viernes 22, noviembre 2024
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Comercio y Justicia 85 años

Zanichelli atajó una pelota que tenía patas y dientes

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Por Carlos Ighina (*)

“El demócrata del arco”, lo llamó con una de sus frases precisas Nilo Neder. La democracia le venía por su vocación por lo popular y lo sencillo de su carácter.
Nacido en Mendoza, Arturo Zanichelli recaló en la “U” a principios de 1930, cuando la vida era fraterna alegría en las familias sustitutas de pensiones y casas de estudiantes. El romanticismo del Clínicas lo instaló en Córdoba y en barrio San Martín cruzaría la Castro Barros para coronar un par de carambolas en el legendario “Tango Bar”.
La secuela de la poliomielitis no le impidió desafiar a los tres palos del arco y con una gorra “a lo Tesorieri” -remedo de la usanza del gran arquero de Boca Juniors entre 1918 y 1927- se puso a atajar en Universitario. Era tiempo de buenos arqueros y Arturo optó por probar suerte, hacia 1932, en el glorioso Instituto, donde por talento propio gano el puesto en primera.
En 1933 se produjeron desavenencias con la dirigencia de Alta Córdoba y estuvo a punto de proseguir su carrera en Buenos Aires, pero no le concedieron el acuerdo correspondiente. En 1934 volvió a la valla de la “U”, jugando en el campeonato de ascenso. Después dejó el fútbol, pero no el billar y las bochas ni mucho menos la política y los amigos. Nadie que lo hubiese conocido fue olvidado por Zanichelli, ni en el llano ni en la cumbre gubernativa.
Fue gobernador de Córdoba entre 1958 y 1960, sufriendo los avatares de la política al ser intervenido durante la presidencia de Arturo Frondizi, el máximo representante del partido al cual Zanichelli había brindado su dedicación. Su vida, breve y luminosa, corrió como las aguas de La Cañada, naturalmente saludadas por la gente del pueblo.
Todo lo vivió desde lo profundamente humano y vital, incluso repartiendo caballerosamente trompadas en el ring en tiempos de Guillermo López y los hermanos Azar, sus vecinos de barrio. Haciendo rodar los marfiles sobre el paño verde, gozando como un niño con el entrechocar de las bochas. Gastando decenas de cigarrillos en charlas de café, inflamándose con la oratoria en los mitines partidarios, ejerciendo la abogacía en el “estudio de la mala pata”, llamado así por la cojera de sus tres integrantes. O desempeñando la delegación del pueblo con progresismo, amplitud y bonhomía.
En los días estudiantiles de Zanichelli tenía su propia fortaleza en Córdoba, la Legión del Imperio o la Legión de Río Cuarto, cuyos componentes gustaban de presentarse como un malón de ranqueles vestidos de guardapolvos blancos o con saquito de estudiante de derecho. El precursor fue seguramente Manuel Pizarro, estudiante de ingeniería en 1907, año de la fundación del Club Universitario, quien llegó a la intendencia de la gran ciudad del sur, pero después de la creación del Club Estudiantes, en 1912, la relación deportiva entre esa institución de la hoy capital alternativa de la provincia con Universitario pasó a constituir una tradición que se manifestaba cuando el calendario descubría el mes de las navidades.
Pasada la segunda mitad de la década del 20, el jefe natural, o tal vez el cacique de la legión, era José Guillermo “Pepe” Zavala Ortiz, el mismo que hacia 1927, junto a Esteban Sanz, acompañó al vasco Güena en los primeros intentos por instalar el rugby en Córdoba.
La llegada de los representativos de la “U” constituía un acontecimiento tanto deportivo como social en las pampas de la Trapalanda, en particular desde la constitución de la Federación de Foot Ball de Río Cuarto, en 1917. Eran jornadas de festejadas vivencias juveniles, en las que la risa y la broma oficiaban de musas para celebrar la vida.
La lista de los “legionarios” riocuartenses es, sin duda, extensa. Baste nombrar, sin ánimo de exclusiones, a los Medina, Albello, Provenzal, Nápoli, Pariani, Dalvit, Alonso, Ferreyra, Subirach, de Rivas, Peiretti, Pomponio, Pacheco, Welner, Carranza, San Millán, Farias, Cadario, Sarandón, Oliva Vélez, Bauducco, Vacotto, Antinucci –que fue gobernador de Córdoba-, Cachambú, Felice, Aguirre y el célebre “manco” Pérez. Tiempos de fraternidad, tiempos en los cuales los muchachos que vivían en el exilio de Córdoba formaban una gran familia, construyendo un espíritu de comunes sentimientos que bien puede ser tomado como espejo y modelo.
En cuanto a Zanichelli, de su elección personal en la vida ha quedado registrada una anécdota en Río Cuarto, con ocasión de un partido amistoso de los tantos que año a año se sucedieron. Los visitantes habían sido generosamente agasajados y Zanichelli, como otros, hubo de acostarse tarde, menguado en sus capacidades habituales. En pleno desarrollo del partido y en circunstancias apremiantes, un compañero le pasó la pelota al grito de :”¡Tuya, Rengo!”. El arquero, en medio de una nebulosa que el viento levantaba a lo largo de la cancha carente de césped, vio pasar un bulto a su lado y voló por instinto, pero en realidad no contuvo la pelota cerrada con tiento sino que se revolcó abrazado a un perro, de esos que nunca faltan. Los locales, en medio de gran jarana, festejaron el gol en contra.
En la “U”, Arturo Zanichelli brindó amistad e hizo amigos que lo acompañaron toda la vida, de aquellos para quienes siempre fue “el rengo”, es decir, los que en definitiva lo compensaron con la fidelidad que no le otorgó la política.

(*) Abogado-Notario. Historiador urbano-costumbrista. Premio Jerónimo Luis de Cabrera.

 

Comentarios 1

  1. Excelente nota estimado amigo de tantos años. No conocí personalmente al personaje pero tu escrito me ha llevado a la vieja y querida Córdoba en una hermosa y emotiva nota deportiva, que no conocía en detalles. Muchas gracias Dr. Picho y seguí por favor invitándome a visitar este lugar para compartir con todo gusto tus escritos.
    Rico Héctor QQ

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