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Un organismo con potencial que debate si reemplazará a la OEA

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Desde su nacimiento, la nueva Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños comenzó a funcionar con aspiraciones de bloque de poder. Una mirada a su futuro

Por Daniel Casas / Especial Agencia Télam

El lanzamiento de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac), el último 3 de diciembre, fue el hecho político más saliente a nivel regional de 2011 y su potencial es el eje de un debate entre los países miembros sobre si el agrupamiento, del que no participan ni Estados Unidos ni Canadá, puede o no reemplazar a la Organización de Estados Americanos (OEA).

Esa potencialidad también está atada a la coyuntura histórica en que los países de América Latina deciden agruparse sin la presencia ni la influencia directa de la primera potencia mundial.

Tanto Estados Unidos como Europa están en medio de una crisis a la que todavía no se le ve el fondo, y el abroquelamiento de los países que tienen una proyección de futuro basada en el peso de sus commodities no es un dato geopolítico menor en el tablero internacional.

La inclusión en la Celac de México, segunda economía de Latinoamérica y puerta de entrada al norte del continente por ser miembro del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (Nafta, por sus siglas en inglés) es un dato significativo.

También es una señal destacada, no económica pero sí política, la participación de Cuba, alejada de la OEA, primero por expulsión, en 1962, y ahora por decisión propia.
El origen de esta oportuna conformación regional se encuentra en 2009, cuando el entonces presidente de Brasil, Luiz Inácio Lula da Silva, propuso reorganizar y ampliar con la Celac el alicaído Grupo Río, con la idea de que su país liderara la región también desde una estructura institucional.

La estrategia brasileña por el momento parece haber pasado a segundo plano. Brasil no se perfila por ahora como el país líder y dominante de la Celac y, si bien participa de su conformación, ha dando prioridad a la Unasur, que agrupa a sus más estrechos aliados regionales.

La Unasur, integrada por 12 países, concentra a los principales aliados de Brasil en la región y ya mostró resultados satisfactorios en la resolución de conflictos, como la ruptura temporal de relaciones diplomáticas en 2010 entre Colombia y Venezuela, y en el intento de golpe de Estado en Ecuador.

En esta fortaleza, Argentina ha jugado un papel destacado con la activa participación del fallecido ex presidente Néstor Kirchner, primer secretario general de la Unasur, quien participó activamente en esas gestiones mediadoras.

“Tenemos que dejar primero funcionar al organismo (la Celac) por algún tiempo”, consideró el viernes 2 de diciembre, en rueda de prensa, José Antônio Simões, subsecretario de Brasil para Asuntos de América del Sur y el Caribe, en ocasión del lanzamiento formal del grupo.

Simões explicó, además, que si bien en esta primera cumbre se había aprobado una cláusula democrática para la Celac “calcada” de la iberoamericana, su país preveía el prevalecimiento de las cláusulas subregionales, como la de Unasur.

“La cláusula de Unasur va más allá y no la podemos diluir. Cuando uno aumenta el número de países (en un bloque) los compromisos no pueden ser tan fuertes”, señaló.
El otro eje de debate interno es si la herramienta Celac reemplaza o no a la OEA, como pretenden, entre otros, Venezuela, Ecuador y, naturalmente, Cuba.

En cambio, Chile, Colombia y México, entre otros, abogarán por mantener a la OEA “para no perder un ámbito donde tiene una gran presencia Estados Unidos”, evaluó el analista internacional Pedro Brieger en una columna para Télam.

El caso es que la OEA, si bien tiene una fuerte influencia de Estados Unidos, también tiene una fuerte presencia en el control de procesos electorales en la región y, como le consta a Argentina, una presencia importante en el sensible tema de la defensa de los derechos humanos, por medio de la Comisión Interamericana de los Derechos Humanos (CIDH).

En cambio, la Corte Interamericana ha sido directamente cuestionada, entre otros, por el presidente de Ecuador, Rafael Correa, quien propuso en noviembre «un cambio radical del sistema interamericano, que sea básicamente un sistema latinoamericano. Tenemos que reconocer que tenemos proximidad geográfica con Estados Unidos, Canadá, pero ninguna proximidad en cuanto a visión, cultural, etcétera», según citó oportunamente la agencia estatal ecuatoriana Andes.

El secretario general de la OEA, José Miguel Insulza, salió rápidamente a marcar la cancha y dijo, mientras se desarrollaba la cumbre inaugural, que la Celac “no es un organismo” y, por lo tanto, no supone un problema de “competencia” para la entidad que él dirige.

Algo “parecido” a la Celac “ya existía en la ONU con el llamado Grupo Latinoamericano y del Caribe”, en el cual los países “toman decisiones para actuar en conjunto”, argumentó Insulza en una rueda de prensa que ofreció en Washington.

Por lo pronto, la Celac ha comenzado, desde su nacimiento, a funcionar con aspiraciones de bloque de poder. En primer lugar por la presencia prácticamente unánime de los presidentes de la región, lo que no es sencillo de conseguir con la abundancia de cumbres.

Pero también porque, más allá de las declaraciones formales, concretó su primera resolución de cuerpo al respaldar la candidatura del vicepresidente de Colombia, Angelino Garzón, para la dirección general de la Organización Internacional del Trabajo (OIT).

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