En nuestros recurrentes paseos por los episodios que marcaron a fuego la Guerra Fría no hemos atendido debidamente a líderes de la talla de Charles de Gaulle o Mao Tse-Tung quienes, con sus reclamos, muchas veces alteraron los planes de las potencias hegemónicas, tornando imprescindible su consulta.
Hacia principios de los años 50 del siglo pasado, China era, para muchos, un territorio desconocido. Sabían apenas que se trataba de uno de los países más extensos y más poblados del mundo. Los más avispados, amigos de contar como ciertas versiones nunca probadas, repetían –como cierta- una advertencia de Napoleón sobre el “peligro amarillo”: si todos los chinos, al mismo tiempo, patearan sobre la corteza terrestre, se produciría un cataclismo de tal magnitud que toda la civilización dejaría de ser.
Diez años después la percepción era diferente. Representa una potencia emergente que, pese a los graves problemas económicos que le aquejan, disputaba el liderazgo del mundo comunista a la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) y se proyectaba ante el resto de la humanidad como una potencia revolucionaria que había ingresado -en 1964- al exclusivo club que integraban las poseedoras de la bomba atómica. Pertenencia que reafirmó cuando, tres años después, hizo estallar una bomba de hidrógeno que alarmó a India, Japón, Estados Unidos, Gran Bretaña, Francia y la Unión Soviética, que movilizó un fortísimo contingente militar a las fronteras comunes e invadió Mongolia.
Las estrategias políticas de Moscú y Pekín eran diametralmente distintas. Mientras el Kremlin creía en la coexistencia pacífica, Mao levantaba los gallardetes de la ortodoxia marxista, aseverando que la guerra es el único camino posible para derrotar al capitalismo e instaurar el socialismo.
Antes de continuar es menester anotar algunos datos esenciales. Mao Tse-Tung, el 1º de octubre de 1949, proclama la República Popular China ante una multitud vociferante que colmaba la inmensa Plaza de Tian’anmen, lugar de encuentro de los chinos con su historia. Fue la culminación de más de dos décadas de combates dirigidos por el Partido Comunista y la movilización de millones de combatientes.
El discurso fue vibrante: “En algo más de tres años, el heroico Ejército Popular de Liberación de China -dijo-, un ejército como pocos en el mundo, ha desbaratado todas las ofensivas del ejército de varios millones de soldados del reaccionario gobierno kuomintanista, apoyado por los Estados Unidos, y ha pasado a la contraofensiva y a la ofensiva. En la actualidad, los ejércitos de campaña del Ejército Popular de Liberación, formados por varios millones de hombres, han avanzado hasta lugares próximos a Taiwán, Kuangtung, Kuangsí, Kuichou, Sechuán y Sinchiang, y la gran mayoría del pueblo chino ha logrado su liberación. En poco más de tres años, todo el pueblo, estrechando sus filas y apoyando al Ejército Popular de Liberación, ha luchado contra el enemigo y conquistado la victoria básica. Sobre esta base se celebra la presente Conferencia Consultiva Política del Pueblo Chino. Fue la culminación de dos décadas de lucha dirigida por el Partido Comunista (…) Proclamo la República Popular China como vanguardia de la paz en Asia (…) Que lo sepan los reaccionarios del exterior y del interior.”
Con la ayuda de la URSS, Mao comenzó a remodelar la economía agrícola y pastoril de su país, intentando una rápida industrialización. La realidad y el hambre le exigieron celeridad. Ideó el plan que denominó “Gran Salto Adelante 1958-1959”, para integrar la industria y el campo, en un esfuerzo descomunal, administrado por las “comunas populares” -que guardan una absoluta similitud con los soviets-.
La piedra angular de ese “Gran Salto” hacia el progreso debería ser una modificación en los hábitos y costumbres de los chinos, que Mao se propuso obtener mediante la realización de campañas periódicas destinadas a “corregir la naturaleza humana”, que más allá de los resultados que perseguía, sirvió para internar en “campos de reeducación” a millones “de remolones”, acusados de contrarrevolucionarios.
La maquinaria burocrática heredada del régimen anterior no resistió el esfuerzo que se le requería. El ambicioso plan, en muchos de sus aspectos, zozobró. Como era de prever, atendiendo a las magnitudes que se pretendían alcanzar. Se instalaron, a lo largo y ancho del país continente, miles de pequeños hornos de fundición. La producción de acero no tenía los estándares de calidad que se requerían, por lo que se retrasó la tarea. En consecuencia, se construyeron cientos, miles de máquinas y artefactos del hogar absolutamente inútiles. Por lo que retornó a la economía tradicional…
Al haber consolidado su poder, Mao inició un programa de colectivización que duró hasta el año 1958. Las tierras fueron redistribuidas tras haber sido expropiadas a terratenientes y entregadas a los campesinos para que las cultivaran. También se iniciaron grandes proyectos de industrialización y la construcción de las infraestructuras para facilitar los cambios económicos y sociales que se querían llevar a cabo. Durante este período, China tuvo un crecimiento interanual en el PNB de entre 4% y 9%.
En 1959, tras 10 años en el poder, es reemplazado en el cargo de Presidente de la República por Liu Shao-Chi, líder de la corriente mayoritaria en el Comité Central, con quien mantiene una sorda lucha que termina con un conato de carácter militar.