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Unos cuadernos obscenos

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 Por Luis Carranza Torres* y Carlos Krauth **

Muchas veces hemos hablado respecto a lo que implica para nuestras vidas nuestra democracia, el futuro de nuestros hijos, la corrupción. Aun siendo conscientes sobre lo deleznable y extendido de este último fenómeno en nuestra sociedad, la realidad no deja de sorprendernos.
Los cuadernos en que Oscar Centeno, el chófer del poder y del “curro” a escala industrial, anotaba con una apretada caligrafía rutas, retiros de grandes sumas de dinero en efectivo, quienes la daban, dónde la llevaban y quiénes lo recibían, desde el 23 de marzo de 2005 al 3 de noviembre de 2015 (con algunas lagunas temporales entre cuaderno y cuaderno) causan tanto estupor como indignación.
Estupor porque no importa la idea que tengamos respecto de la magnitud del robo al Estado por vía de sobornos, siempre la realidad nos sorprende con más. Indignación porque uno piensa en todo lo que pudiera haberse hecho con ese dinero.

La corrupción es un delito aberrante. De esos que te “joden en grande” sin que por ahí te des cuenta. Y en aspectos centrales de tu vida. Son escuelas que no se construyen, hospitales sin equipamiento, menos policía en la calle, menos infraestructura para asegurar la defensa de espacios de frontera terrestre, aéreos o marítimos. Son maestros que no cobran lo que deben, equipos de salud públicos incompletos y mal pagos, entre muchas otras cosas.
Cuando no podés anotar a tu hijo en una escuela pública o vas a un hospital y la cola da vuelta a la cuadra para atenderse, ahí está la corrupción.
Pero no son solo simples molestias. Es gente en muchas partes del país que muere o vive miserablemente por no contar con los recursos para prevenir enfermedades endémicas, procurar a tiempo remedios o tener infraestructura que los sane.
Todo eso es la corrupción a la que calificamos, a falta de un mejor vocablo, como obscena. Obscenidad es una palabra, como tantas, que proviene del latín obscenus (significando «repulsivo, detestable»). Es así, pero también, nos quedamos cortos.
La dimensión del robo a todos nos deja sin palabras a las que recurrir para calificarlo.
Es bueno también, como lo dijimos en varias columnas, que las consecuencias legales de delinquir sean también para el otro lado del mostrador. Para aquellos que por codicia ceden a los sobornos.

Ninguno es una víctima inocente. No es que se los fuerce a dar nada. Tampoco, que pierdan algo. Lo pagado a los políticos corruptos por empresarios igualmente corruptos es un costo más dentro de la obra o prebenda que se asegura con la entrega de tal suma.
Ellos no sacan nada de su bolsillo. Por lo que no existe otro trato posible que lo que son: delincuentes. Que vistan un traje caro no cambia en nada lo obsceno del acto. Antes bien, profundiza esa inmoralidad.
Esta vez, tal vez como casi nunca había pasado, se ve la foto de todos los actores de la corrupción. Funcionarios, empresarios y hasta altos miembros del Poder Judicial son mencionados con nombre y apellido como parte del entramado de delictivo. Salvándose así del reproche que se hacía de que solo caían funcionarios del Gobierno pasado, por lo que era una cuestión de persecución política.
La corrupción no tiene color, rol social o ideología. Se es corrupto o no se lo es, como tampoco se puede ser honesto a medias.
Hechos como estos, junto a las cifras siderales implicadas en todos los sucios asuntos de que los cuadernos muestran, llevan también a tener que remarcar el convencimiento de contar con una ley ágil que permita recuperar para el Estado lo que es de todos. Hoy, estancada en el Congreso inexplicablemente. O no tanto.

Está perfecto que vaya preso quien deba ir. Pero, además, hay que forzarlos a que devuelvan lo robado.
Se avanza como nunca antes en el tema de castigar la corrupción. Más por acciones judiciales de funcionarios individuales que por un convencimiento del conjunto. Es bueno, auspicioso, pero no suficiente. Falta mucho por hacer.

* Abogado, doctor en Ciencias Jurídicas.
** Abogado, magister en Derecho y Argumentación Jurídica

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