<?xml version="1.0"?><jurisprudencia> <intro><bold>Despido sin justa causa. Cálculo de las indemnizaciones por despido arbitrario. TOPE DEL ART. 245, Ley 20744 (según Ley 24013). Limitación de la base salarial: hasta el 33% de la mejor remuneración mensual normal y habitual computable. Doctrina de la CSJN </bold> </intro><body><page><bold><italic>La CSJN se expidió en torno a la irrazonabilidad de la limitación o tope de la base salarial tomada en cuenta para determinar la indemnización por despido sin causa (art. 245, LCT). Así, el Alto Cuerpo se aparta de la doctrina sentada con anterioridad en numerosos precedentes, en los que se había convalidado el sistema tarifario previsto en dicho artículo (vgr. “Villarreal, Adolfo c/ Roemmers s/cobro de salarios” y “Mastroiani, Ricardo Alfredo c/ Establecimiento Modelo Terrabusi Sociedad Anónima de Industria y Comercio”, entre otros), argumentando que la indemnización resultante de aplicar el tope contemplado en la normativa no podía calificarse de absurda o arbitraria, ni importaba la desnaturalización del derecho que se pretendía asegurar o la pulverización del real contenido económico del crédito indemnizatorio. Dable es reparar que en los precedentes mencionados se consideraron, exclusivamente, los montos de la base resultante de aplicar los topes legales y el total de la indemnización, sin atender al importe que percibía el trabajador mensualmente. En “Vizzoti...”, en cambio, a los fines de juzgar la razonabilidad de la norma puesta en crisis, el Alto Cuerpo coteja el monto de la remuneración que mensualmente percibía el actor con el tope previsto para ella, y concluye que la aplicación de este último resultaba confiscatorio por afectar más del 33% de aquélla. Si bien el antecedente reviste innegable relevancia jurídica, en la práctica sólo gravitará sobre una ínfima minoría de casos en los que se hallen comprometidos trabajadores muy calificados que perciban altas remuneraciones. (Repárese en que el actor, en el juicio de marras, ganaba una remuneración mensual de 11 mil pesos). Además, sólo afectará aquellas situaciones regidas por un determinado grupo de convenios colectivos que han quedado atrasados históricamente. Sin perjuicio de ello, la importancia del antecedente radica más en los argumentos que lo sustentan que en la solución a la que arriba. El fallo pone de relieve un desapego del Tribunal a las tendencias economicistas que lo inspiraron en los últimos lustros. </italic></bold> 1- El art. 245, LCT, dispone –en los casos de despido sin justa causa– que el empleador deberá abonar al trabajador una indemnización equivalente a un mes de sueldo por cada año de servicio o fracción mayor de tres meses, tomando como base la mejor remuneración mensual normal y habitual percibida durante el último año o durante el tiempo de prestación de servicios si éste fuera menor. Dicho instituto ha sido concebido como una indemnización, con un doble orden de pautas fundamentales. Por un lado, el importe de la indemnización es tarifado. Empero, por el otro, esta suerte de rigidez es relativa, dado que la determinación de dicho importe tiende, explícitamente, a adecuarse a la realidad a la que pretende dar respuesta, mediante el cómputo de dos circunstancias propias del contrato disuelto: antigüedad y salario del trabajador despedido. 2- El resarcimiento por despido sin justa causa del empleado debe ser equitativo, y ello importa afirmar que la reglamentación legal del derecho a la llamada estabilidad impropia, constitucionalmente reconocido, debe ser razonable, lo que, a su vez, quiere decir adecuada a los fines que contempla y no descalificable por razón de iniquidad. Lo cual trae aparejado que determinadas diferencias entre la remuneración establecida en el 1º. párr del art. 245, y el máximo previsto en su 2º. párr., podrían tornar irreales las pautas indemnizatorias en juego y, por tanto, censurables con base en la CN. 3- El mandato que expresa el art. 14 <italic>bis</italic>, CN, se dirige primordialmente al legislador, pero su cumplimiento “atañe asimismo a los restantes poderes públicos, los cuales, dentro de la órbita de sus respectivas competencias, deben hacer prevalecer el espíritu protector que anima” a dicho precepto. Lo cual impone un particular enfoque para el control de constitucionalidad. En la relación y contrato de trabajo se ponen en juego, en lo que atañe a intereses particulares, tanto los del trabajador como los del empleador, y ninguno de ellos debe ser descuidado por las leyes. Sin embargo, lo determinante es que, desde el ángulo constitucional, el primero es sujeto de preferente tutela. 4- Permitir que el importe del salario devengado regularmente por el trabajador resulte disminuido en más de un tercio, a los fines de determinar la indemnización por despido sin justa causa, significa consentir un instituto jurídico que termina incumpliendo con el deber inexcusable enunciado en el art. 14 <italic>bis</italic>, CN, que prescribe que “el trabajo gozará de la protección de las leyes, y que éstas asegurarán al trabajador protección contra el despido arbitrario y condiciones equitativas de labor”. Significaría, asimismo, un olvido del art. 28 del mismo cuerpo legal. 5- La razonable relación que debe guardar la base salarial de la indemnización por despido sin justa causa con la mejor remuneración mensual normal y habitual computable, toma en cuenta que ésta última, por resultar la contraprestación del empleador por los servicios del trabajador, pone de manifiesto, a su vez, la medida en que aquél, en términos económicos, reconoció y evaluó los frutos o beneficios que éste le proporcionó con su labor subordinada. Dicho salario, para el empleador, justipreció el esfuerzo y la importancia de las tareas desarrolladas por el dependiente y se adecuó a las posibilidades económicas y al rendimiento que estimó al contratarlo o promoverlo. 6- Las leyes son susceptibles de cuestionamiento constitucional “cuando resultan irrazonables, o sea, cuando los medios que arbitran no se adecuan a los fines cuya realización procuran o cuando consagren una manifiesta iniquidad”. En autos se ha configurado esta grave situación. Entonces, corresponderá aplicar la limitación a la base salarial prevista en los párr. 2º. y 3º. del art. 245, LCT, sólo hasta el 33% de la mejor remuneración mensual normal y habitual computable. <italic>CSJN. 14/9/04. Tribunal de origen: CN Trab. Sala II. “Vizzoti, Carlos Alberto c/ AMSA SA s/ despido” </italic> Dictamen del Sr. Procurador General de la Nación, Dr. <bold>Felipe Daniel Obarrio</bold> Buenos Aires, 27 de febrero de 2004 Suprema Corte: I. Contra la sentencia de la Sala II, de la CN del Trabajo, que revocó el decisorio del juez de grado, el accionante interpuso recurso extraordinario federal, el que, contestado por la contraria, le fue concedido, con fundamento en lo normado por el art. 14, inc. 3°, ley 48, en cuanto sostuvo la Alzada que si bien se trató de un caso resuelto con sustento en normas de derecho común, el tribunal decidió en forma contraria a las pretensiones del apelante la cuestión constitucional que fue materia de litigio y en la cual el recurrente fundó el reclamo. II. En lo que aquí interesa, corresponde señalar que el actor inició demanda contra AMSA SA, a quien le reclamó el pago de una suma de dinero correspondiente a la diferencia de indemnización por antigüedad que, estimó, debió percibir conforme su salario. En tal sentido solicitó se decretara la inconstitucionalidad de lo normado por el art. 245, LCT, reformado por la ley 24013. Sostuvo el accionante que se desempeñó como director médico para la demandada por un período de 26 años, en forma, percibiendo una remuneración mensual de $11.000. Al ser despedido, refiere, se le abonó la suma de $27.048,06 en concepto indemnizatorio, conforme el tope tarifario correspondiente al convenio de Sanidad N°122/75, sin perjuicio de haberse desempeñado como personal fuera de convenio, por lo que consideró lesionados los derechos y garantías conculcados en los art. 14 <italic>bis</italic> y 19, CN, en cuanto protegen el despido arbitrario del trabajador. En razón de lo manifestado reclamó se le abone la diferencia correspondiente entre el haber salarial realmente percibido y los años trabajados para la empresa, toda vez que su indemnización, sostuvo, se vio reducida en un 90,55%, con lo cual estimó se vulneraron las normas constitucionales referidas. La accionada contestó la demanda, reconoció la relación laboral y el salario percibido por el actor, pero manifestó que se le abonó una justa indemnización, de conformidad con la legislación vigente en la materia. El despido –indica– no fue arbitrario, sino que lo fue sin fundamento en causa alguna. Invocó jurisprudencia de VE sobre la constitucionalidad del tope tarifario, solicitando en tal sentido el rechazo de la inconstitucionalidad peticionada por la contraria. El magistrado de 1ª. Inst. hizo lugar al reclamo del actor y declaró la inconstitucionalidad del art. 245, LCT, reformado por el 153, LE, pues entendió que el tope legal en el caso concreto no constituye una protección al despido arbitrario, conforme lo normado por la CN, al haber percibido el trabajador un 9,45% de indemnización con relación al salario mensual que se le abonaba, lo que resultaba equivalente aproximadamente a dos salarios y medio, con lo cual consideró que le asistía razón al accionante. Recurrido el decisorio por la demandada, la Alzada, con fundamento en la jurisprudencia de VE, revocó el pronunciamiento de la anterior instancia en cuanto declaró la inconstitucionalidad del art. 245, LCT, modificado por el 153, ley 24013 y rechazó la demanda incoada. Contra dicha sentencia interpuso la accionante recurso extraordinario federal, el que contestado por la contraria, le fue concedido, conforme señaláramos <italic>ab initio</italic>. III. Se agravia el quejoso del fallo del <italic>a quo</italic> que se pronunció contra la validez del derecho del trabajador que lo ampara del despido arbitrario, conforme lo normado por el art.14 <italic>bis</italic>, CN, con lo que quedó, a su criterio, configurada la cuestión federal en los términos del art.14 inc. 3°, ley 48. Sostuvo asimismo que la desestimación de la impugnación por inconstitucionalidad le produjo un agravio de carácter patrimonial, que a su criterio sólo resulta reparable mediante la restauración del derecho federal alterado. Concluyó que el fallo del <italic>a quo</italic> carece en sí mismo de toda fundamentación, al omitir el tratamiento de las cuestiones opuestas por su parte, marginándolas de normas aplicables que regulan el instituto del despido, y la protección del empleado contra aquél que deviene injustificado. Destaca además que la sentencia incurre en afirmaciones dogmáticas sin sustento legal alguno, con lo que consideró vulnerados derechos y garantías de raigambre constitucional -arts. 14 <italic>bis</italic>, 17, 18 y 28, CN. IV. En primer término, cabe señalar que el actor apeló la sentencia con sustento en la arbitrariedad por falta de fundamentos del fallo de la Alzada. Estimo, por ello, que sin perjuicio de la materia federal planteada, corresponde tratar, en el contexto de las cuestiones debatidas en la causa en primer lugar, los agravios que atañen a la arbitrariedad, dado que de existir ésta, no habría en rigor, sentencia propiamente dicha (Fallos: 312:1034; 318:189; 319:2264, entre otros). En mi opinión, y sin que ello implique abrir juicio sobre la resolución que en definitiva deba adoptarse sobre el fondo del asunto, estimo le asiste razón al recurrente, en cuanto sostiene que el fallo del <italic>a quo</italic> omitió el tratamiento de los agravios opuestos por su parte que dieran origen a las actuaciones, a partir de los argumentos y jurisprudencia de VE, que a mi entender no se ajustan a la situación fáctica ni a la normativa en que se sustentó el reclamo del quejoso. Asimismo, considero, que tampoco se expidió sobre el despido arbitrario denunciado por el recurrente en todas sus instancias, prescindiendo de la valoración de las normas señaladas, conducentes a su juicio a la solución del conflicto, cuyo examen no quedó evidenciado del modo que es menester, para sustentar las conclusiones a las que arribaron en el acto jurisdiccional sujeto a apelación, sobre la base de afirmaciones dogmáticas que remiten a jurisprudencia de V.E. sin un adecuado estudio respecto a las circunstancias fácticas y jurídicas debatidas en este proceso. En este orden, constituye condición de validez de los pronunciamientos judiciales que éstos sean fundados (Fallos: 318:189; 319:2264), exigencia que al decir de VE, no se orienta exclusivamente a contribuir al mantenimiento del prestigio de la magistratura sino que procura la exclusión de decisiones irregulares (Fallos: 236:27; 319: 2264). Al respecto, soy de opinión que el pronunciamiento de la Alzada carece de fundamentación suficiente, pues se limitó a revocar lo decidido en la instancia anterior, expidiéndose exclusivamente sobre la constitucionalidad del tope tarifario cuestionado, remitiéndose dogmáticamente a antecedentes de VE y omitiendo –reitero– el tratamiento del resto de los agravios introducidos en tiempo propio. Sostiene VE que la garantía del debido proceso –art.18, CN– exige que los pronunciamientos tengan fundamentación suficiente y constituyan una derivación razonada del derecho vigente con aplicación a las circunstancias comprobadas en la causa. Concluyendo, me parece que la sentencia del <italic>a quo</italic> omitió el tratamiento de cuestiones conducentes planteadas por el quejoso, apartándose de la normativa invocada y de la situación fáctica que constituye la base del reclamo, proceder incompatible con las garantías que protege la defensa en juicio y el debido proceso. Es dable resaltar que la sentencia que no contiene una apreciación razonada de las constancias del juicio, en armonía con la normativa legal aplicable, posee un fundamento sólo aparente, con sustento en afirmaciones dogmáticas que la descalifica como acto jurisdiccional válido afectando las citadas garantías constitucionales (Fallos: 312:1656; 314:1887, entre otros). En tales condiciones, entiendo que corresponde declarar procedente el recurso extraordinario interpuesto por el actor, fundado en la arbitrariedad del pronunciamiento, dejar sin efecto la sentencia y disponer que vuelvan los autos al tribunal de origen a sus efectos. <italic>Felipe Daniel Obarrio </italic> Buenos Aires, 14 de setiembre de 2004 <bold>Corte Suprema de Justicia de la Nación </bold> Los doctores <bold>Enrique Santiago Petracchi</bold>, <bold>Augusto César Belluscio</bold>, <bold>Carlos S. Fayt</bold>, <bold>Antonio Boggiano</bold>, <bold>Juan Carlos Maqueda</bold>, <bold>E. Raúl Zaffaroni</bold>, <bold>Elena I. Highton de Nolasco</bold> dijeron: CONSIDERANDO: 1. Que la Sala II de la CN Trab. revocó la sentencia de 1ª. Inst. que había declarado la inconstitucionalidad del límite a la base salarial previsto en el art. 245, LCT (según ley 24013) para calcular la indemnización por despido sin justa causa, y, consecuentemente, rechazó la demanda por cobro de diferencias por esta reparación. En tal sentido, el <italic>a quo</italic>, después de dejar a salvo la opinión que el asunto había merecido a la mayoría de sus integrantes, siguió precedentes de esta Corte en los que se reconoció la validez de la limitación legal antedicha (Fallos: 320:2665; asimismo, Fallos: 306:1964, sobre el art. 245 según t.o. por decreto 390/76). 2. Que, contra tal decisión, la actora interpuso recurso extraordinario, en el que invoca la existencia de cuestión federal. Afirma, entre otros conceptos, que la validez del tope impugnado no debe postularse con prescindencia de un examen riguroso de la situación del caso, sino cuando en su efecto particular, traduce un reconocimiento adecuado y razonable de la intención protectora del art. 14 <italic>bis</italic>, CN. Considera que con su aplicación en el litigio, se ha desnaturalizado el derecho que la norma promueve. Entiende que, bajo la apariencia de la separación de poderes, se ha evitado la apreciación ineludible del salario percibido por el actor –$ 11.000–, con lo cual, al tomarse en cuenta una base inferior al 10% de éste ($1.040,31), se consagró un resultado constitucionalmente inaceptable. Relata que trabajó 26 años para la demandada, por lo que la suma de sólo $27.048,06 no es reparación razonable a la luz de la norma constitucional que garantiza la protección contra el despido arbitrario. 3. Que el recurso extraordinario ha sido correctamente concedido pues, además de reunir los restantes recaudos de admisibilidad, pone en cuestión la constitucionalidad del art. 245, LCT (según la ley 24013) en cuanto limita la base salarial del cálculo de las indemnizaciones por despido sin justa causa, y la decisión apelada ha sido contraria a la pretensión del recurrente fundada en el precepto constitucional invocado (art.14.3, ley 48). 4. Que el 1º. párr. del citado art. 245 dispone: “En los casos de despido dispuesto por el empleador sin justa causa [...], éste deberá abonar al trabajador una indemnización equivalente a un mes de sueldo por cada año de servicio o fracción mayor de tres meses, tomando como base la mejor remuneración mensual normal y habitual percibida durante el último año o durante el tiempo de prestación de servicios si éste fuera menor”. Corresponde poner de relieve dos de los caracteres de este instituto, que se infieren de los términos en que fue enunciado por el legislador. Primeramente, ha sido concebido como una indemnización, al igual que lo ocurrido en oportunidad de su aparición en el ordenamiento jurídico, en 1934 (CCom, art.157.3, ley 11729). En segundo lugar, se encuentra regulado, manteniendo análoga tradición, con arreglo a un doble orden de pautas fundamentales. Por un lado, el importe de la indemnización es tarifado. Empero, por el otro, esta suerte de rigidez es relativa, dado que la determinación de dicho importe tiende, explícitamente, a adecuarse a la realidad a la que pretende dar respuesta, mediante el cómputo de dos circunstancias propias del contrato disuelto: antigüedad y salario del trabajador despedido. Es innecesario, por lo menos a los fines del caso, ahondar en otras consideraciones sobre la naturaleza jurídica de la prestación en juego, punto que, como es sabido, ha despertado tanto la reflexión como el desencuentro entre los estudiosos. Sí importa subrayar que, por intermedio de la referencia a la realidad mencionada precedentemente, el legislador ha buscado, como era preciso, la protección contra el despido arbitrario en concreto, vale decir, con apego a las circunstancias de cada caso, tenidas por relevantes. 5. Que lo antedicho no oculta que el citado art. 245 también ha establecido límites a uno de los datos del recordado binomio fáctico del contrato disuelto. Es el supuesto de la base remuneratoria que, de acuerdo con la mencionada norma, no podrá exceder el equivalente de tres veces el importe mensual de la suma que resulta del promedio de todas las remuneraciones previstas en el convenio colectivo de trabajo aplicable al trabajador al momento del despido, o en el convenio colectivo más favorable, en el supuesto de empleados no amparados convencionalmente. Con ello, la LCT, aunque bajo otro parámetro, reitera la impronta establecida en 1934, pero que no siempre rigió el diseño del régimen indemnizatorio, tal como lo atestigua la ley 23697 (art. 48). En tales condiciones, es posible que la fijación de un importe máximo a la mentada base pueda producir tensiones con los propósitos de alcanzar la reparación en concreto antes indicada. La evaluación legal del daño, que en un primer momento busca, naturalmente, anclar en la realidad por vía del cómputo de la “mejor remuneración mensual normal y habitual” del trabajador despedido, comienza a alejarse de dicha realidad, a desentenderse de ésta, por el obrar de un tope. Y ello, en medida directamente proporcional al <italic>quantum</italic> en que dicha remuneración supere el promedio citado. 6. Que, por cierto, no hay dudas en cuanto a la validez constitucional de un régimen tarifado de indemnizaciones por despido sin justa causa, esto es, un sistema que resigne la puntual estimación del daño en pos de determinados objetivos, entre otros, la celeridad, certeza y previsibilidad en la cuantía de aquéllas. Con todo, si el propósito del instituto es reparar, tampoco hay dudas con respecto a que la modalidad que se adopte, en todo caso, debe guardar una razonable vinculación y proporción con los elementos fácticos que el propio legislador eligió como significativos para calcular la prestación. En efecto, no podría considerarse que la ley lograse su declarada finalidad reparadora si terminara desconociendo la concreta realidad a la que quiso atender, a causa de limitaciones en la evaluación de uno de los elementos de cálculo que, precisa e inequívocamente, constituye uno de los dos indicadores de esa realidad: el salario realmente percibido por el trabajador despedido y no por otro u otros. 7. Que, en tal sentido, es aplicable al presente caso la doctrina de la Corte según la cual “el resarcimiento del empleado debe ser equitativo, y ello importa afirmar que la reglamentación legal del derecho a la llamada estabilidad impropia, constitucionalmente reconocido, debe ser razonable, lo que a su vez quiere decir, adecuada a los fines que contempla y no descalificable por razón de iniquidad” (“Carrizo c/ Adm. Gral. de Puertos”, Fallos: 304:972, 978, considerando 5° y su cita). Más aún. Este precedente concierne a un supuesto en el que el Tribunal confirmó la declaración de inconstitucionalidad de una norma (art. 4, ley 21274), en la medida en que las pautas fijadas para calcular el crédito conducían a “una insuficiencia de la indemnización” por despido (considerando 6°). Más todavía. La necesidad del nexo entre la indemnización y la realidad concreta del trabajador dañado por la disolución del contrato laboral, dispuesta por el empleador sin justa causa, también fue puesta de manifiesto en “Carrizo” al puntualizarse que la reparación tiene contenido alimentario y se devenga, generalmente, en situaciones de emergencia para el empleado (ídem, considerando 5° y su cita, entre otros). Por lo tanto, aplicadas estas comprobaciones al presente caso, sólo ilusoriamente podrían tenerse por atendidos dichos contenido y situación si los condicionamientos legales llevaran prácticamente a desdibujar la entidad de uno de los factores que los componen, como es el importe del salario que el trabajador venía percibiendo para la época del distracto. Corresponde, incluso, citar el caso “Jáuregui c/ Unión Obreros y Empleados del Plástico”. En esa oportunidad, esta Corte, al entender que la finalidad del art. 245 es ponderar la base salarial de cálculo de la indemnización “sobre pautas reales”, juzgó que violentaba los art.14, 14 <italic>bis</italic> y 17, CN, el hecho de que aquella norma fuese interpretada en el sentido de admitir que el salario a tomar en cuenta se apartase de dichas pautas al ignorar el deterioro del poder adquisitivo de este último, acaecido durante el lapso que medió entre la finalización de un ciclo de trabajo (de temporada) y el momento del despido (Fallos: 306:940, 944, considerando 4° y ss.). Se advierte que la aplicación en la especie de la de “Jáuregui”, apareja que determinadas diferencias entre la remuneración establecida en el 1º. párr. del art. 245, y el máximo previsto en su 2º. párr, también podrían tornar irreales las pautas indemnizatorias en juego y, por tanto, censurables con base en la CN. 8. Que, por cierto, dadas las características del régimen en debate, no todo apartamiento por parte de éste de los aspectos de la realidad a los que remite, justificaría el reproche constitucional. Si es válido como principio, de acuerdo con lo ya expresado, que la indemnización por despido sin justa causa pueda ser regulada por la ley con carácter tarifado, i.e, sin admitir prueba de los daños en más o en menos, también lo será, con análogos alcances, que aquélla someta la evaluación de los elementos determinantes de la reparación a ciertos límites cuantitativos. Para resolver la contienda, es cuestión, entonces, de establecer un criterio que, sin desconocer el margen de apreciación del legislador –y los equilibrios, balances y objetivos que motivaron a éste–, señale los límites que impone a todo ello la CN mediante las exigencias de su art.14 <italic>bis</italic>: “el trabajo [...] gozará de la protección de las leyes”, y éstas “asegurarán al trabajador [...] protección contra el despido arbitrario”. Máxime cuando su art. 28 enuncia el principio de supremacía de aquélla, al disponer, claramente, que “los principios, garantías y derechos” reconocidos constitucionalmente “no podrán ser alterados por las leyes que reglamenten su ejercicio”. La intervención de esta Corte en los términos precedentemente expuestos no entraña injerencia alguna en el ámbito del Poder Legislativo, ni quiebre del principio de separación de Poderes o división de funciones. Se trata del cumplido, debido y necesario ejercicio del control de constitucionalidad de las normas y actos de los gobernantes que le impone la CN. Es bien sabido que esta última asume el carácter de una norma jurídica y que, en cuanto reconoce derechos, lo hace para que éstos resulten efectivos y no ilusorios, sobre todo cuando, como en el caso, se encuentra en debate un derecho humano. Asimismo, los derechos constitucionales tienen, naturalmente, un contenido que, por cierto, lo proporciona la propia CN. De lo contrario, debería admitirse una conclusión insostenible y que, a la par, echaría por tierra el mentado control: que la CN enuncia derechos huecos, a ser llenados de cualquier modo por el legislador, o que no resulta más que un promisorio conjunto de sabios consejos, cuyo seguimiento quedaría librado a la buena voluntad de este último. Todo ello explica que la determinación de dicho contenido configure, precisamente, uno de los objetos de estudio centrales del intérprete constitucional. Explica también que al reglamentar un derecho constitucional, el llamado a hacerlo no pueda obrar con otra finalidad que no sea la de dar a aquél toda la plenitud que le reconozca la CN. Los derechos constitucionales son susceptibles de reglamentación, pero esta última está destinada a no alterarlos (art.28 cit.), lo cual significa conferirles la extensión y comprensión previstas en el texto que los enunció y que manda a asegurarlos. Es asunto de legislar, sí, pero para garantizar “el pleno goce y ejercicio de los derechos reconocidos por esta CN y por los tratados internacionales vigentes sobre derechos humanos” (CN, art.75 inc.23). El mandato que expresa el tantas veces citado art. 14 <italic>bis</italic> se dirige primordialmente al legislador, pero su cumplimiento “atañe asimismo a los restantes poderes públicos, los cuales, dentro de la órbita de sus respectivas competencias, deben hacer prevalecer el espíritu protector que anima” a dicho precepto (Fallos 301:319, 324/325, considerando 5°). 9. Que el art. 14 <italic>bis</italic>, cabe subrayarlo, impone un particular enfoque para el control de constitucionalidad. En efecto, en la relación y contrato de trabajo se ponen en juego, en lo que atañe a intereses particulares, tanto los del trabajador como los del empleador, y ninguno de ellos debe ser descuidado por las leyes. Sin embargo, lo determinante es que, desde el ángulo constitucional, el primero es sujeto de preferente tutela, tal como se sigue de los pasajes del art. 14 <italic>bis</italic> anteriormente transcriptos, así como de los restantes derechos del trabajador contenidos en esta cláusula. Más aún. Al doble orden de exigencias mencionadas en el 2º. párr del precedente considerando, corresponde añadir un tercero, puesto que, cuando el art. 14 <italic>bis</italic> dispone que las leyes “asegurarán: condiciones [...] equitativas de labor”, enuncia un mandato que traspasa este último marco. Al modo de un común denominador, se proyecta sobre todos los restantes contenidos de la norma que, sin perder su identidad y autonomía, también son susceptibles de integrar el concepto de condiciones de labor. Entre ellos se incluye, sin esfuerzos, la protección contra el despido arbitrario. Y “equitativo”, en este contexto significa justo en el caso concreto. No es casual, en consecuencia, que el Tribunal haya hecho mérito de la “justicia de la organización del trabajo”, al sostener la validez de normas que ponían en cabeza de los empleadores determinadas prestaciones en favor de los empleados (Fallos: 251:21, 34, considerando 3°). Que también haya juzgado, con expresa referencia a las indemnizaciones por despido, que “la regulación de las obligaciones patronales con arreglo a las exigencias de justicia, constituye un deber para el Estado” (Fallos: 252:158, 163, considerando 10). Se trata, asimismo, de la observancia de un principio, el antedicho, que “también incumbe a la empresa contemporánea” (Fallos: 254:152, 155, considerando 3°). Esta preferencia, por lo demás, es la respuesta constitucional dada en 1957 a diversas situaciones y comprobaciones fácticas, entre otras, la desigualdad de las partes que regularmente supone la relación de trabajo, pero que habían arraigado en la jurisprudencia de esta Corte anterior a la vigencia del art. 14 <italic>bis</italic> (Fallos: 181:209, 213/214). Se explica, así, que ya para 1938, el Tribunal haya considerado que el legislador argentino, al disponer que “el patrón no puede despedir a su dependiente sin justa causa –cualesquiera sean los términos del contrato de trabajo– sin indemnizarlo prudencialmente”, no hacía más que seguir el “ritmo universal de la Justicia” (Fallos: 181:209, 213). A su turno, la incorporación del art. 14 <italic>bis</italic>, CN, tradujo ese ritmo en deberes “inexcusables” del Congreso a fin de “asegurar al trabajador un conjunto de derechos inviolables, entre los que figura, de manera conspicua, el de tener 'protección contra el despido arbitrario” (Fallos: 252:158, 161, considerando 3°). Su “excepcional significación, dentro de las relaciones económico-sociales existentes en la sociedad contemporánea, hizo posible y justo” que a las materias sobre las que versó el art. 14 <italic>bis</italic> “se les destinara la parte más relevante de una reforma constitucional” (ídem, pág. 163, considerando 7° y sus citas). 10. Que sostener que el trabajador es sujeto de preferente atención constitucional no es conclusión sólo impuesta por el art. 14 <italic>bis</italic>, sino por el renovado ritmo universal que representa el Derecho Internacional de los Derechos Humanos, que cuenta con jerarquía constitucional a partir de la reforma constitucional de 1994 (CN, art. 75 inc.22). Son pruebas elocuentes de ello la Declaración Universal de Derechos Humanos (art. 23/25), la Declaración Americana de los Derechos y Deberes del Hombre (art. XIV), el Pacto Internacional de Derechos Económicos, Sociales y Culturales (art. 6 y 7), a lo que deben agregarse los instrumentos especializados, como la Convención sobre la Eliminación de todas las Formas de Discriminación contra la Mujer (art.11) y la Convención sobre los Derechos del Niño (art.32). Al respecto, exhibe singular relevancia el art.6 del citado pacto pues, en seguimiento de la Declaración Universal de Derechos Humanos (art 23.1), enuncia el “derecho a trabajar” (art.6.1), comprensivo del derecho del trabajador a no verse privado arbitrariamente de su empleo, cualquiera que sea la clase de éste. Así surge, por otro lado, de los trabajos preparatorios de este tratado (Craven, Matthew, The International Covenant on Economic, Social and Cultural Rights, Oxford, Clarendom, 1998, pp. 197 y 223). Derecho al trabajo que, además de estar también contenido en la Declaración Americana de los Derechos y Deberes del Hombre (art. XIV) y en la Convención Internacional sobre la Eliminación de todas las Formas de Discriminación Racial (art.5.e.i), debe ser considerado “inalienable de todo ser humano” en palabras expresas de la Convención sobre la Eliminación de todas las Formas de Discriminación contra la Mujer (art.11.1.a). 11. Que, en suma, establecer una pauta en el caso en examen, teniendo en cuenta los principios que han venido siendo enunciados, es cuestión que sólo puede estar regida por la prudencia, y los imperativos de justicia y equidad, antes aludidos. En consecuencia, a juicio de esta Corte, no resulta razonable, justo ni equitativo, que la base salarial prevista en el 1º. párr. del