Las guerras por la supremacía política y militar han sido -a lo largo de la historia- motivadas por el control de las fuentes de recursos y las rutas de comercialización.
Una síntesis inicial obliga a señalar que los mayores enfrentamientos bélicos fueron -y son- por el control de las rutas de las Seda y de las Especias, que unen a China con Europa desde el siglo I hasta el XIV; las del oro y la plata del Nuevo Mundo o las que generan la apropiación de los yacimientos de petróleo del Cercano Oriente y de otras cuencas tan o más estratégicas que las del Mediterráneo Oriental y su zona de influencia.
Los juegos del mercado, la presión impositiva, las coimas, las tensiones entre productores y cadena de intermediación, la creciente especulación financiera, el desarrollo tecnológico, el valor de las patentes y sus adulteraciones y la piratería son algunos de los ingredientes directos o indirectos que componen la canasta de costos energéticos.
Una fórmula altamente sensible, que la modifica hasta el aleteo de una mariposa.
El Medio Oriente fue clave en la historia del hombre. Allí comenzó la revolución urbana y se inventó la escritura. Junto a la península Arábiga fueron, con suerte diversa, puntales en la construcción de un crucero de caminos por donde han transitado casi todos los aventureros y los ejércitos imperiales de Europa, Asia y África.
La ampliación del horizonte geográfico fue una auténtica revolución en las comunicaciones y el comercio. Se desecha el temor terraplanista y se expanden las rutas marítimas europeas al incorporar nuevos instrumentos de precisión que facilitaron la navegación en “la mar profunda”.
El descubrimiento de petróleo, a principios del siglo XX, y la rápida expansión de los motores de combustión resignificaron el valor estratégico de Medio Oriente y la influencia política de Arabia Saudita y del resto de los países de la península Arábiga.
Como ya se ha dicho en esta columna, las guerras se libran por la posesión de recursos críticos o por las rutas que permiten su control. Las cuestiones religiosas o raciales que se esgrimen, ante los ojos de la prensa, son meras excusas.
Desde el fondo de los tiempos, la aceptación de los modelos imperialistas tradicionales modificó la comprensión de los hechos políticos o filosóficos.
Lo que nunca cambió, desde la Edad de Piedra, fue el deseo de los pueblos o naciones de asegurar su propia subsistencia. ¿Ése fue el paso inicial del hombre que culmina en su gran abrazo al capitalismo?
La humanidad debate su futuro. No hay lugar para timoratos. La batalla es sin cuartel entre depredadores y defensores del ambiente. Unos priorizan las ganancias y otros creen en las bondades del desarrollo sustentable. Vivimos un tiempo de transición.
Los avances energéticos de los últimos 50 años han logrado reemplazar en forma parcial las tradicionales maneras de mover la industria o mejorar el confort urbano y rural. ¿Por qué la industria petrolera y carbonífera esgrime miles de argumentos frente a los crecientes reclamos por el calentamiento global, la contaminación, el avance del desierto que hacen suyos los gobiernos?
Mientras se discute hasta cuándo habrá petróleo y gas natural, la minería contaminante ofrece un nuevo menú de minerales cuyos efectos en el ser humano no están suficientemente estudiados.
La nueva civilización será la del litio, cobalto, manganeso, níquel y grafito, así como de varios elementos de tierras raras (REE), todos los cuales son minerales críticos para la construcción de vehículos eléctricos y baterías eólicas y solares y la generación de energía y transmisión de electricidad.
“Una mayor electrificación de la infraestructura de transporte y la conectividad de las redes ampliadas también requiere mucho más cobre. Si bien estos minerales se pueden encontrar en todo el mundo, existen concentraciones claves en América del Sur, África y Australia, así como potenciales en las profundidades del mar y el océano Ártico”, anotaron observadores críticos de las “conclusiones de papel mashe” de la Cumbre de Glasgow.
Por este tiempo las potencias hegemónicas velan armas. Disputan cómo repartirse el mundo. Australia ocupa un lugar central en la riña por ser líder en la producción y refinación de litio y níquel. Según el Servicio Geológico de Estados Unidos, las minas australianas produjeron unas 17.000 toneladas de REE en 2020, detrás de las 38.000 toneladas de Estados Unidos y 30.000 de Burundi. China produjo 140.000 toneladas el año pasado y sigue dominando el refinado de REE.
Frente a ese escenario aparece América del Sur, donde el triángulo que integran Argentina, Bolivia y Chile representa más de la mitad de las reservas mundiales de litio. Cuestión que coloca a la región en una zona crítica a la hora de salir a competir en la Bolsa de Metales de Londres (LME).
Decíamos de la posible aparición de nuevos escenarios bélicos. América del Sur es uno de ellos. Estados Unidos está en alerta amarilla. El hecho de que China se le haya metido en el patio trasero hace que la Casa Blanca lo considere un desafío. Por esa razón, después de haber abandonado por décadas la región, está desplegando una nueva política de seducción, más allá del aparente giro a la izquierda de los gobiernos latinoamericanos.
Una lectura detallada de las inversiones chinas permite advertir de que las tensiones con Rusia y Estados Unidos pueden agravarse con el correr de los días. Coinciden en las mismas regiones de África y del sudeste asiático, así como el Ártico, cuyo deshielo no sólo abrió nuevas rutas sino que puso al alcance de las grandes multinacionales las profundidades marinas.
En un informe confidencial sobre el movimiento antiminero, editado por LME, en el segundo trimestre de 2021, explica que la ubicación de los minerales en el suelo “es sólo una pieza del rompecabezas estratégico. El otro es la capacidad de procesamiento. China tiene un papel dominante en la cadena de suministro global de baterías de iones de litio (o Li-ion) que alimentarán los vehículos eléctricos (EV) en todo el mundo. Según el ranking Bloomberg NEF 2020 de la cadena de suministro global de Li-Ion, China mantiene 80% de capacidad global de refinación de materias primas para minerales críticos de baterías.”.
La gran base de consumidores nacionales de China -continúa el informe- “y el impulso del gobierno hacia los vehículos eléctricos, combinados con su industria automotriz desarrollada, posicionan a Beijing para establecer los estándares para el futuro diseño y licencia de baterías de vehículos eléctricos, y siguen siendo fundamentales para las cadenas de suministro de fabricación internacionales. Este dominio ayuda a Beijing a aprovechar las iniciativas de cambio climático de los países occidentales, al menos a corto plazo, para intentar retrasar o desalentar cualquier forma de disociación económica que pueda dejar a China aislada de los principales mercados internacionales”.