domingo 24, noviembre 2024
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Comercio y Justicia 85 años

“La palabra es el instrumento más poderoso que tiene la medicina”

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“Trato de mostrar descarnadamente la vida real de un médico argentino, el intercambio con el paciente, el sufrimiento, el dolor,la indignidad en la que muchas veces trabaja”, subraya el galeno y también escritor – Carolina Klepp – [email protected]

“La medicina es básicamente una disciplina humana, no es ciencia pura, es una disciplina de intercambio entre una persona que padece y otra que tiene un conocimiento y que está dispuesta a ofrecerlo para aliviar su padecimiento. El lenguaje, la conversación, la narrativa es el instrumento más poderoso que tiene la medicina en todo sentido, mucho más que la tecnología de punta. Nuestro recurso más sofisticado tiene miles de años de existencia: es la palabra”. La descripción pertenece al médico Daniel Flichtentrei, impulsor del concepto “medicina narrativa” y autor de La verdad y otras mentiras, una colección de relatos conmovedores que desnudan la intimidad de la vida y las emociones de un médico, como le gusta subrayar.
“En mi libro intento contar, a través de la literatura basada en casos reales, la vida de un médico argentino, el intercambio con el paciente, el sufrimiento, el dolor, la indignidad en la que muchas veces trabaja. Intento sacar el manto de la bata blanca inmaculada de las series de televisión y mostrar lo que pasa en el mundo real que normalmente es incierto, ambiguo, complejo”, sostiene el director de IntraMed (sitio especializado en medicina) y secretario académico de la especialidad en cardiología del Colegio de Médicos III de Buenos Aires que días atrás presentó su libro en el Consejo de Médicos de Córdoba.

– Cuando comparte experiencias con colegas ¿encuentra quienes no utilizan tanto el ejercicio de la palabra con el paciente para que no les afecte lo que pueda generar esa relación o porque suelen creerse “superiores” al paciente?
– Creo que ahí hay una serie de malos entendidos de ambos lados. En principio, todo médico sabe (lo ponga o no en práctica) que el diagnóstico y el tratamiento se centra básicamente en la relación que pueda establecer con las personas. No trabajamos con ratas de laboratorio sino con seres humanos complejos, que viven en un mundo, en una sociedad, que tienen padecimientos comunes con los que padece el médico. Si perdemos esa capacidad de conectarnos con la otra persona, también perdemos la capacidad de diagnosticar, de hacer un tratamiento adecuado. En ese sentido los médicos son co-sufrientes con los pacientes, los dos vivimos en la misma sociedad, nos educamos en la misma cultura, tenemos las mismas virtudes y defectos, somos hermanos en ese sentido. Uno sabe unas cosas y otro sabe otras. En la denominada medicina narrativa intentamos rescatar lo que los enfermos ignoran que saben y lo que los médicos no saben que ignoran. Vivir con una enfermedad, la experiencia de ser enfermo, da un capital de conocimiento único que no está en los libros de medicina, que sólo lo tiene la gente que ha padecido una enfermedad y eso es valiosísimo para la medicina. Las historias que los pacientes nos cuentan son la clave del diagnóstico y la clave del tratamiento, sin eso no hay medicina.

– ¿Cómo hacen los médicos para despegarse del mundo de la enfermedad con el que tratan diariamente?
– Éste es uno de los temas más trascendentes en toda esta cuestión. Algunos datos: la medicina, en el mundo entero, es una de las profesiones con más suicidios. Sólo en Estados Unidos se suicidan 400 médicos por año. En Argentina no hay cifras, no se conocen, pero suponemos que no debe ser muy diferente. Esto un gravísimo problema. Muchas veces la medicina blinda la relación emocional con el paciente como una forma de defenderse del propio daño que produce el ejercicio médico. Es la profesión que más divorcios tiene y más mortalidad por enfermedad cardiovascular temprana. Nos morimos antes que el resto de las profesiones, es decir, hay una serie de indicadores objetivos epidemiológicos que muestran que ser médico tiene un precio en la propia salud y en la vida de quienes lo ejercen. Las mujeres médicas lo pasan aún peor. Lo que se ha visto, y esto está muy científicamente estudiado, es que contar, narrar historias, no es sólo un modo de acercarse mejor a los enfermos y ser mejor médico, sino que es un modo muy interesante y efectivo de proteger a los médicos de la grave enfermedad profesional que padecen. Hicimos un estudio en 11.000 médicos de muchos países y vimos que la tasa de burn out (síndrome del “quemado” en el trabajo) es altísima, más que en cualquier otra profesión.

-Además denuncian ser víctimas de cada vez más agresiones…
– El último estudio que publicamos el año pasado en la Organización Mundial de la Salud (OMS) es sobre agresiones y violencia en el escenario del trabajo de los médicos y es dramático. La profesión es compleja, porque estamos enfrentados permanentemente al dolor humano, a las muertes, al padecimiento, al duelo. Y, para peor, lo hacemos muchas veces expuestos a una violencia y una agresividad de las cuales somos víctimas erróneamente. Somos co-sufrientes, no estamos en un escalón de decisión por encima de la gente, padecemos las mismas miserias que ellos y las compartimos en muchos sentidos. Eso es lo que intenta mostrar mi libro, intenta contraponer esa imagen idealizada del sacerdocio de la medicina y mostrar una realidad un poquito más descarnada y cruel.

Sobre sexo

Hace pocos días se divulgó un video de una guardia del Hospital Garrahan en Buenos Aires, de médicos teniendo sexo, y se armó un escándalo tremendo. La verdad no entiendo cuál es el escándalo. Ni los médicos ni nadie tienen que explicarle a los demás con quién tienen sexo, excepto que esto genere que en tu trabajo haga algo indebido. Los médicos, como los panaderos, carpinteros, mecánicos forman pareja, tienen sexo ocasional, como cualquiera. Laburan en un hospital, viven en un hospital. Un panadero por ahí está 8 ó 10 horas laburando y se va a su casa, un médico está 48 horas allí adentro, vive ahí, está más tiempo en un hospital que en su casa durante décadas y ahí pasan las mismas cosas que le pasan a cualquiera en cualquier lugar del mundo”.

En primera persona. Una de las mentiras en terapia intensiva

“En mi libro cuento algunas mentiras en la medicina. La mentira es un recurso cuando está bien usado pero que puede ser muy dañina cuando está mal usada. Tuve un paciente viejito en terapia intensiva, en etapa terminal, que a cada rato me preguntaba si sus hijos estaban afuera. Yo todo el tiempo le decía que sí, que estaban durmiendo sobre un banco, que lo querían mucho, que yo no los podía dejar entrar porque era peligroso por las infecciones pero que en cuanto pudiera los iba a dejar ingresar a la sala. Luego el hombre se dormía y volvía a despertar, y cada vez preguntaba por los hijos de nuevo. Yo le volvía a decir que ellos estaban afuera… hasta que el hombre se murió y sus hijos nunca estuvieron afuera de la sala. Esa noche los llamé 10 veces a los teléfonos que tenía a mano y no atendieron. Mandé a una asistente social a buscarlos y no vinieron. Yo elegí mentirle, no sé si hice bien o mal, pero elegí eso”, cuenta Daniel Flichtentrei.

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