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Un pussyhat contra la misoginia

Por Natalia González - Exclusivo para Comercio y Justicia
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Por Natalia González (*)

Teresa Shook, una abogada jubilada, residente en Hawaii, desilusionada por el resultado electoral que daba por ganador a Donald Trump en Estados Unidos, escribió en su cuenta de Facebook:»¿Y si las mujeres desfilaran masivamente en Washington durante la investidura?», como un anhelo y descarga ante el miedo, y se fue a dormir. A la mañana siguiente, lo que comenzó siendo para Teresa una expresión de deseo terminó en una de las mayores convocatorias en la historia de los EEUU, y si se quiere, del mundo.
Así se gestó esta masiva y multitudinaria “Marcha de las Mujeres”, con un símbolo común: el pussyhat, un gorro de lana rosa con la forma de las orejas de gato. Una expresión formada por un juego de palabras: pussy puede ser “gatito” o “concha”, una ironía a las declaraciones misóginas efectuadas por el magnate hace más de una década, pero que salieron a la luz durante su campaña y en las que usaba la expresión pussycat, haciendo referencia a que “él con las mujeres podía hacer lo que quería, incluso agarrarlas por la vagina sin su consentimiento”.
Si bien a dos días del debate presidencial con Hillary Clinton pidió disculpas, manifestando que se comprometía a ser un mejor hombre en el futuro calificando este escándalo como una «distracción» electoral, no es menos cierto que durante su proselitismo muchos colectivos minoritarios han sentido discriminación y espanto en sus postulados.
Y no es para menos. Este empresario inmobiliario, millonario, devenido en político, carga sobre su espalda a poco de su asunción una marcha escandalosamente masiva, ya que entre su sinceridad y su humor desaforado y desafiante ha lanzado frases tales como “la mujer es un objeto”, “mi poder es excitante”, “restablecería el ahogamiento simulado para los sospechosos de terrorismo”, “cuando eres una estrella puede hacer cualquier cosa, agarrarlas por el coño si quieres”. Refiriéndose a una periodista habló de su “trasero bonito”, afirmó que “el burkka ahorra maquillaje” y hasta incluso en uno de los debates electorales llegó a proferirle a su rival demócrata “eres una asquerosa”.

Todo ello caló hondo no sólo en las mujeres estadounidenses sino en minorías a las que el propio Trump ha desconocido en su devenir discursivo electoral. Tiemblan ante la desaprensión de quien amaga con robarles sus derechos.
Inmigrantes, fieles de otras religiones, lesbianas, homosexuales, cientos de minorías y colectivos, no s{olo el femenino, dijeron “presente” en Washington, marchando contra el miedo y el espanto que les ha provocado la retórica de una campaña electoral que se ha ocupado de amenazar, insultar y menospreciarlos.
Una protesta que ha tenido réplicas en otras ciudades importantes del mundo como Londres, Berlín o Sidney. Que ha sido apoyada por muchas estrellas como Scarlett Johansson, quien dijo: “Presidente Trump, yo no lo voté, respeto que sea el presidente y quiero apoyarlo, pero primero le pido que usted me apoye a mí, apoye a mi hermana, a mi madre, a mi mejor amiga, a toda la gente que espera ansiosa a ver cómo su próxima maniobra puede afectar drásticamente sus vidas”, sumándose a otras oradoras como Madonna, Cher, Lena Dunham o Katy Perry, quienes han puesto su voz y su arte al servicio de esta concentración, de este fenómeno sin precedentes.
Esta marcha rememora y reaviva los ideales de la “Marcha del Millón de Mujeres” que hace 20 años reunía en Filadelfia a miles de mujeres afroamericanas que reclamaban por más oportunidades laborales y a la “Marcha por Libertad y Trabajo” de 1963, donde Martin Luther King pronunció histórico “Yo tengo un sueño”.
Preocupación y miedo genera la llegada al gobierno de alguien que ha efectuado declaraciones tan misóginas, tan divisivas, tan agresivas que han sido la causa de unión de millones de mujeres y hombres, quienes con miles de carteles han querido dejar un claro mensaje: “aquí estamos, nadie podrá ignorarnos, nadie podrá desconocer nuestros derechos, los derechos de las mujeres son derechos humanos”.
Una vez más las mujeres, ni espectadoras ni testigos sino las protagonistas, las hacedoras de los grandes cambios sociales, han tomado la calle (y lo seguirán haciendo). Han dejado claro que van a caminar, van a gritar, van a clamar, llorar, pelear por aquello que para los hombres les ha sido otorgado por la naturaleza misma como algo innato, como algo propio de su masculinidad: el respeto a sus derechos.
Más de un siglo ha demandado a las mujeres poder hacer pública la violencia que padecían en el ámbito privado (entre otras); han sido necesarias infinitas campañas de movilización, sensibilización, legislación y políticas públicas para que se comenzara a visibilizar un flagelo de incidencia social: “No vamos a retroceder, no vamos a claudicar, son los claros mensajes, que transcienden las fronteras”.
Si bien el respeto a la institucionalidad, al voto mayoritario y a una elección democrática ha primado en esta manifestación jamás vista, parece que, una vez más, las mujeres han tenido que salir a reivindicar lo “obvio”, lo que les pertenece, lo que es suyo.
Empoderarnos en nuestros derechos es saber que existen, que nos pertenecen y que nada ni nadie puede proscribirnos de su goce.
Señor Donald Trump, su pueblo le ha dado una bienvenida.

* Abogada. Diplomada en Género. Militante por los derechos de las mujeres.

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