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Un problema inesperado: ¿de quién es el espacio exterior?

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Por Florencia G. Rusconi (*)

Hoy nos encontramos viviendo en un planeta rodeado por máquinas: 55.000 satélites orbitarán sobre nosotros en 2030.

La miniaturización de los satélites, el descenso de costos y las megaconstelaciones de satélites van a llenar la órbita terrestre de aparatos que, si bien van a mejorar nuestras vidas, ya suponen un problema para la astronomía.

El mundo lleva más de 65 años lanzando satélites al espacio. Con ellos hemos conseguido hacer cosas espectaculares como crear un sistema de posicionamiento en tiempo real en cualquier parte del planeta, tomar fotos del espacio para crear mapas muy precisos o incluso ofrecer Internet. Pero, ¿cuántos objetos hay ahora mismo en órbita?

Los primeros satélites empezaron a orbitar la Tierra a finales de los años 50. Fue el Sputnik, lanzado en 1957. Hasta la década de 2010, los lanzamientos de satélites anuales se situaban entre 10 y 60. Sin embargo, en la última década el número se ha disparado, con 1.300 satélites lanzados en 2020 y 1.400 en 2021.

A principios de mayo de 2022 había unos 5.600 satélites operativos, según la Oficina de Desechos Espaciales de la Agencia Espacial Europea (ESA). Eran 2.000 más que en enero del año 2021, más del doble que en febrero de 2020 y prácticamente el triple que un año antes. Casi un tercio de los 13.100 satélites lanzados desde el inicio de la era espacial tiene menos de cuatro años.

¿Qué es el proyecto Starlink?

El proyecto Starlink nació en 2015. Fue creado por la empresa SpaceX, del multimillonario galáctico Elon Musk. Tiene como objetivo el desarrollo y despliegue de 42.000 satélites alrededor de la órbita terrestre baja (de los cuales se esperan aprobación para 12.000), con el fin de crear una constelación de satélites capaces de proporcionar Internet a escala global y que llegue a todos los rincones del planeta, dando una mayor velocidad, latencia y optimización de red.

Starlink es la pionera en crear la primera megaconstelación artificial visible desde la Tierra. Ahora son poco más de 600 satélites navegando a baja órbita. En sólo una década, serán miles.

Cualquiera de estas noches, una hilera de luces cruzando el cielo nocturno, como un ejército de ovnis, puede dejar en shock a algún desprevenido, aunque no sea de los que creen en extraterrestres. Se trata de una auténtica constelación de satélites que puso en órbita el mismo hombre que envió un automóvil Tesla Roadster al espacio.

El tráfico en órbita ha experimentado “notables cambios” en los últimos años, impulsado por la progresiva miniaturización de los distintos aparatos, las grandes constelaciones y los operadores comerciales. Lo reconoce la ESA en su último Informe anual sobre el entorno espacial, del pasado abril. Desde noviembre de 2019, sólo Starlink ha desplegado más de 2.300 satélites, cada uno de 260 kilos.

La órbita elegida para los de Starlink se ha situado a unos 440 kilómetros de altura respecto a la Tierra. Una distancia suficiente como para que, pasados unos años, la Tierra atraiga al aparato hasta la superficie y no quede vagando por la inmensidad del espacio para la eternidad.

El problema inicial es cuando los satélites atrapan y reflejan periódicamente la luz del Sol, por lo que interfieren en las observaciones del cielo, que se llena de molestos espejitos a distintas alturas, en razón de que los satélites se van desplazando poco a poco hasta su posición idónea.

La invasión del cielo continuará en parámetros desconocidos hasta ahora. Empresas como Amazon, la compañía de telecomunicaciones OneWeb y China planean poner en órbita, en total, otros 20.000 aparatos, también con la intención última de ofrecer Internet a la población mundial.

Astrónomos molestos y fastidiados

Los astrónomos alertan sobre el riesgo que suponen los satélites artificiales para la investigación del cielo y del espacio.

El astrofotógrafo Daniel López trataba de fotografiar el cometa Neowise desde las cumbres de Tenerife cuando algo interfirió en su objetivo. Publicó una imagen que muestra cómo se cruzaron frente a su objetivo un pelotón de satélites de SpaceX. Docenas de arañazos luminosos en su trabajo fotográfico.

La astronomía es clave para la exploración y el uso del espacio, para navegar por el espacio profundo, para nuestra defensa planetaria de los asteroides y para nuestro conocimiento de la Tierra, el sistema solar y el universo. Perder esto, supondrá una gran pérdida para todas las personas del mundo.

El inconveniente con todos esos satélites es que interfieren las señales ópticas y de radio. Las exposiciones de onda ópticas prolongadas son las que se han visto particularmente afectadas: investigaciones publicadas recientemente han puesto de manifiesto que los satélites de Starlink aparecían en innumerables fotos crepusculares. Esto puede parecer un problema exclusivo de los astrónomos pero también peligra nuestra seguridad, puesto que este tipo de imágenes son críticas para detectar objetos que puedan suponer un peligro para la Tierra. También las interferencias de radio producidas por los enlaces de telecomunicaciones con los satélites podrían dificultar los estudios cósmicos de microondas, por ejemplo.

La Unión Astronómica Internacional (IAU) está profundamente preocupada por el creciente número de constelaciones de satélites lanzadas y planificadas principalmente en órbitas terrestres bajas. La IAU adopta el principio de un cielo oscuro y silencioso, no solo como esencial para avanzar en nuestra comprensión del Universo del que formamos parte, sino también para el patrimonio cultural de toda la humanidad y para la protección de la vida silvestre nocturna.

En el aspecto funcional, este nuevo Centro para la Protección de los Cielos oscuros frente a las Interferencias Satelitales estará coordinado por el Laboratorio Nacional de Investigación en Astronomía Óptica-Infrarroja (NOIRLab) y por el observatorio internacional de radioastronomía SKAO (Square Kilometre Array Organization). El NOIRLab se ocupará de la parte de astronomía óptica, mientras que el SKAO estudiará las cuestiones relacionadas con la radioastronomía.

Para los astrónomos, esta novedosa institución representa un paso necesario en su lucha para garantizar que los avances satelitales no impidan los estudios de los diferentes observatorios y telescopios. Este centro buscará que los proveedores de satélites minimicen la contaminación lumínica de sus satélites y de otros tipos de interferencias astronómicas, además de alentar los gobiernos a regular mejor esta floreciente industria y así apoyar la comunidad mundial de astrónomos que ahora tienen que lidiar con los problemas causados ​​por las interferencias de estos satélites.


(*) Abogada. Ex docente de la Cátedra de Derecho de la Navegación Marítima, Aeronáutica y Espacial (hoy Derecho del Transporte)

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