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Una de focas y piratas

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Hoy se celebra la reivindicación de los derechos soberanos de nuestro país sobre las Islas Malvinas. Aquí, una visión de los sucesos del largo diferendo con el Reino Unido. Por Luis R Carranza Torres / Ilustración Luis Yong

El 10 de junio es el día en que se celebra la Reafirmación de los Derechos Argentinos sobre las Islas Malvinas, Islas del Atlántico Sur y Sector Antártico. Lo que poco se conoce es cómo se inició el litigio, allá por 1833. Fue un tema que hoy denominaríamos ecológico, lo que dio origen a todo.

En agosto de 1831, el gobernador argentino en las islas, Luis Vernet, capturó tres barcos pesqueros norteamericanos que se dedicaban a la caza de focas y pingüinos en las islas, actividades expresamente prohibidas por la ley de caza y pesca de 1828.

En diciembre de 1831, sin mediar advertencia previa, la corbeta estadounidense Lexington arribó bajo bandera francesa a Puerto Soledad y, tras sorprender las fuerzas argentinas, izó el pabellón de las barras y estrellas, dedicándose a saquear las viviendas y depósitos, a tomar prisioneros a sus habitantes y a inutilizar la artillería del fuerte.

El gobierno de Buenos Aires, encargado de las relaciones exteriores de la Confederación, protestó por el hecho, expulsó de Buenos Aires al encargado de negocios estadounidense, y despachó a la goleta Sarandí con el nuevo gobernador, el Sargento Mayor José Francisco Mestivier, y 50 soldados. Iban con ellos otro tanto de penados, destinados a la colonia penitenciara a crear en las islas.

José María Pinedo, comandante del buque, dejó al gobernador, los soldados y los presos en las islas, pero pronto hubo de volver, pues el 30 de noviembre de 1832 hubo una sublevación que le costó la vida al gobernador Mestivier.

Pinedo logró sofocar el levantamiento, y encarcelar a sus cabecillas, cuando el 2 de enero de 1833 se presentó una corbeta inglesa en puerto.

John James Onslow, hijo del almirante Sir Richard Onslow, barón y héroe de la batalla de Camperdown, tenía 36 años cuando al mando de la corbeta Clío, por orden del Almirantazgo británico, se apareció por puerto Soledad, en el segundo día del año de 1833. Encontró allí “un destacamento bajo bandera de Buenos Aires”, al que le expresó con palabras almibaradas, que “embarcara sus fuerzas y que arriara su bandera, ya que él estaba en una posesión que pertenecía a la Corona de Gran Bretaña”.

Pinedo estaba más que sorprendido. Al ver llegar el buque inglés, había mandando a uno de sus oficiales en visita de cortesía a la nave inglesa, para recibir en cambio una intimación para arriar el pabellón argentino y desocupar las islas, bajo amenaza de usar las armas, sin que hubiera el menor estado de guerra entre las dos naciones.

La Sarandí, desde el punto de vista bélico, era inferior al Clío (150 toneladas y nueve cañones contra 389 toneladas y 18 cañones de la inglesa), pero no por ello dejaba de ser un hueso duro de roer. Por su velocidad, el Almirante Guillermo Brown la había llamado «los pies de la escuadra». Pero había un problema adicional con la tripulación: eran en su mayoría británicos y el segundo oficial, estadounidense. Pinedo los consultó sobre combatir a connacionales suyos y le respondieron todos que honrarían la promesa de servir bajo bandera argentina. Sin embargo, conforme pasaban las horas, la voluntad de lucha de Pinedo, por razones no establecidas históricamente, fue flaqueando.

Intentó llegar a una solución de compromiso con el inglés: se iría llevando a los pobladores y tropas argentinas, pero dejaría la bandera nacional en tierra. Dirá Onslow a sus superiores: “Le dije que su pedido era inadmisible, y que debía considerar que estaba en un puerto que pertenecía a Gran Bretaña. Viendo que vacilaba, y que era reacio a quitar la bandera, inmediatamente desembarqué, icé la bandera de su majestad, y ordené que se bajara la otra enviándola con un mensaje cortés a la goleta nacional”.

Dos días después, sin haber disparado un solo tiro, Pinedo y los suyos abandonaron las islas en la Sarandí. A su llegada a Buenos Aires, fue sometido a juicio por un tribunal militar y condenado a la “pérdida de su empleo”, en razón de su conducta en Malvinas. Pero Pinedo tenía amigos influyentes y la “pérdida” fue sólo por 4 meses, pudiendo volver a la marina luego de ello. Veinte años después, en la madrugada del 20 de junio de 1853, y en el marco de las luchas entre la Confederación Argentina y la provincia de Buenos Aires, mientras bloqueaba el puerto de Buenos Aires con la marina de la Confederación, junto a otros, el capitán Pinedo entregó el bergantín bajo su mando a la escuadra porteña, a cambio de la suma de dos millones de pesos en onzas de oro, a repartirse entre los “vendedores” de sus propios barcos al adversario.

En vistas de todo ello, no son pocos los historiadores que entienden que Pinedo merece un lugar destacado en un imaginario panteón histórico nacional. Pero no en su pasillo central, dedicado a los héroes nacionales sino en otro contiguo, más estrecho y oscuro: el reservado a los traidores.

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