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Comercio y Justicia 85 años

Un constructor de democracia

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La huella indeleble que dejó Adolfo Suárez en el resurgimiento de España: supo pasar, contra todo pronóstico, en una sociedad compleja y dividida, de la dictadura franquista a una república moderna.

Por Luis R. Carranza Torres

El 23 de marzo de 2014, a las 15:03, en la clínica madrileña donde estaba internado, murió Adolfo Suárez González, el capitán de tormentas que logró llevar a buen puerto la transición española, desde una dictadura fascista a un régimen democrático a la altura de sus similares en Europa.

Tenía 81 años y hacía 11 que luchaba contra el mal de Alzehimer.

El periodista José Á. Carpio, en uno de los muchos artículos publicados en España con motivo de su deceso, lo caracterizó mejor que nadie: “Era un auténtico animal político pero carecía de pedigrí. No pertenecía a ninguna familia ni saga de políticos; era un chico de provincias, autodidacta, hecho a sí mismo, que también fue maletero en una estación y hasta extra de cine.

Consciente de sus orígenes humildes, se calificaba a sí mismo de ‘chusquero de la política’ y, sin embargo, terminó siendo presidente del Gobierno. No era un elitista ni un plutócrata, era un español de a pie. Más listo que inteligente, más audaz que estratega, no era un hombre de libros sino un posibilista con carisma y toneladas de encanto personal, que tuvo por encima de todo la virtud de escuchar la calle”.

Se hizo de abajo y nunca dejó de soportar los rigores de una vida marcada por momentos amargos. Por eso, quizás, sonreía tanto. Sabía mejor que nadie lo difícil que es hacerlo.

Adolfo Suárez nació en Cebreros en 1932 pero vivió en Ávila junto a sus cuatro hermanos. Su madre Herminia era una mujer muy devota, y su padre un procurador de tribunales, todo lo contrario. Mujeriego y jugador, por lo primero o lo segundo sumirá su familia en un rosario de malos ratos. Al fin, terminará por abandonarlos en medio de un escándalo por dineros, y Adolfo fue el principal encargado de “parar la olla” en la familia.

No fue un buen estudiante. Estudió libre la carrera de Derecho en la Universidad de Salamanca. Pudo aplicarse, por necesidad, lo suficiente como para lograr el título “raspando”.

Por esa época fue que reveló, a todos y a sí mismo, sus dotes de liderazgo, pasando de comandar los grupos de amigos del barrio a fundar y presidir distintos organismos ligados a la Acción Católica.

Se casó con Amparo Illana Elórtegui, con quien tuvo cinco hijos: María Amparo -“Mariam”-, Adolfo, Laura, Sonsoles y Francisco Javier. Alternó el ejercicio de la profesión de abogado con un empleo en la Sociedad de Beneficiencia de Ávila. Con la ayuda de Fernando Herrero Tejedor, gobernador civil de Ávila y uno de los reformistas dentro del franquismo, pudo doctorarse en la Universidad Complutense de Madrid, y escalar por distintos puestos en el Estado franquista. Procurador en Cortes por Ávila, gobernador civil de Segovia en 1968 y director General de Radio Televisión Española -permaneció en este cargo hasta 1973-. El final de régimen era cantado, por esos días.

El franquismo no sobreviviría a Franco y Suárez era uno de quienes entendían que había llegado el momento de hacer las cosas exactamente al revés de como se venían haciéndose.

Gracias a su carisma personal y al olfato de lo que la gente común quería, cuando el 15 de junio de 1977 se celebraron elecciones libres por primera vez en España desde 1936, se alzó como vencedor de ellas al frente de un conglomerado de formaciones de centro.

“Puedo prometer y prometo”, dijo en uno de sus discursos más memorables. Cambio pero no caos, también había dicho. Concentrar las energías en asegurar un futuro para todos en lugar de seguir discutiendo el pasado unos contra otros. Lo apodaron el Kennedy español y, como dice José Luis Sanchis -que fue su consultor político y asesor en el gobierno, entre 1977 y 1981-: “Adolfo Suárez irrumpió en 1976 para el gran público casi como un galán cinematográfico, no sólo por su aspecto y porte sino por su conocimiento del medio televisivo. Eso supuso una ruptura del código narrativo audiovisual que hasta el momento había generado el franquismo. La primera intervención pública que hace como presidente todavía sin tomar posesión, es desde el living de su casa, hablando sentado en su sofá, igual que quienes lo miraban en los hogares. Era algo distinto, porque hasta aquel momento nos hablaban ancianos o personas de mucha edad, casi siempre con uniformes, desde tribunas, púlpitos o balcones, y de pronto irrumpe este hombre joven, con aire seductor y cercano a la vida de la gente, generando confianza”.

Tenía sólo 44 años y tres cosas que ayudan sobremanera a liderar: “pinta”, ideas y cojones. Pero sacar a España de su empantanamiento ideológico y construir una democracia al compás de los tiempos, no era tarea fácil. No muchos lo entendían, no pocos lo saboteaban. Pese a los votos, la mayoría desconfiaba. Los franquistas, por esas ideas raras de apertura social, pluralismo ideológico y el rumor de que legalizaría al Partido Comunista. Los antifranquistas, precisamente por sus antecedentes en los tiempos del autonombrado y recientemente fallecido “Caudillo de España por la gracia de Dios”.

Suárez debía hacer, contra todo pronóstico razonable, una sociedad abierta de una bolsa de gatos disimulada. Pavada de tarea. Pero, como ya veremos, se las apañaría.

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