La profesionalización es uno de los mayores retos a los que se enfrenta la empresa familiar. Esto implica que los miembros de la familia deben cambiar su “mentalidad” hacia un enfoque más empresarial.
Por José Berra*
Al comenzar un negocio, familia y empresa son sinónimos. Quien arma la empresa es, generalmente, el padre, quien asume la totalidad de las decisiones. Cuando la estructura comienza a crecer, lo mismo que la familia que ya cuenta con hijos en edad de trabajar, se dan las condiciones para que los descendientes se sumen al proyecto familiar.
Ante los ojos de algunos padres “fundadores” que construyeron el emprendimiento con base en sacrificio y esfuerzo, mucho más que con base en estudios o inteligencia, no les convence que sus hijos quieran avanzar tan rápido o que se aburran si están más de dos semanas haciendo lo mismo. A su vez, los ven faltos de experiencia para tomar decisiones, negociar y/o liderar, suelen ser críticos con ellos, subestiman sus capacidades y habilidades, que terminan quedando escondidas.
En este contexto, nos podemos encontrar con un fundador que no acepte que su hijo tenga la misma velocidad que él o un hijo que no quiere invertir tanto esfuerzo como ha invertido su padre.
Cualesquiera de estas situaciones se puede convertir en una mezcla explosiva que generará conflictos a corto plazo.
Si el padre no forjó el carácter de sus hijos desde chicos y no logró transmitirles la pasión por el emprendimiento, será más difícil que su/sus hijo/s “sientan” la misma pasión y vehemencia con la que él dirige y gestiona la empresa.
El resultado es que el hijo no sabe muy bien qué debe hacer y se transforma, a los ojos del padre, en una especie de inútil en quien estaban puestas expectativas demasiado altas.
Como se expuso anteriormente, si bien las empresas familiares pueden pasar por períodos problemáticos, también es cierto que dentro de su estructura se encuentran potenciales escondidos que si se ponen en juego pueden transformarla en una organización invencible.
Estas acciones pueden ser disparadas por un taller motivador pero tienen que tener continuidad en las reuniones que debe realizar la familia empresaria en la llamada asamblea familiar.
Esas reuniones comienzan contando la historia de la empresa y, en la medida en que avance el grado de confianza de todos los que participan en la asamblea, servirá de base para el armado del protocolo familiar.
Cuando hay temas ríspidos o conflictivos que no se hablan en la empresa familiar, quedan latentes, formando una especie de “campo minado” listo para explotar ante cualquier mínima situación.
Es importante que recordemos que en la empresa familiar, como en casi todos los ámbitos de nuestra vida, “lo que se calla se termina gritando”.
* Profesional del Servicio de Empleo de AMIA