Luis y Roque Sáenz Peña, más allá del parentesco. Las relaciones filiales, entre progenitor y vástago, también se han desarrollado en el derecho. Por Luis R. Carranza Torres
Hay hijos que dejan en el olvido histórico a su padre. O al menos lo relegan a un segundo plano. En la historia universal ha pasado, por ejemplo, con Filipo de Macedonia y su hijo Alejandro el Grande. En cuanto a nuestra historia nacional, podemos citar el caso de Luis Sáenz Peña respecto de su hijo Roque.
Como padre e hijo que eran, tenían no poco en común: lo más conocido por todos es que ambos llegaron a ser presidentes de la Nación, un caso único en nuestra historia, si bien en países vecinos, como Chile, se ha dado tal suceso en varias oportunidades. Uno y otro, también, fueron abogados destacados por sus contribuciones al ámbito jurídico. El padre encauzó desde la Suprema Corte de la Provincia de Buenos Aires las primeras tendencias interpretativas luego de nuestra organización jurídica doméstica, con la sanción de los códigos. Se destacaba en el ámbito del derecho por entonces llamado rural, luego agrario y, en nuestros días, de los recursos naturales.
Por su parte, el hijo dio en el plano internacional una doctrina para nuestro hemisferio, cual fue la de “América para la humanidad”, que se enfrentaba con la acuñada por Monroe y postulada por Estados Unidos: “América para los americanos”. Lo que le faltó decir en ella es que los estadounidenses se dicen a sí mismos “americans”, por lo que en realidad lo que postulaban era que Europa los dejara hacer lo que quisieran en nuestro continente, por considerarlo un área de influencia exclusiva de ellos.
Y en el plano nacional, la mayor contribución de Roque Sáenz Peña fue la sanción de la ley de voto secreto y obligatorio, en 1912. Sin embargo, la paternidad de ella no puede sino ser de su padre. Más de 30 años antes, en la Convención Reformadora de la Constitución bonaerense de 1870, don Luis había planteado introducirla en el texto constitucional, iniciativa que fue rechazada por la mayoría de los constituyentes.
¿Cómo la relación entre ellos? Siempre hubo respeto, incluso cuando se enfrentaron. Dos situaciones graves de ese tipo registra nuestra historia. Una de ellas doméstica, y pública la otra. La primera, por una mujer, y la segunda, por una candidatura.
Siendo el hijo un joven abogado, y ya su padre un hombre de referencia en el derecho, el corazón de Roque latía por una niña de sociedad. Lucía Gálvez, en su obra Historias de amor de la historia argentina, nos cuenta los pormenores de esa relación, a la que su padre Luis Sáenz Peña se oponía con toda tenacidad y sin dar explicación alguna.
Ni la amenaza de la expulsión de la familia ni de la desheredación de bienes lograron que Roque cambiase de idea. La relación padre-hijo se degradó casi hasta el punto de no hablarse. Cuando Roque, en un gesto conciliatorio, visitó a su padre para notificarle de sus intenciones de casamiento con la niña, su progenitor le reveló, al fin, la verdad de las cosas y el motivo de su oposición. “No se puede casar con ella, hijo, porque es su media hermana”, le espetó su progenitor, de improviso.
Es que don Luis había andado, tiempo atrás, con la madre de la novia, en amores no muy decibles para la sociedad de su tiempo, y el fruto de ello era la novia de la discordia. Roque, con el corazón destrozado, terminó la relación. No sería la última vez en su vida en que su padre destruyó sus sueños de mayor importancia.
La siguiente fue en las elecciones presidenciales de 1892. Un importante sector del oficialista Partido Autonomista Nacional, que perseguía cambios en la gestión de la política, fundó el Partido Modernista, levantando la candidatura de Roque Sáenz Peña a la presidencia. Julio A. Roca, para neutralizarla, pactó con Bartolomé Mitre y su Unión Cívica, consiguiendo unificar las listas legislativas. Y acto seguido ambos acordaron ofrecer la candidatura a la primera magistratura a Luis Sáenz Peña, destacado en el derecho pero poco ducho en las cuestiones de la política. Roque renunció entonces a su candidatura para no enfrentar políticamente a su padre. Don Luis, con 70 años cumplidos, fue un presidente débil por tres años, antes de renunciar ante la total falta de apoyos.
¿Se tenían cariño, a pesar de todo, o sólo guardaban las formas? No sabría decirlo; las fuentes no nos dejan señales en ninguna dirección. Supongamos que debió existir algún tipo de afecto pero no caigamos en el error de pretender apreciarlo con los ojos del presente. Es que a fines del siglo XIX se entendía que los padres debían marcar distancias en el trato con sus hijos, y que su forma de vinculación era más semejante a una situación de mando y obediencia cuasi militar, que a otras fundadas en el afecto y la confianza. A los padres, ante todo por sobre todo, se los respetaba y acataba en sus indicaciones. El afecto y el cariño pasaban a segundo plano.
A veces las relaciones entre padres e hijos devienen en complejas y difíciles. Luis y Roque son un caso de ello, con el derecho y la actuación pública como contexto.