<?xml version="1.0"?><doctrina> <intro></intro><body><page>El objetivo del presente trabajo es reflexionar sobre la interrelación que existe entre la tecnología, el empleo y la reconversión laboral en el siglo XXI, sus desafíos, sus luces y sombras en un mundo en constante cambio y atravesado por los paradigmas de la “computación ubicua” y de la “obsolescencia programada”, del que ya hablaban tecnólogos de la década del 70' y que hoy es ya una realidad evidente. <bold>Paradojas en el mundo del trabajo y la tecnología</bold> Nos encontramos ante una gran paradoja: por un lado, la expectativa de vida de las personas se extiende cada vez más, vivimos cada vez más años. Hoy, por ejemplo, el promedio de vida es de 76 años en la Argentina, según la Organización Panamericana de la Salud. De este aumento progresivo de la expectativa de vida han tomado nota muchos agentes, por ejemplo, la industria farmacéutica, los sistemas de salud, las compañías de seguros, el sistema financiero y, sobre todo, los sistemas previsionales. De allí muchas voces abogan por extender la edad jubilatoria. Dicen que la propia sustentabilidad del sistema así lo impone, como ocurre por ejemplo en nuestro vecino Brasil, en donde se planea aumentar la edad jubilatoria (que quedaría en 62 años para mujeres y 65 para los hombres) en un sistema que registra un déficit previsional de casi 268 billones de reales, casi el 2,8 % del PBI, un récord histórico en ese país. En Argentina también se desarrollan políticas similares tendientes a incrementar la proporción entre activos y pasivos y aumentar el financiamiento del sistema previsional a través de distintas medidas. Reforma previsional mediante, con la sanción de la ley 27426, recientemente se dictó el decreto N° 110/2018 el cual, entre otras cosas, reglamenta la permisión de que los hombres y mujeres del sector privado puedan trabajar hasta alcanzar los 70 años, lo que ya estaba previsto en el art. 7 de la citada ley al modificarse el art. 252, LCT. Pero como en toda paradoja hay otro aspecto contradictorio de la misma realidad: la automatización, la robotización y la inteligencia artificial en los procesos productivos hace que muchos empleos se tornen obsoletos y desaparezcan y otros tantos se encuentren en peligro de extinción, con fecha de vencimiento. A mitad de camino nos encontramos entonces con cada vez más personas sin trabajo y también sin prestaciones de la seguridad social; ni activas ni pasivas, obsoletas o anticuadas para un sistema, pero demasiado jóvenes para otro sistema: son una especie de muertos vivos, una suerte de homo sacer parafraseando a Giorgio Agamben. Si el trabajo nos constituye también como seres humanos, si nos dignifica como suele repetirse, una situación como la descripta es grave y lacerante para nuestra condición humana. Y esto no se soluciona repitiendo a esas personas excluidas el mantra de “si sucede, conviene”, o tratando de inculcarles un espíritu de emprendedor tardío sin ninguna red de contención social. De allí que se retomen ideas como –por ejemplo– la de la renta básica universal o propuestas de partidos de izquierda como la reducción de la jornada legal de trabajo sin disminución de salarios. Hablamos de paradojas. El trabajo en sí es una paradoja si lo pensamos bien. Es libertad y coerción. Con el trabajo creamos, transformamos y mantenemos el mundo que nos rodea. Pero al mismo tiempo nos sujetamos a las rutinas que impone. La hora en que nos levantamos o almorzamos o hacemos otras actividades están determinadas por el trabajo. Esta es la paradoja. El precio de esta libertad de actualizar nuestras potencias es la pérdida de libertad, como dice Remy Kwant en su obra “Filosofía del Trabajo”. Así como hay una “filosofía del trabajo”, también se está desarrollando y tomando relevancia una “filosofía de la tecnología”. Exponentes de esta rama, como Diego Lawler, señalan que analizar la tecnología es analizar también la condición humana; si aceptamos que el mundo tecnológico es un mundo diseñado, en este diseño está involucrado un conjunto de representaciones. Es necesario teorizar acerca de la acción y también acerca de la ontología de las cosas artificiales y los obstáculos epistemológicos que pueden surgir a la hora de pensar en estas cuestiones, concluye el citado autor. Pero pongamos algunos números al trabajo, más concretamente a la falta de trabajo, con algunos datos recientes a nivel global. La OIT en un informe de octubre de 2017 titulado “Perspectivas sociales y del empleo en el mundo 2017” ha señalado que entre 2015 y 2016 prácticamente no hubo aumento en la cantidad de nuevos trabajadores formales en las pymes y en 2017 hubo aproximadamente 201 millones de trabajadores desocupados, lo que implica un aumento de 3,4 millones con relación al 2016. No se espera, dice el informe, que disminuya la tasa de desempleo mundial en el corto período. Ni qué hablar a nivel de Argentina de los índices de trabajo en negro y precarizado, y los niveles de pobreza y exclusión. Cifras preocupantes que hablan de una tasa de desempleo cercana a 7,2% con millones de desocupados y subocupados y un índice de trabajo en negro por encima de 30%. Todo esto sin entrar a considerar la irrupción de nuevas formas de trabajo, la llamada “economía colaborativa” (los casos de Uber y Airbnb como paradigmas), los freelancers y la necesidad de un estatuto que regule el trabajo autónomo, y otros etcéteras, lo que de por sí ya determina una pequeña crisis en el concepto de “trabajo en relación de dependencia”, que es la razón de ser del Derecho del Trabajo. Todavía no podemos dar una solución definitiva al problema del “trabajo esclavo”, a la discriminación salarial que sufren las mujeres o al acceso al trabajo por parte de los discapacitados o las minorías sexuales, etc., y ya nos estamos planteando qué hacer en un mundo del trabajo en donde las actividades humanas son progresivamente reemplazadas por el uso de máquinas. Este es un fotograma de la película. <bold>La inevitabilidad de la revolución tecnológica</bold> El futuro llegó hace rato. La revolución tecnológica es inevitable e irreversible. Lo que no significa que debamos caer en la locura del “solucionalismo tecnológico” ni tampoco convertirnos en tecnoescépticos radicales. La revolución industrial del siglo XIX no fue derrotada antes pese a algunos intentos (recordemos a los grupos luddistas destructores de máquinas). No será vencida ahora la revolución de las TIC´s. Es un hecho. También es un hecho que las máquinas fueron primero por las tareas físicas, pero ya van por las tareas cognitivas mediante lo que se ha denominado la inteligencia artificial. Películas como “Ex Machina” o series como “Black Mirror” no nos parecen tan distópicas o tanta ciencia ficción, sino todo lo contrario. La problemática actual del empleo y la tecnología ya había sido anticipada. Keynes había hablado el siglo pasado del concepto de “desempleo tecnológico” diciendo que los avances tecnológicos van más rápido que la capacidad del mercado de generar nuevas ocupaciones. Algunos estudios señalan que el 47% de los puestos de trabajo se encuentran en riesgo de desaparecer a causa de la automatización. Veamos uno llevado a cabo por dos economistas de la Universidad de Oxford, apellidados Frey y Osborne. En el 2013 hicieron un informe en donde listaron 702 ocupaciones. En el extremo de actividades “computarizables” en el muy corto plazo están los <italic>telemarketers</italic>, los vendedores de seguros, los trabajadores textiles y los relojeros, entre otros. Estas ocupaciones reciben un valor de 0,98 y 0,99 de 1. La escala va del 0 al 1. Los contadores tienen un 0,94 por ejemplo. Los abogados estamos bien en comparación con ellos: estamos en el puesto 115 con un 0,035. ¿Cuál es la actividad más difícil de realizar por robots de las 702 analizadas? El terapista recreativo. <bold>La tecnología y su impacto en el empleo público y privado</bold> Como ya lo señalamos, la tecnología llegó para quedarse y, al igual que el Derecho, está en todas partes como el aire (parafraseando a Nino en su clásica “Introducción al análisis del Derecho”). Tomemos algunos casos de empleo público. Los trabajadores del antiguo Boletín Oficial en formato papel. En un determinado momento, luego de un período de coexistencia, se implementó de manera definitiva el BOE. Hoy es una feliz realidad. Otro ejemplo, la toma de huella digitales para identificación, lo que se conoce en la jerga penalista como “tocar el pianito”: hoy se usan lectores ópticos en el Registro Civil, el Registro Nacional de Reincidencia y otras dependencias. Se hacen relevamientos satelitales para cuestiones catastrales (tenemos en órbita nanosatélites nacionales como “Capitán Beto” y “Milanesat” entre otros) y se prevé la utilización de drones por ejemplo para socorro, seguridad, evaluación de daños, inspecciones de obra y otras actividades de control. Hasta licencia de la ANAC se necesita ahora para operar drones. Vienen también las multas electrónicas de tránsito y se despide la clásica boleta. Hoy ya tenemos un sistema de estacionamiento en la vía pública que se instrumenta mediante una aplicación para smartphones. Funcionan también en Córdoba sistemas como el SUAC, SUAF, el Ciudadano Digital, subastas electrónicas y licitaciones digitales, sistemas de videocámaras para la seguridad pública y en el tratamiento penitenciario, botón antipánico, tobilleras de seguimiento, etc. Estos son algunos casos en el ámbito de la Administración y el empleo público. Ni qué hablar de cuanto ocurre en el sector privado en rubros como el automotor, la metalúrgica, la metalmecánica, la logística, etc., en los que por otra parte el modelo “fordista” de producción se ha visto progresivamente reemplazado por el modelo “toyotista” (grupos semiautónomos de trabajadores polivalentes conducidos por un team leader). Hoy por menos de veinte mil dólares se adquiere un robot básico para la industria. Aquí el impacto de la tecnología sobre el empleo es aún mayor y también mayor es la participación del empleo privado en el empleo global, concentrando el 87% del total, con cerca de 3000 millones de trabajadores en el mundo. Algunos estudios indican que en los próximos años (estamos hablando de menos de 20 años), la mitad del trabajo que realizan las personas estará a cargo de las máquinas. Las máquinas no van a paritarias, no piden aumentos ni bonos de fin de año; no se enferman ni se accidentan, no se quejan ni se sindicalizan, no hace falta sancionarlas, no controvierten el poder de dirección y organización del patrón, etc. “Pinta tu aldea y pintarás el mundo”, decía Tolstoi. Un estudio de la Agencia para el Desarrollo Económico de la ciudad de Córdoba (ADEC) realizado por tres investigadores (Gatica, Ratner y Cerezoli) señala que el cambio tecnológico impactará aproximadamente sobre 300.000 empleos en el Gran Córdoba, sea a través de máquinas, robots o programas informáticos, principalmente en áreas como transporte, almacenamiento, comercio e industria. Otros datos salientes del informe refieren que: 1) el grupo de jóvenes (de 18 a 30 años) son los más vulnerables a este cambio; 2) los empleos sin calificación registran una caída, salvo algunos servicios varios como el cuidado y atención de personas, que tienen menos chances de ser automatizadas; 3) el 56% de los puestos de trabajo registrado en el sector privado se concentra en grandes empresas y por lo tanto estas son las que tienen más posibilidades de financiar los cambios tecnológicos, en tanto, en las pequeñas empresas de hasta cinco trabajadores, el 68% se halla en la informalidad, por lo que hay que tomar medidas para mitigar esta polarización y evitar que la robotización desplace trabajadores. ¿En los trabajos manuales se agota la problemática? Nada de eso. Dos ejemplos: hay un robot escritor que se presentó en la Feria del Libro de Francfort de 2017, en Alemania. “Manifiest” se llama este robot y elige términos, los asocia y construye oraciones. ¿Cómo empezó a practicar esta máquina? Transcribiendo la Biblia día y noche durante nueve meses. Pero hay más. Hoy existe un “boot” que se usa para apelar multas de tránsito y hacer reclamos patrimoniales a las compañías de seguros. ¿Pensamos que la ergonometría es un obstáculo para los robots? Nada de eso. Con solo ver lo que hacen en Youtube los modelos “Atlas” de la empresa Boston Dinamycs nos vamos a quedar con la boca abierta. (1). Pero no siempre el robot sustituye al hombre; en algunos casos la robótica actúa como soporte del trabajo humano. Un ejemplo de ello son los llamados “exoesqueletos”; algunos aumentan hasta diez veces la fuerza humana y no sólo están previstos para usos militares o para la salud: también se utilizan en el ámbito del trabajo, por ejemplo en la construcción, en tareas riesgosas como la limpieza de centrales nucleares. Asimismo, tecnologías como la realidad virtual y la realidad aumentada (que incorpora elementos virtuales a un mundo físico real, al estilo Pokémon Go) son utilizadas incipientemente para la capacitación laboral en algunas empresas. Tecnologías corporales como estos exoesqueletos o los implantes incluso plantean interrogantes acerca de lo que puede o no hacer un cuerpo, además de otros dilemas éticos y jurídicos. Sin ir más lejos, ya se han creado implantes cerebrales que incrementan la memoria en un 30 por ciento: un chip o un implante que porte un ciborg-trabajador, ¿es una herramienta de trabajo que tiene que devolver al finalizar la relación laboral como una computadora o un teléfono? ¿Cuáles son los límites? ¿Cómo aventar el peligro de que el hombre sea acuñado como un mero suministro de la técnica? Riesgo del que ya alertaba Martin Heidegger en 1963 en una célebre entrevista. (2). <bold>Capacitación y reconversión laboral</bold> Ante el panorama planteado, algunos sindicatos ya han tomado la iniciativa, principalmente en el sector privado. Tomemos el caso de Uecara, que agrupa en su seno a los peajistas, los empleados que trabajan en las concesionarias viales. Desde el 2015, Uecara viene planteando la necesidad de la reconversión laboral de aproximadamente 900 puestos de trabajo en riesgo por la automatización. Se plantearon entonces alternativas como la afectación del personal a tareas de seguridad vial, primeros auxilios o el mantenimiento de equipos, previa capacitación en instituciones educativas. Esto es: ellos ya vieron el problema y se pusieron a trabajar: saben en concreto que la apertura y cierre automático de las barreras de peaje y el cobro electrónico se van a terminar imponiendo totalmente en el corto plazo. Este gremio ya está trabajando en alternativas que han planteado a las empresas concesionarias y a los Ministerios de Trabajo, de la Nación y de la Provincia. Este que describimos es un camino que hay que comenzar a desandar, sin pausa pero sin prisa, como dice la canción. No desdeñemos entonces la experiencia que podamos recoger de otros ámbitos, para que no se haga realidad la sentencia que algunos atribuyen al recordado pegador “Ringo” Bonavena, la que dice que la experiencia es un peine que la vida nos da cuando nos quedamos pelados. ¿Cuál es el rol de Estado en todo esto? El Estado debe ocuparse decididamente de esta problemática, acompañar esa transformación y con mayor énfasis respecto de sus dependientes públicos. Deben tener un rol protagónico los Ministerios de Trabajo y los de Modernización, Tecnología o Innovación (cualquiera sea su denominación) e Industria o Producción. Hay algunas iniciativas dispersas, pero no hemos podido encontrar alguna que específicamente trate de esta problemática en concreto. Por ejemplo, el Ministerio de la Producción de la Nación tiene diversos programas destinados a fomentar la creación de puestos de trabajo y la capacitación laboral. En Córdoba también hay programas sociales de empleo en ese sentido, como el Primer Paso, Aprendiz y Por Mí y Adultos Varones, básicamente coadyuvando al pago de salarios. Incluso debemos decir que bajo el rótulo de reconversión laboral se agrupan algunas problemáticas que no implican necesariamente la automatización en los empleos, como –por ejemplo– la reconversión de carreros y cartoneros como “servidores urbanos” u otras denominaciones, y el cambio de la movilidad de la tracción a sangre al motor. <bold>A modo de conclusión</bold> Creemos que el tema propuesto amerita su discusión en una agenda pública donde se discutan los tipos de empleos y las calificaciones que serán relevantes en el futuro, de las cuales la flexibilidad y la originalidad parecen ser las sobresalientes. Requiere de una intervención activa del Estado, tanto respecto del empleo privado y cuanto más del empleo público en su carácter de empleador. La problemática planteada incluso debería estar entre los temas a abordar por órganos consultivos como los Consejos Económicos y Sociales, los Consejos de Partidos Políticos, distintos Observatorios, etc. Debe discutirse seriamente sobre la incorporación de tecnología, su impacto y las capacitaciones y reconversiones que resulten necesarias. Esta exigencia no es nueva. Pensemos que ya a principios del siglo XIX, Jean Charles Leonard Simonde de Sismondi, uno de los primeros pensadores económicos en abordar la cuestión del trabajo y la máquina y quien popularizó el término “proletario”, sostenía que la expansión de las máquinas tenía consecuencias para el trabajador que no podían ser desatendidas. En otras palabras, los trabajadores, y más aún las personas, no pueden ser concebidos como “daños colaterales” de la disrupción tecnológica. Sería posible, por ejemplo, instrumentar un monitoreo permanente sobre la incidencia de la automatización y la robotización en los procesos productivos y en la prestación de servicios. Por otro lado, se podrían implementar fondos o fideicomisos específicos para reconversión laboral que tengan por objeto la evaluación, recalificación y posible reubicación del personal, siempre y cuando se trate de programas de inclusión y no meramente –como han existido– programas de retiros voluntarios y pago de indemnizaciones. Además de la participación del Estado, se necesita del juego racional de los sindicatos, tanto los del sector público como del sector privado; estos tienen que “cambiar el chip, apretar F5 y refrescarse” en muchos aspectos, ampliar la negociación colectiva más allá de las reivindicaciones salariales, dejar de ser “sindicatos de pan y manteca” –al decir de Lucio Garzón Maceda– y hablar en serio de las condiciones de trabajo. No hay que demonizar a la tecnología ni pensarla como una exterioridad. Todos nosotros somos tecnología. Pensemos también en el avance de la tecnología y su relación con las facultades de control del empleador y el derecho a la intimidad del trabajador. La tecnología también impacta en la Administración Pública notablemente, pero parece que muchos quieren hacer caso omiso. El entorno laboral está en constante cambio. No advierten, por ejemplo, que muchas de las tareas que antes hacía el empleado lo hace ahora el propio ciudadano; para verificarlo, solo basta ver el portal de trámites y la multiplicidad de gestiones que se pueden hacer on line. Además, el “Derecho a una Buena Administración” del que hablan autores como el español Rodríguez Arana comprende, creemos, el derecho que tenemos todos a una disposición racional de los servidores públicos. Por supuesto que también el sector empresario tiene que sentarse a esta mesa asumiendo que la mejora de la competitividad y la generación de más riqueza no puede alcanzarse sin ningún tipo de límites y asumiendo solo los puros dictados de la lógica del mercado. Recapacitar y reconvertir tiene sentido si las empresas hacen lugar al trabajador. Los argentinos somos bastante proclives a la “batraciofagia”, pero cuidado: no nos “comamos otros sapos” con esto: en estos tiempos modernos se ha quebrado una ligazón histórica que siempre se mantuvo: la de la producción y el empleo. Crecía la producción y crecía invariablemente el empleo. Hoy no es tanto así. Hoy estas variables no corren necesariamente juntas. Miremos el ejemplo del campo: la tecnología hace que la producción se incremente cada vez más y, sin embargo, el trabajo rural manual ha disminuido año tras año. ¿Otra señal de alarma? Ya está desvirtuado el ciclo tradicional que dice que la tecnología impacta primordialmente en el empleo industrial por la incorporación de las máquinas y ello se traduce en una conversión de ese puesto en el sector servicios, aunque con remuneraciones más bajas. Hoy los puestos en riesgo son cada vez más y alcanzan más ámbitos. Si este sistema vertiginoso de producción sigue a este ritmo, se va a dar un tiro en el pie. ¿Quién va a consumir la gran cantidad de bienes y servicios que se producen exponencialmente? ¿No será que generamos más exclusión y se amplía la brecha entre quienes lograron adaptarse y quedarse adentro y quienes no? No podemos admitirlo. Nuestro gran poeta Armando Tejada Gómez en “Hay un niño en la calle” dijo con brillantez: “... Importan dos maneras de concebir al mundo. Una salvarse solo, arrojar ciegamente a los demás de la balsa; y la otra, un destino de salvarse con todos, comprometer la vida hasta el último náufrago…” Esta cuestión nos interroga a todos como seres humanos, nuestros hábitos de consumo, la vara cada vez más alta de nuestras expectativas en cuanto a bienes y servicios que queremos adquirir con desenfreno. Hay quienes alegan que muchas de las innovaciones tecnológicas actuales son minúsculas comparadas con el impacto que causaron en el pasado la electricidad, el agua corriente y el motor de combustión interna. Si pensamos, por ejemplo, en los celulares que muchas veces se cambian y se pagan importantes cifras por un gigabite más de capacidad o un megapixel más de definición, veremos que lo que dicen no yerran del todo. En definitiva, es un tema que no tiene una sola cara. Es más bien poliédrico, hay aristas vinculadas con la seguridad social, el empleo no registrado y el desempleo, el derecho, la economía, la política, la sociología, la filosofía y el sistema educativo inclusive. Como dice Darío Sztajnszrajber, en Argentina parece que tenemos una escuela del siglo 19, docentes del siglo 20 y alumnos del siglo 21. ¿No queremos todos –en definitiva–un derecho para que el ciudadano y también el trabajador tenga una mejor calidad de vida? Tratemos entre todos de lograr un crecimiento inclusivo y sostenible. “O es pa’ todos la cobija o es pa´todos el invierno”, decía Jauretche&#9632; <html><hr /></html> *) Abogado. Especialista en Derecho del Trabajo y de la Seguridad Social (UNC). Especialista en Asesoramiento Jurídico del Estado (PTN). Maestrando en Derecho Administrativo (UNC). 1) N. de E.- “Atlas is the latest in a line of advanced humanoid robots we are developing. Atlas' control system coordinates motions of the arms, torso and legs to achieve whole-body mobile manipulation, greatly expanding its reach and workspace. Atlas' ability to balance while performing tasks allows it to work in a large volume while occupying only a small footprint. The Atlas hardware takes advantage of 3D printing to save weight and space, resulting in a remarkable compact robot with high strength-to-weight ratio and a dramatically large workspace. Stereo vision, range sensing and other sensors give Atlas the ability to manipulate objects in its environment and to travel on rough terrain. Atlas keeps its balance when jostled or pushed and can get up if it tips over”. (https://www.bostondynamics.com/atlas) Consultado el 12/6/2018. 2) N. de E.- Ver https://www.youtube.com/watch?v =YRlcOVr2J4Q). </page></body></doctrina>