Su formación como abogada determinó su carrera política. La opinión sobre su persona aún genera disparidad de posturas.
Por Luis R. Carranza Torres
Pocos parecen ponerse de acuerdo respecto de Hillary Diane Rodham Clinton, salvo en lo que respecta a su gran inteligencia. Para algunos es una persona con valores y compromiso público. Para otros, sólo una fría calculadora, capaz de resignar casi cualquier cosa por conseguir sus propios objetivos.
Es la única mujer que ha podido quitarse el sayo de primera dama para emprender una carrera política propia. Frecuentemente se ha dicho que ha sido el cerebro detrás de la presidencia de su esposo, Bill Clinton, ocurrida de 1993 a 2001.
Lo que poco se sabe es que, hasta que llegó su marido a la presidencia de Estados Unidos, era una de las más importantes abogadas del país. Incluso cuando aquél era gobernador de Arkansas, ella le superaba en reconocimiento nacional en los círculos del poder, precisamente por su ejercicio profesional.
Nacida en 1947, en Chicago -uno de los centros neurálgicos del ejercicio abogadil del país-, recibió su título en leyes en la Facultad de Derecho de la Universidad de Yale, nada menos.
Se mudó entonces a Arkanzas, se casó con su novio de la universidad, Bill Clinton, en 1975, y se dedicó al ejercicio de su profesión.
A medida que se afirmaba en el ejercicio de la abogacía, su imagen personal cambió, y mucho, de aquella estudiante de largos y lacios cabellos negros con gafas de marco cuadrangular. Primero archivó los anteojos, luego la longitud del cabello fue acortándose sucesivamente en el tiempo, y por último, en cuanto al color, decidió arrojarse al “blonde side”, como dicen en Estados Unidos, convirtiéndose en lo que por estas tierras nuestras le decimos una “morocha arrepentida”.
Con tanto cambio no fueron pocos los que hablaron de la construcción de una imagen profesional por puro marketing, destinada a lucir como lo que se espera de una mujer de la clase influyente en Estados Unidos, que poco tenía que ver con la verdadera Hillary.
Fuera o no de esa forma, los cambios parecieron funcionarle a su carrera. Fue una de las fundadoras de la organización “Arkansas Advocates for Children and Families”, en 1977, dedicada a los temas de familia, y la primera mujer en presidir la “Legal Services Corporation”, en 1978. Ésta, se trata de una organización que funciona como entidad privada pero ha sido creada por el Congreso de Estados Unidos para asegurar el acceso a la justicia de los ciudadanos comunes, y su junta directiva de 11 miembros es nombrada por el presidente del país con acuerdo del Senado.
También se convirtió, en 1979, en la primera socia femenina en el más viejo e influyente estudio del Estado, que dirigía su marido: Rose Law Firm. La revista especializada National Law Journal, en dos distintas oportunidades, en los años 1988 y 1991, la sitió entre los 100 abogados más influyentes de Estados Unidos.
Entre sus detractores, no pocos la sindican como ideóloga detrás de su marido y la acusan de haber usado, especialmente durante su gobernación en Arkansas, la influencia del Estado en sus casos. Alguien cercano a la pareja llegó a postular: “Bill siempre fue el mismo: una persona de mucho carisma, poco cerebro y un apetito sexual desmedido. El verdadero poder detrás del trono era ella.”
Durante el escándalo Lewinsky, nuevamente las opiniones se dividieron. Mientras unos la alababan por su lealtad a su marido, a pesar de la traición de éste y la humillación pública sobreviniente, otros entendían que era una cuestión de puro cálculo político: las encuestas nunca dieron tan a su favor como entonces. Presentarse como la “buena esposa” (good wife), que perdona y apoya en la mala a su marido, no era otra cosa que resguardar su ascendente carrera política, cuando la de su cónyuge se extinguía en medio de los escándalos sexuales con jóvenes colaboradoras.
Mudarse luego de la presidencia de su marido al estado de Nueva York para asegurarse ser elegida senadora por el Partido Demócrata en 2000 es algo que mucha gente en Arkansas vio como una verdadera traición. Otros, en cambio, vieron como tal el secundar en casi todo al presidente George Bush (h) durante sus expediciones punitivas a Afganistán e Irak, cuando los índices de aceptación del tejano estaban por los cielos para luego comenzar a criticarlo cuando empezó a decrecer en las encuestas.
Durante su campaña presidencial de 2008, la revista Time mostró una foto suya con dos opciones debajo: “La amo” y “La odio”. La publicación Mother Jones, especializada en investigación política, tituló al perfil que publicó sobre Hillary: “¿Arpía, heroína o hereje?”. Por no decir que su similar The American Conservative hablaba en su número de agosto de 2007 del “factor odio” hacia ella. A la fecha, conserva el dudoso mérito de ser la política que más veces ha sido insultada en las redes sociales.
El editor de la revista Newsweek, Jon Meacham, entiende por su parte que Hillary es para el común de los estadounidenses “una de las figuras más reconocidas pero menos entendidas en la política”.
De nuestra parte, pensamos que el quid de la cuestión no es el poco conocimiento sino, por el contrario, porque la comprenden demasiado.