Hay consenso en conceptualizar la historia como la ciencia social que estudia el origen y desarrollo de las sociedades humanas y de sus culturas a través del tiempo. Si en esa ciencia aparecen pocas mujeres en acción -trascendente o no- deberemos agudizar los sentidos, dirigiendo una mirada de género.
Podremos prestar especial atención a nuestros historiadores, formados en la cultura patriarcal, que no registran a las mujeres.
Podremos, con Lito Nebbia, pensar “si la historia la escriben los que ganan, eso quiere decir que hay otra historia.”
Diremos, sin embargo, que nos es otra, que es parte de la misma que subyace esperando que se descorran los velos que la ocultan. Ése es el desafío constante: identificar a las mujeres y encender una luz que permita que luzcan todo su brillo, que todos podamos apropiarnos de esas mujeres, de sus historias y de sus aportes a la sociedad.
Por ello he considerado indispensable traer al debate cotidiano la presencia y acción de la “mujer-árbol”. Wangari Muto Maathai se ganó ese apelativo por su trabajo incansable en Kenia, que la trascendió como un aporte a nuevas generaciones en África y el mundo.
Esta africana sonriente, nacida en 1940, tuvo un privilegio respecto de sus coterráneas y de sus congéneres: ella pudo estudiar. En Estados Unidos obtuvo una licenciatura en biología y posteriormente egresó de la Universidad de Nairobi como la primera mujer doctorada del África del Este.
Universitaria comprometida con su medio y su género, comenzó la lucha como activista en la Asociación de Mujeres Universitarias demandando el cese de la discriminación salarial.
En contacto con las mujeres del campo recibió las quejas que le indicaron que faltaba leña, faltaba agua, faltaba alimento y las condiciones de vida se endurecían. Ella explica sencillamente: “En África son las mujeres quienes cultivan la tierra, van a buscar agua, cuidan a los hijos, a los mayores.” En una actitud superadora de la queja estéril las convocó a cambiar esa realidad: “si no hay leña, plantemos árboles (…) no esperemos que nuestros hijos mueran de hambre”.
A cargo de sus tres hijos y condenada como culpable en el divorcio por “ser demasiado educada, tener demasiado carácter, ser demasiado exitosa y demasiado obstinada para ser controlada”, emprendió la lucha contra la corrupción política en su país y contra la pobreza que enfrentaban miles de mujeres kenianas.
Así nació el Movimiento Cinturón Verde, un programa cuyo objetivo central es la plantación de árboles como recurso para mejorar las condiciones de vida de la población; sus destinatarias y protagonistas fueron las mujeres pobres de África. Mientras Wangari crecía en su desarrollo personal -presidá el Consejo Nacional de Mujeres de Kenia, fundó un partido ecologista, resultó electa miembro del Parlamento y viceministra del Medio Ambiente-, acompañaba a las protagonistas del Cinturón Verde, quienes gestionaban semillas y las plantaban. Primero sembraban en sus parcelas, luego en terrenos públicos, siempre con el apoyo económico y el estímulo constante de Wangari.
Ella jerarquizó a esas mujeres del Cinturón Verde nombrándolas “silvicultoras sin diploma”.
En un proceso que excedió Kenia y se expandió al resto de África, para luego ser importado como modelo por el Partido Socialista Obrero Español a fin de implementarlo en la península Ibérica, Wangari organizó 3.000 viveros en los que trabajaban 35.000 mujeres.
Con sencillez, gustaba referir un cuento: el colibrí intenta apagar un incendio en el bosque con su pico, y a quienes le indican que su esfuerzo es inútil les responde: “hago lo mejor que puedo”; para concluir en primera persona “Seré como el colibrí, haré lo mejor que puedo”.
Su proyecto y trabajo la hizo merecedora del Premio Nobel de la Paz en 2004, manifestando el jurado en esa ocasión: “La paz en la Tierra depende de nuestra capacidad para garantizar la supervivencia de nuestro medio ambiente.
Maathai encabeza la lucha por promover en Kenia y en África un desarrollo social, económico y cultural ecológicamente viable. Su enfoque sobre el desarrollo sostenible abarca la democracia, los derechos humanos y los derechos de la mujer en particular. Piensa globalmente y actúa a nivel local”.
Mucho se habla y escribe del calentamiento global, sus causas (gases de invernadero producidos por combustión de coches, fábricas, electricidad, actividad agrícola, procesos industriales, vertederos y pérdidas de bosques), sus consecuencias (mayor contaminación, temperaturas extremas, escasez de agua, inundaciones y sequías más intensas, peligro de extinción de variadas especies animales y vegetales), y la posible solución, que se reduce a interrumpir la tala indiscriminada y reforestar para que la vida humana sea posible en el futuro.
Esta mujer africana decidió enfrentar los grandes intereses económicos y políticos, para ello empoderó a las mujeres y al grito de “HARAMBEE” (¡todos a una!) sembraron cada árbol.
Al recibir el premio Nobel dijo “La industria y las instituciones internacionales deben comprender que la justicia económica, la equidad y la integridad ecológica valen más que los beneficios a cualquier costo”.
Wangari murió en septiembre de 2011 a los 71 años.
Como testimonio vivo de su proyecto y lucha le sobreviven 47.000.000 de árboles e infinidad de mujeres empoderadas que siguen luchando por sus derechos y por una mejor calidad de vida.
(*) Abogada. Ensayista. Autora del libro Ser mujer en política.