Por Diego Dequino (*)
Discutir respecto del valor correcto del dólar, si es alto o bajo o está en su punto de equilibrio, es algo que corresponde a economistas y que los ciudadanos no tienen por qué entender.
Para los ciudadanos argentinos, que tienen el dólar incorporado como moneda de ahorro y reserva de valor, el precio del dólar es el valor que es.
Aunque todos comprendemos que el valor del dólar contribuye como ancla a los precios nominales en pesos y por tanto de la inflación.
No obstante también hay que considerar que, debido al bimonetarismo intrínseco argentino, un precio del dólar percibido como de desequilibrio produce transferencia de riqueza entre los agentes económicos.
Ello es válido tanto si el precio del dólar es percibido como atrasado o que se encuentre en un valor alto.
Dicha transferencia de riqueza constituye un límite que, si no es considerado, administrado y eventualmente removido, puede funcionar como el punto ciego de las expectativas, produciendo euforia o depresión exageradas en las decisiones económicas.
Un retraso en el valor esperado del precio del dólar, para gran parte de la población, actúa como daño sobre los ahorros de aquellos que atesoraron divisas en años previos para protegerse de la inflación.
Pero, a su vez, beneficia a otros agentes, aquellos que tienen en la actualidad ingresos para disponer de capacidad de ahorro suficiente para atesorar nuevos dólares, a un valor inferior al esperado o considerado de oportunidad.
En síntesis, un valor del dólar percibido como atrasado produce transferencia de riqueza acumulada en el pasado (perdedores) a quienes en el presente producen bienes que se valorizan en pesos (ganadores).
Si la percepción fuera la inversa, es decir, si el precio del dólar fuera alto, entonces se produciría el efecto contrario.
Quienes atesoraron dólares en el pasado (ganadores) aumentarían su capacidad de compra en el presente de bienes y servicios producidos por quienes los comercializan en pesos (perdedores).
Un dólar percibido como atrasado produce transferencias de riqueza desde el pasado al presente, ésa es la sensación de que los ahorros cada vez valen menos.
Un dólar percibido como alto produce transferencias de riquezas desde el presente hacia el pasado, es la sensación de que todo lo ahorrado permite acceder a una buena calidad de vida en el presente.
Como esas transferencias de riqueza se producen entre distintos actores económicos, es decir, no ocurren entre el pasado y el presente de la misma persona, entonces las decisiones de consumo, inversión y ahorro son sometidas a permanente escrutinio sobre si estamos ganando o perdiendo con relación al pasado y a otros agentes.
En eso consiste la especulación argentina sobre el precio del dólar, la cual contamina las decisiones económicas de los argentinos.
La clave -entonces- es que la política económica convenza a la mayoría de la población, tanto a aquellos que se perciben perdedores como a los que se perciben ganadores, de que el precio del dólar es el adecuado y que se sostendrá al menos por varios años.
Convencer a las personas respecto de que el dólar se encuentra en un valor de equilibrio sólido y consistente no es otra cosa que lograr que los ahorros conseguidos con anterioridad sean invertidos de forma productiva más bien pronto que luego.
El blanqueo de capitales actual se corresponde con el ingreso de ahorros no declarados al sistema bancario por una cifra del orden de diez mil millones de dólares.
Ese monto es similar al retirado entre las elecciones PASO del año 2019 y la asunción del gobierno de Alberto Fernández.
Es un comienzo, pero para estimular la demanda y la inversión productiva, la política económica deberá convencernos que el dólar está en equilibrio y no nos enfrentamos a una nueva transferencia de riqueza entre agentes económicos, entre el pasado y el presente.
En definitiva, el Gobierno deberá convencer a los argentinos de que se terminó toda especulación sobre el precio del dólar, al menos por varios años.
(*) Economista y director del Centro de Estudios en Economía, Sociedad y Tecnología (Ceesyt)