuvieron un efecto autocrítico positivo. El equipo dejó de ser “messidependiente” y comenzó a funcionar, especialmente en los juegos ante Bélgica y el clásico rival de ésta, Holanda.
El partido de ayer se asemejó a una partida de ajedrez en la que los jugadores cambian sus piezas más poderosas –las damas- en las primeras jugadas. Eso hicieron Sabella y Van Gaal: el primero anuló a Robben y el segundo, a Messi. De esa forma, la partida perdió en agudeza táctica –ninguno de los dos daría jaque mate en las primeras jugadas, tal como lo había hecho el martes Alemania contra Brasil-. En la segunda etapa del tiempo extra, Van Gaal sintió que podía ganar e hizo entrar a Huntelaar; tal vez haya lamentado no haber reservado ese cambio para poner en la cancha al gigante atajapenales Krul, que garantizó el pasaje naranja a semifinales ante Costa Rica.
Argentina jugó con enorme concentración y férrea disciplina; el empate fue un resultado más que justo, más allá de lo irrelevante que resulta la justicia en estos casos. Esa disciplina y esa concentración parecen indicar que Argentina encontró el rumbo en esta copa; después tendrá tiempo para dedicarse a buscar su identidad.
Así las cosas, los factores citados, además del día extra de descanso y del escaso desgaste ante Brasil –por momentos el partido se asemejó a un entrenamiento, en el que los jugadores brasileños oficiaban de conos-, parecen favorecer a Alemania. Sin embargo, la esperanza de los jugadores argentinos se mantienen intactas, así como su valla en los últimos tres partidos.
Parecen estar disfrutando el Mundial, más allá de las arduas batallas. Muy diferente que los players brasileños, quienes el domingo faltarán a la cita.