La llegada de Javier Milei a la Presidencia del país marcó un profundo punto de inflexión en la política exterior argentina. Con un enfoque que se aleja de las posturas tradicionales adoptadas por administraciones anteriores, el nuevo gobierno tomó decisiones que suscitaron algo de entusiasmo y mucho de preocupación en diversos sectores, en especial en el cuerpo diplomático nacional. Entre los cambios más significativos se encuentran la salida del grupo BRICS, la reevaluación de las relaciones con China, la postura respecto a las Islas Malvinas y el abandono de la neutralidad ante los conflictos internacionales, verdadera política de Estado que ha seguido el país desde hace casi cien años y que atravesó gobiernos de muy distinta línea política.
A este cuadro se suma el rechazo a la firma del Pacto de Futuro, consensuado por las Naciones Unidas y todos sus organismos y rubricado por 150 países, que Argentina -junto a un pequeño grupo de países aislados y gobernados por dictaduras- no sólo rechazó sino que denunció. Una verdadera quema de naves, de resultados imprevisibles.
La incomprensible salida del grupo BRICS
Una de las primeras decisiones relevantes del gobierno de Milei fue la salida de Argentina del grupo BRICS, liderado por Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica e integrado por otra docena de países. Este bloque, que busca promover el comercio y la cooperación entre economías emergentes, había sido visto por el anterior Gobierno como una oportunidad incomparable para diversificar las relaciones comerciales y atraer el acceso a mercados.
En rigor de verdad, la adhesión a los BRICS había sido impulsada con entusiasmo por sectores productivos, sociales y políticos varios. Formar parte del bloque facilitaría el acceso a los grandes mercados de Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica, lo que podría impulsar las exportaciones argentinas.
Esa membresía también facilitaría la llegada de inversiones de países BRICS o de los que aspiraban a ser parte de la zona multipolar, camino insoslayable para financiar la brecha en materia de infraestructura y de desarrollos productivos claves que enfrenta el país y que hasta el día de hoy lo sujetan al atraso y la dependencia.
Se descontaba que la participación en el grupo fomentaría la cooperación en áreas como comercio, tecnología y desarrollo sostenible, beneficiando a la economía nacional, al tiempo que potenciaría la diversificación de las relaciones globales del país: unirse a BRICS habría permitido al país reducir su dependencia de exigentes socios tradicionales, como Estados Unidos y la Unión Europea. Sin contar con el hecho de que ser parte de un bloque de países emergentes habría podido aumentar la influencia de Argentina en asuntos globales y en foros internacionales.
Una plataforma de desarrollo menos
Los retos del país son incontables y -la verdad sea dicha- no son muchas las alternativas de financiamiento abiertas a una nación con una nómina de antecedentes que, al menos, deja dudas sobre la capacidad de repago de las fortísimas inversiones que requiere un país tan grande y tan subdesarrollado en tantas áreas como el nuestro.
Por supuesto, el país debe considerar cuidadosamente los compromisos que acarrea su cercanía a potencias regionales de alto perfil, como China o Rusia. En todo caso, la adhesión a los BRICS no estuvo precedida de condicionamiento o renunciamiento alguno que afectara nuestra soberanía y, ante cualquier eventualidad en ese punto, había opciones abiertas.
Lo que jamás debería haber hecho el país era renunciar al bloque de modo inconsulto, intempestivo y además inmotivado, ya que el único basamento para tal decisión tomada por Javier Milei y su gobierno, a pocos días de asumir, parece haber sido de motivo ideológico: alinearse con los Estados Unidos de modo único y excluyente, renunciando a la pluralidad de líneas de acción que caracteriza a las naciones con un mínimo de soberanía en el plano internacional.
Milei argumentó que la pertenencia a BRICS limitaba las posibilidades de Argentina de establecer vínculos más estrechos con naciones occidentales -especialmente, con Estados Unidos- y firmó desaprensivamente la salida del país del bloque que ya une a más de la mitad de la población mundial y que ya atrajo la atención de al menos 50 naciones de todas las regiones del globo, con mayor o menor desarrollo.
La decisión fue recibida con críticas generalizadas, que alertaron sobre la pérdida de una plataforma de cooperación con economías en crecimiento. Sin embargo, Milei y su equipo sostuvieron que este giro era esencial para alinear a Argentina con las potencias occidentales y “abrir nuevas oportunidades comerciales en mercados más favorables” (?).
Reevaluación de la relación con China
Otro aspecto clave del giro en la política exterior de Milei fue la revisión de la relación con China, que desde hace al menos 45 años viene siendo uno de los principales socios comerciales del país. A pesar de que las administraciones anteriores habían buscado estrechar lazos con Pekín, Milei adoptó una postura distante, alineada con la de Estados Unidos y de otros países occidentales, que ven con recelo la expansión china en la región.
Lo que nadie imaginó es que, efectivamente, el nuevo Gobierno plantearía la revisión de acuerdos comerciales y de inversiones ya firmados en el marco de la Asociación Estratégica Integral vigente entre Argentina y China; que frenaría las obras de las empresas chinas en el sur del país; que congelara la cooperación en materia científica en la base instalada en Bajada del Agrio, en Neuquén; que facilitaría acuerdos con la isla de Taiwán, reconocida como país independiente sólo por una decena de países en todo el mundo.
Obviamente, esta posición, impostada también exclusivamente por razones ideológicas, así como las acciones consecuentes, generaron graves reacciones en los ámbitos empresarial y político, en los que muchos consideran que se limitó sin motivo aparente el acceso a un mercado en fortísima expansión. Es decir, al igual que en el caso de los BRICS, se perdieron oportunidades.
Cambio en la relación con el Reino Unido: retroceso con Malvinas
Sin embargo, con Javier Milei no se pierde la capacidad de asombro y uno de los cambios más polémicos en la política exterior de su Gobierno ha sido la postura respecto a las Islas Malvinas. A diferencia de todos sus predecesores, quienes habían buscado una solución diplomática por medio de la presión internacional, Milei adoptó una retórica más bien combativa. En su discurso inaugural, el presidente afirmó que “Malvinas es Argentina” y prometió que su Gobierno no escatimaría esfuerzos para reafirmar la soberanía sobre el archipiélago, discurso que generó tensiones en el Reino Unido, que continúa administrando las islas desde la guerra de 1982.
No obstante, a menos de nueve meses de ese discurso, su Gobierno firmó un acuerdo con su par del Reino Unido, conocido como el pacto Mondino-Lammy, que establece la cooperación en temas pesqueros y de conservación del medio ambiente en la zona, así como en temas humanitarios, pero en el que no se hace mención alguna al reclamo de soberanía del país sobre las islas que son parte de la plataforma continental del país y porción insoslayable del territorio nacional por ubicación, historia y estructura geológica.
Un dudoso “logro” diplomático
Por supuesto, aparece como políticamente plausible que, aun entendiendo que esa monarquía europea continúa ejerciendo una ocupación ilegal sin la menor intención de negociar nada, podría ser lícito para Argentina avanzar en acuerdos que, preservando el debate de la soberanía, permitieran al país recuperar algo de injerencia en el archipiélago, tal como existía hasta antes de 1982.
Para los británicos, la presencia colonial en nuestras islas es cara e inadecuada en distintos niveles. Explorar esas dificultades buscando la brecha para insertar los intereses nacionales aparece como una alternativa posible, si no se carece de habilidad diplomática para lograr buenos acuerdos en medio de una negociación que, según el diario Clarín, llevó “varios meses de gestión” a la canciller Diana Mondino.
Sin embargo, todo parece indicar que ése no fue el caso.
El acuerdo, calificado como “vergonzoso” por los sectores más “malvineros”, aparece más bien como una subordinación de Buenos Aires a Londres: a los ingleses se les concede todo lo que necesitan, a cambio de (casi) nada.
El Gobierno de Milei parece estar convencido de que en la agenda de los argentinos resulta prioritaria la conectividad con las Islas Malvinas, en especial cuando los isleños se las ingenian para hacérsela difícil a cualquier connacional que quiera pisar el suelo usurpado.
En el acuerdo, subraya Fernando Morales, titular de la Liga Naval y especialista en Defensa y Comunicación, “se habilitan acuerdos de política pesquera con los okupas del territorio argentino, lo cual implica ni más ni menos que darles ‘de facto’ el rol de potencia pesquera independiente, algo que hasta el momento se esgrimió como un impedimento para constituir un área marina protegida en forma conjunta con los habitantes de las islas”.
“Por toda contraprestación a tanta genuflexión, la ministra Mondino sólo obtuvo un compromiso de continuar con el reconocimiento de los despojos de los soldados aún no identificados, sepultados en el cementerio de Darwin, lo cual no sólo está previsto en los Acuerdos de Ginebra sino que es un derecho humano básico que ninguna potencia occidental ha negado jamás en un campo santo al finalizar una guerra”, recordó el experto, quien facilitó un “punteo” sobre lo que cede la Argentina en el nuevo convenio y lo que “obtiene” de Londres como contraparte.
Abandono de la neutralidad: cómo borrar cien (orgullosos) años de historia
Bajo la administración de Milei, Argentina borró cien años de historia en materia de una verdadera política de Estado que atravesó a casi todas las administraciones en los últimos 90 años: la neutralidad ante los conflictos internacionales, así como la tradicional política argentina de mediar y conciliar en los conflictos en busca de la paz.
Milei lo hace en un mundo conflictivo con escenarios bélicos o prebélicos crecientes, arrastrando al país a riesgos y a la probable previsión de hipótesis de conflicto de los que carecía del todo hasta ahora, en que se anuncia oficialmente que el país es parte de uno de los bandos en disputa en las actuales crisis internacionales: en el conflicto entre Rusia y Ucrania, del lado ucraniano; en Palestina y Medio Oriente, del lado israelí. Recordemos que la última vez que el país tomó la misma postura, se produjeron los atentados a la Embajada de Israel y la AMIA.
La tradición argentina a favor de la paz como política de Estado inalterable comenzó con Carlos Saavedra Lamas.
Saavedra Lamas y su legado
En junio de 1936 el bisnieto de Cornelio Saavedra y yerno de Roque Sáenz Peña se transformaba en el primer latinoamericano en obtener el Premio Nobel de la Paz, por ser el inspirador y negociador del acuerdo antibélico que llevó su nombre: el Pacto Saavedra Lamas, firmado por 21 naciones en 1933, primer instrumento jurídico internacional de paz.
El tratado o pacto condenaba las guerras de agresión y propugnaba el arreglo pacífico de las controversias internacionales de cualquier clase que fueran y declaraba que, entre las partes firmantes, las cuestiones territoriales no debían ser solucionadas por la violencia. Asimismo destacaba que la comunidad internacional no reconocería los arreglos territoriales obtenidos por medios violentos ni validaría la ocupación o adquisición de territorios por la fuerza de las armas.
Aquel acuerdo fue suscripto por Brasil, Argentina, Uruguay, Chile y México; posteriormente se adhirieron Colombia, Bolivia, El Salvador, Costa Rica y naciones fuera del territorio americano como Italia, Bulgaria, España, Grecia y Portugal, entre otros países.
Saavedra Lamas fue un importante mediador en la finalización de la Guerra del Chaco, entre Paraguay y Bolivia, al convocar a la Conferencia de Paz de Buenos Aires y -por sobre todas las cosas- al evitar la presencia del ejército de Estados Unidos en la zona de guerra, lo que habría tenido consecuencias nefastas para Sudamérica en aquellos años.
Ese conflicto, por el control del Chaco Boreal, que se llevó miles de vidas y diezmó al pueblo paraguayo, se desarrolló del 9 de septiembre de 1932 hasta el 12 de junio de 1935, fecha en que se firmó el armisticio. Fue el más importante disputado en territorio sudamericano durante el siglo XX.
El Nobel también fue fundamental en la neutralidad argentina en la Guerra Civil Española, considerando la gran cantidad de inmigrantes en nuestro país y permitiendo que todos los españoles que quisieran refugiarse de esa guerra fratricida lo pudieran hacer en nuestra tierra, sin importar su ideología.
La nueva postura del Gobierno frente el Pacto del Futuro de la ONU: una decisión que traerá consecuencias
En un giro inesperado, el Gobierno argentino adoptó una postura crítica respecto al Pacto del Futuro de la ONU, un acuerdo internacional destinado a fomentar la cooperación en temas de desarrollo sostenible, derechos humanos y respuesta a crisis globales. Esta decisión ha causado revuelo tanto en el ámbito nacional como en el internacional, e hizo que analistas y diplomáticos cuestionaran las implicaciones de este cambio de rumbo.
El Pacto del Futuro, promovido por el secretario general de la ONU, António Guterres, busca revitalizar el multilateralismo y garantizar que las naciones trabajen juntas para enfrentar desafíos globales como el cambio climático, la desigualdad y la migración. Argentina, tradicionalmente vista como un actor clave en la diplomacia regional, sorprendió al mundo al distanciarse de un compromiso que muchos consideran fundamental para el futuro de la cooperación internacional.
Sorpresa en la comunidad internacional
La sorpresa ante la nueva postura argentina ha sido palpable. Durante años, el país había sido un defensor del multilateralismo y había trabajado en iniciativas que fomentaban la colaboración entre naciones. Sin embargo, el actual Gobierno ha decidido priorizar una agenda más aislacionista, lo que ha llevado a un replanteamiento de su papel en el escenario internacional.
Diplomáticos de diferentes países han expresado su desconcierto ante esta decisión. En foros internacionales, ha habido un reconocimiento general de que el Pacto del Futuro representa una oportunidad para que las naciones más vulnerables, como Argentina, puedan acceder a recursos y apoyo técnico en la lucha contra problemas sistémicos. La decisión de abandonar el pacto ha llevado a muchos a preguntarse si el país está dispuesto a aislarse aún más en un mundo cada vez más interconectado.
Las consecuencias de dinamitar puentes
Al igual que en el caso de los BRICS; en el abandono de la neutralidad ante los conflictos globales; la postura sobre China, esta nueva posición aislacionista y nacionalista del Gobierno argentino ante un tema de primera línea en la agenda global no sólo afecta las relaciones multilaterales y bilaterales con diferentes potencias y naciones sino que también tiene el potencial de repercutir en la economía del país, ya que muchas de ellas son o han sido hasta ahora clientes privilegiados de la producción argentina ofertada al mundo.
Al rechazar el Pacto del Futuro, Argentina se enfrenta especialmente al riesgo de perder acceso a financiamiento internacional y a programas de cooperación que podrían ser vitales en un contexto de crisis económica y social, como la que ya se observa en el empleo y en el tejido social, derivadas de la crisis económica, la recesión y la caída del poder adquisitivo de las familias.
Además, este conjunto de decisiones podría tener un efecto dominó en la percepción que otros países tienen de Argentina como socio comercial. La tendencia al aislamiento podría llevar a un debilitamiento de las relaciones con actores clave en el continente y en el mundo del comercio, lo que podría cerrar oportunidades para inversiones y proyectos conjuntos. Los más críticos advierten que este enfoque puede resultar en una pérdida de confianza en la capacidad del país para cumplir con sus compromisos internacionales.
La reacción de la opinión pública
En el ámbito interno, la reacción a la decisión del Gobierno ha sido variada. Algunos sectores apoyan la nueva agenda en política internacional, argumentando que es necesario priorizar los intereses nacionales en un mundo donde las potencias económicas parecen cada vez más centradas en sus propias agendas. Sin embargo, otros sectores, incluidos académicos y expertos en relaciones internacionales, han expresado su preocupación por las implicaciones a largo plazo de este enfoque.
Las voces críticas argumentan que en particular el rechazo al Pacto del Futuro es un síntoma de un aislamiento que podría profundizarse, mientras que los defensores de la política actual sostienen que se trata de una necesaria recalibración de las prioridades nacionales. La polarización en torno a este tema refleja un amplio debate sobre el lugar de Argentina en el mundo y la naturaleza de sus relaciones internacionales.
Un futuro incierto
Con la decisión de dinamitar puentes con la diplomacia internacional y -al mismo tiempo- realinearse de modo frontal ante los principales conflictos que vive el mundo, como los escenarios bélicos en Rusia-Ucrania y en Oriente Medio, el futuro de Argentina en el contexto global presente y futuro se presenta incierto y riesgoso. A medida que el mundo enfrenta desafíos como el cambio climático y la desigualdad social, la ausencia de Argentina en foros clave podría limitar su influencia y capacidad para abordar estos problemas, incluso en la agenda nacional.
Los próximos meses serán cruciales para evaluar cómo estas nuevas posturas afectan tanto las relaciones exteriores como la situación interna del país. La comunidad internacional observa con atención, mientras Argentina se encuentra en un cruce de caminos que podría definir su papel en el escenario global por muchos años.
A medida que el país se adentra en esta nueva etapa, la capacidad del Gobierno para equilibrar intereses diversos y construir relaciones sólidas será crucial para el futuro de Argentina en el ámbito internacional.
En conclusión, las hasta ahora inéditas posturas del Gobierno argentino en política externa no sólo han sorprendido a la comunidad internacional sino que también han desatado un intenso debate interno. Las consecuencias de esta decisión pueden ser profundas, marcando un antes y un después en las relaciones internacionales de Argentina y su capacidad para enfrentar los retos globales del futuro.
Los próximos meses serán decisivos para observar cómo se concretan estas políticas y qué impacto tendrán en la economía y la política del país. La historia reciente de Argentina nos recuerda que, en el ámbito internacional, los giros pueden ser tanto oportunidades como desafíos, y sólo el tiempo dirá cómo se desarrollará este nuevo rumbo.