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Una carrera meteórica

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Su propia brillantez, sumada a sus relaciones, lo encumbraron en el poder jurídico de su tiempo

Por Luis R. Carranza Torres

Emilio Papiniano ha sido reconocido en la historia jurídica como uno de los más grandes doctrinarios del derecho romano y, por carácter transitivo, tal influencia pervive en no pocas cuestiones hasta nuestros días.

Se conoce su obra mucho más que su propia vida. Ankun se pregunta por eso si no era “un jurista oscuro” atento la orfandad en la materia. No existe certeza del lugar de su nacimiento, que la mayoría ubica en Emesa, Siria. Pero no pocos hablan de áfrica. Autores destacados como Wolfgang Kunkel en su obra “Herkunft und soziale Stellung der römischen Juristen”, es uno de quien sostiene el cambio de continente. Tampoco es pacífica la fecha. Unos la sitúan en 142 en tanto otros la llevan alrededor del año 150.

 Sí coinciden los distintos autores (Berger, De Dominicis, Orestano, Liebs, entre otros) que desarrolló una extensa carrera en cargos públicos, invariablemente relacionados con el derecho. El primero de ellos fue desempeñarse como “advocatus fisci”. Un cargo que de acuerdo a De Dominicis era «una especie de abogado del estado respecto de las cuestiones fiscales».

Un aspecto central para entender su ascenso fue su cercana amistad con Septimio Severo, con quien compartió estudios. Una figura que acumuló cada vez más predicamento hasta convertirse, por obra de la espada, en emperador.

Basta ver las vidas de uno y otro para entender cómo se atraían del modo que solo pueden serlo los opuestos: Papiniano tenía buena estampa, alta y delgada, así como una excelente dicción. Septimio era, de acuerdo al historiador Dión Casio, una persona de poca estatura, corpulento y taciturno. Procedente de áfrica, hablaba el latín con un fuerte acento púnico, siendo destinatario habitual de burlas por tal rasgo. 

Se habla en las fuentes que Papiniano “emparentó” con Septimio “per secundam uxorem”, sin poder precisarse si era debido a la segunda esposa del emperador, la siria Julia Domna que tanta relevancia tuviera en el gobierno de su conyugue o por la segunda esposa del propio Papiniano.

Como fuere, el discípulo del jurista Quinto Cervidio Escévola labró su propia fama. Escribió varias obras determinantes para del derecho romano. Las más importantes de ellas fueron los 37 libros de “Quaestiones”, un estudio dogmático de casos y los 19 libros de las “Responsa”. Pergeñó asimismo dos obra con un mismo título “De adulteriis”, dos libros de “Definitiones” y otra obra en griego, sobre las obligaciones de los magistrados y funcionarios de la policía urbana. Aunque se sospecha de esta última que puede ser una selección posterior de fragmentos de su producción sobre el tema. 

Bajo el gobierno de Marco Aurelio fue “assesor” del prefecto del pretorio. Ya con Septimio Severo en el trono imperial, entre el año 194 y el 202 fue “magister libellorum”, encargado de la oficina del emperador en que se redactaban los rescriptos, o respuestas jurídicas a las peticiones que se le formulaban. También le encomendó la educación de sus dos hijos: Geta y Caracalla.

Un hecho político-familiar le allanó el camino a lo más alto del estado. Buscando resguardar la sucesión en el trono, Severo casó a su hijo Caracalla con Publia Fulvia Plautila, hija del prefecto del pretorio Cayo Fulvio Plauciano. Un enlace contra la voluntad de ambos. Caracalla la despreciaba y ella devolvía las atenciones. Ello llevó a que la relación entre los consuegros se deteriorara gravemente. En el año 205 Plauciano fue acusado de traición por centuriones de la Guardia Pretoriana, se dice que sobornados por Caracalla. Severo le hizo ejecutar y, Plautila fue recluida en la isla de Lipari.

Para cubrir el cargo vacante, Septimio designó a Papiniano como nuevo prefecto del pretorio. Acaso el cargo más elevado en la jerarquía de funcionarios imperiales. Originalmente era el comandante de la Guardia Pretoriana que resguardaba al emperador y la única fuerza militar acantonada dentro de Roma, pero sin perder tal carácter militar, el cargo había evolucionado hasta adquirir competencias de juzgar en última instancia causas tanto civiles como criminales.

En ese cargo llevó como “assesor” a un discípulo suyo, que luego lo desempeñaría: Domicio Ulpiano.

Prueba de la cercanía entre el emperador-soldado y el jurista comandante de su guardia personal es que Papiniano lo acompañó al monarca en un viaje a Britania.

Pero el sentido trágico que la historia muchas veces asume en cuanto al ejercicio del poder se cruzaría de mala forma en esa calzada empedrada de logros.

Al morir Severo en  Eboracum, muy enfermo de gota, el 4 de febrero de 211 a los 65 años de edad, fue deificado por el Senado, y sucedido por sus hijos, Caracalla y Geta. Ambos debían gobernar bajo el consejo de su madre y esposa del fallecido emperador, Julia Domna.

Pero el ejercer el poder de a dos nunca había sido feliz en la antigua Roma y no lo fue en esta ocasión. Para peor, nunca los hermanos se habían llevado demasiado. Tal rispidez, dirigiendo un imperio, se decantaría en la peor forma afectando las vidas de muchísimas personas. Una de ellas, la de Papiniano. 

Pero esa es ya otra parte de la historia.

 

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