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Un urgente necesidad de revinculación

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Por Luis Carranza Torres (*) y Carlos Krauth (**)

Las grietas existen, aunque a veces sean un recurso dialéctico para perseguir fines que no se condicen con el bien común. La mayor y más grave de ella es el creciente distanciamiento de la realidad de amplios sectores de la dirigencia, respecto de quienes son su razón de actuar y hasta de existir. Sin olvidar que, en una democracia, los funcionarios no tienen carta blanca para hacer lo que les venga en gana sino para llevar a cabo el bien común, motivo por el cual deben rendir cuentas y justificar sus actos frente a la ciudadanía.

No es raro ver un discurso endogámico de diversos dirigentes respecto de sus propias necesidades, en ocasiones sin preocuparse siquiera de “camuflarlo” con alguna relación al interés público. Nos exime de toda prueba lo que dijo tiempo atrás el senador Caserio sobre quién tiene que hacer (o quién no tiene que hacer) el esfuerzo es estos difíciles tiempos de pandemia en nuestro país: «Hablar del esfuerzo de la clase política es no entender al Estado, no es un elemento productivo del país…. La clase política no es la que hace el esfuerzo, la clase política dicta normas».

“Así como la pandemia ha retraído a muchas personas hacia el interior de sus hogares, la denominada clase dirigente exhibe sin demasiada culpa un repliegue respecto de sus propias urgencias en tanto crece en la población una sensación de no ser tenidos en consideración alguna”, nos comentaba un especialista de sociología política recientemente. 

La sensación de haber sido abandonado no es buena en el ser humano. Ocurra entre padres e hijos, en las diversas situaciones de pareja, en la amistad o entre dirigentes y gobernados. Convoca a la apatía o a la bronca social. Ninguna de las dos conduce a nada. Tampoco, la moda de echarle la culpa de todo lo que sale mal a la sociedad, cuando de lo que se trata es de fallas de liderazgo. 

Si una medida no se cumple, es porque no se supo convencer, persuadir o disuadir. 

Claro que esto no significa negar la responsabilidad ciudadana que nos toca, tanto individual o colectiva. Tener una mala gestión pública de la crisis o malos ejemplos desde algún sector público no releva en modo alguno de actuar con responsabilidad y con solidaridad conforme lo demande las exigencias del momento. 

Si algo ha dejado en claro la crisis pandémica es que no se puede gobernar sin compromiso genuino y sin dar un buen ejemplo. Señalamos esto, justamente  en la semana en la que las autoridades del Congreso de la Nación decidieron un aumento de 40% de sus salarios cuando su contracara, -el sector privado-, ve caer sus ingresos fuertemente, aumentando desmesuradamente la desocupación, la pobreza, el cierre de sus empresas,  negocios, etcétera. 

El modelo político adversarial no ayuda y, por consiguiente, en vez de limar las diferencias, las profundiza y las retroalimenta, colaborando así a convertir a quien no opina igual, al distinto, como un enemigo.

Frente a dicha situación, tomando prestado un concepto del derecho de familia, resulta necesario un proceso de revinculación entre elegidos y electores. 

En la revinculación, se brinda la posibilidad que acercar a quienes se han distanciado de recuperar una relación que existió y que se cortó por diversos motivos y durante períodos variables de tiempo.

Hace unos años, hablando de las revinculaciones familiares, pero que creemos se aplica también al tema que estamos tocando, la Sala B de la Cámara Nacional de Apelaciones en lo Civil, Sala B, expresó ( en “S., A. V. c. C., A. C. s/Régimen de Visitas, EDFA”) que tal acto implica en lo medular un reconocimiento de diversos derechos que “tiene por objeto salvaguardar los sentimientos humanos más elevados, desinteresados y permanentes”, nacidos en el nuestro caso, no de las relaciones de familia sino de la práctica del civismo.  

Una de las consecuencias más destructivas de estos quiebres es que el pasado se vuelve permanentemente “presente” y es así que todo lo que pasa se lee como una suerte de derivación de lo ocurrido antes, reduciendo la evolución histórica y su complejidad de causas a una simplificación berreta de buenos y malos, revivenciando una y otra vez los mismos hechos. Paralelamente, la vida del país y el mundo ha continuado, pero en vez de hacer frente a los desafíos de un futuro próximo que se viene encima, la discusión queda congelada y estancada en relación a determinados hechos que no pueden pasar a “ser pasado”.

Urge, por tanto, empezar a actuar en tal sentido porque la revinculación dirigentes-ciudadanía, nada más crucial a la sustentabilidad democrática, pero es algo que debe venir de los primeros a los segundos y no al revés. El cargo público, cualquiera de ellos, implica ser proactivo en función del bien común. 

(*) Abogado. Doctor en ciencias jurídicas

(**) Abogado. Doctor en derecho y ciencias sociales

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