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Entre la desazón y la desesperanza

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Por Silverio E. Escudero 

La centralidad de la guerra que ha desatado la invasión rusa a Ucrania alteró el ritmo habitual del supermercado de oportunidades que ofrecía el capitalismo. Tanto que recurre a su última opción, el fascismo. Representando -esta vez- por el resurgimiento de partidos y organizaciones inorgánicas de ultraderecha con financiamientos extraordinarios. 

También modificó la agenda de los resistentes.

Las reglas del comercio se endurecieron. Los precios trepan. La enorme diversidad de productos que hasta ayer vinculaban a países y personas de todo el orbe ya no están disponibles.

Estas cuestiones, entre otras, que iremos desgranando a lo largo de este breve ensayo, enmarcan factores políticos, sociales, culturales y económicos. Los avances de la nueva revolución tecnológica provocará otra explosión de las comunicaciones, modificando la lógica de los medios de comunicación.

Otra cuestión que hemos tratado en forma tangencial -y que no figura en la agenda de los gobiernos- es la licuación de las fronteras. 

Los primeros pasos han sido dados. No alcanza el asombro para justificar el abandono. Las sociedades ágrafas, vaciadas de conocimientos y de sentido crítico, son el principal armamento del portaaviones del cambio que se avecina. 

Cambio que asegura el gobierno de las corporaciones, que aparecen más poderosas que los Estados. Lo anunció temprano, entre otros, Norman Jewison, director de Rollerball, aquella película distópica que, allá por 1975, disparó uno de los mayores debates del siglo XX.

Debate que puso en la mira la deshumanización de las relaciones humanas, la consolidación de gobiernos tiránicos –aun con fachada democrática-, la naturalización de los desastres ecológicos, la justificación del uso de armas atómicas, la deforestación, las grandes sequías inducidas y todo tipo de fenómeno asociado que acelere el enorme cataclismo que padece la sociedad por este tiempo. 

Este cuadro se situación, que para nada es halagüeño, obliga a tender la mano a la cuestión planetaria. Alguien habló de las consecuencias del aleteo de las mariposas. Consolidada la idea de la existencia de un gobierno global cabe preguntarse qué debemos hacer para proteger los derechos humanos cuando personeros del nuevo régimen, esclavistas declarados, proclaman su superioridad moral mientras justifican la compraventa de órganos y el tráfico ilegal de niños. 

La desaparición del valor simbólico de las monedas es otro avance hacia la desaparición de las naciones. Dicen que es un ahorro ambiental de carácter extraordinario. Pero quienes afirman eso callan acerca de la transferencia oscura de grandes capitales para desestabilizar la endeble economía de los países en vías de desarrollo.

Argentina sufrió un ataque semejante. Vivía su transición democrática. Cuando el gobierno trataba de rearmar la economía -tras una guerra que los tratadistas ocultan de manera sistemática- , sufrió un poderoso golpe de mercado, instrumentado por el desaforado padre de la convertibilidad 

Decisión política y económica que ocultaba el infinito deseo de vengar el juicio a las juntas militares y atacar la soberana decisión argentina de participar activamente en favor del desarme, integrando el Grupo de los 6. 

Fue el comienzo de la degradación argentina. Sus efectos son tangibles. 

Todo será distinto, diverso, en la próxima posguerra. No es un delirio del cronista. Es una lección que la humanidad jamás aprendió de la historia. La guerra en expansión provocará reafirmamos el concepto- cambios, transformaciones profundas. 

Las instituciones serán distintas, diversas. ¿Está en marcha ese debate? ¿Qué opina la Escuela de Derecho de Córdoba sobre los rumbos de la política y de las relaciones internacionales? ¿Cuál es el horizonte que asoma? ¿Y la de nuestros economistas?

Las redefiniciones serán aún más profundas. Mutará la vida de nuestros descendientes. ¿Las religiones seguirán encerradas en sí mismas condenando a sus feligreses a la condición de siervos del nuevo orden o se atreverán a formarlos para la resistencia?

Nada alcanza. Ni la romántica idea de volver a la tierra que discutimos generacionalmente con Lanza del Vasto. Tampoco aquella fantástica estrofa de Conrado Nalè Roxlo que nos conmovía en nuestra niñez y adolescencia y que rezaba: “Mi corazón eglógico y sencillo se ha despertado grillo esta mañana”.

El futuro será complejo. La guerra y la violencia parirán el tiempo nuevo. Algunos lo advirtieron antes. Será importante revisar la Teoría del Cambio en busca de ideas, de soluciones. 

No estarán a salvo ni aquellos que se aferran al individualismo más procaz. Esos valores con los que nos hemos confrontado cuasi con ferocidad tampoco tendrán cabida. Tengo ante mí una invitación de un instituto tradicionalista que ahorrará una multitud de palabras. En un rincón destacado, y en letra cursiva, se lee: “Hay hangares”.

Al parecer, estos padres de las nacionalidades, defensores cruzados de las religiones, también dejan de lado a sus peones y repudian a los pobres.

Los nuevos amos intentan definir las características y perfiles de las nuevas comunidades. Propenderá al culto de lo efímero. Desechará cualquier atisbo de organización y estructura cotidiana.

La comunilización de la vida y de las costumbres generará una enorme dispersión. Será el retorno a lo tribal y con ello a la guerra permanente.

Max Weber y Durkheim pueden aportar lo suyo a esta incipiente controversia sobre el futuro. Avisamos desde ya que descreemos de la “naturaleza social de los sentimientos”. 

En la lucha por el poder se mata o se muere. Ése es el dilema. ¿Cuánto hizo el hombre para enfrentarse a tamaño abismo? 

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