Ocupó un lugar central en los procesos de la Iglesia Católica sobre los santos
Por Luis R. Carranza Torres*
Nada es lo que parece. Muchas veces, respecto a los letrados. El abogado del diablo no escapa a dicha sentencia. No resulta, ni por asomo, lo que vulgarmente se cree sobre él.
Al referirnos al abogado del diablo puede que lo primero que pensemos sea en la película estadounidense de 1997 protagonizada por Keanu Reeves como el abogado Kevin Lomax y Al Pacino en el papel de John Milton, o el diablo mismo.
Pero, en la realidad de las cosas, la denominación remite a un cargo del derecho canónico, establecida en el XVI, para los procesos de elevación a los altares de los meritorios a santos, en los que tenía como función buscar pruebas que desmerecieran sus vidas y milagros.
Creada en 1587 por el Papa Sixto V, la oficina del Promotor Fidei (Promotor de la Fe, o abogado del diablo), concentró las prácticas procesales de las canonizaciones medievales. Tenía por tarea el examinar todo lo relacionado con la vida y los hechos de los aspirantes a beatos o santos.
El advocatus diaboli, era un cargo ejercido generalmente por un clérigo doctorado en derecho canónigo, que cumplía funciones análogas a los fiscales, estando encargado de rebatir las pruebas en los procesos de beatificación o canonización anteriores a Juan Pablo II.
La trascendencia del encargo corrió pareja al acrecentamiento de su influencia dentro de la curia. En 1708, se convirtió en el funcionario más importante de la Sagrada Congregación de Ritos.
En orden a sus funciones, se expresaba en la Enciclopedia Católica de 1913: “Es su deber sugerir explicaciones naturales para los supuestos milagros, e incluso presentar motivos humanos y egoístas por hechos que se han considerado virtudes heroicas… Su deber le exige que prepare por escrito todos los argumentos posibles, incluso los más leves, contra la subida a los honores del altar. El interés y el honor de la Iglesia se preocupan por evitar que alguien reciba los honores que a su muerte no se hayan demostrado jurídicamente haber sido “preciosos a los ojos del Señor”.
Dicha “oficina” formó posteriormente parte de la Congregación para las Causas de los Santos, encargándose durante muchos siglos de defender la autenticidad de las virtudes del aquellos propuestos como modelo a imitar por la grey católica, con el objetivo final de alcanzar la vida en santidad.
El Papa Juan Pablo II eliminó este cargo en 1983 cuando fueron revisados los procedimientos de canonización, reemplazando la figura por un Promotor de la Justicia que preside las reuniones de teólogos y prepara los informes de la reunión. El cual, a diferencia del cargo derogado, carece de derecho de veto y no presenta “objeciones y quejas” contra los candidatos a la santidad.
En su lugar, se elabora un informe de los hallazgos investigativos para ser evaluado en la reunión durante la cual los representantes de la iglesia discuten si una persona debe ser santa o no.
Se ha quitado por tanto la naturaleza inquisitorial del proceso de canonización, por lo que en lugar de que un candidato esté siendo juzgado y tenga que enfrentar acusaciones por parte del abogado del diablo como el «fiscal» de la Iglesia en cuestiones de virtud y santidad, ahora resulta una reunión de un comité donde los expertos presentan informes.
No pocos entienden que la supresión de dicho cargo es lo que ha disparado los números de las designaciones de santos católicos. De 1900 a 1978 sólo fueron canonizados 98 santos. Luego de 1978 y bajo el nuevo procedimiento, solo en el papado Juan Pablo II se canonizó a 482 personas, más de cuatro veces el número de canonizados por el resto de sus predecesores en la silla de Pedro a lo largo del siglo XX.
La fama del cargo ha traspasado el ámbito religioso y de la propia Iglesia Católica, para formar parte de la cultura. En dicho orden, podemos destacar a la novela de Morris West que lleva tal título, luego llevada al cine. La película alemana homónima, basada en dicha obra, del año 1977 fue dirigida por Guy Green e interpretada por John Mills en el papel Monsenor Blaise Meredith, un inquisidor canónico quien sufre una enfermedad terminal, enviado por el Vaticano para investigar la presunta santidad de un extraño personaje local en el paisaje desolado y rocoso de Calabria, Giacomo Nerone.
En suma, un cargo que hunde sus raíces en la historia, la cultura y el proceso canónico. Muy alejado de lo que normalmente se lo asocia. Que aun desaparecido convoca a cierta discusión sobre el acierto de la medida.