ESCUCHARCon motivo de los últimos trascendidos respecto a que el famoso ilusionista David Copperfield fue demandado por uno de sus espectadores y con ese motivo debió develar el secreto de su truco 13 Vanishing Audience es que los cuestionamientos sobre la propiedad intelectual que podrían proteger los trucos de magia comenzaron a aparecer.
Hace tres años, Gavin Cox se encontraba presenciando uno de los espectáculos del mago en Las Vegas, cuando fue llamado junto a 12 personas más para participar en uno de sus trucos más reconocidos. En él, la pequeña audiencia es suspendida unos metros en una plataforma a medida para luego desaparecer y reaparecer en la parte posterior del teatro. Según Cox, tras ser elevado y sin saber cómo, apareció en un pasadizo por el cual tuvo que correr en total oscuridad, guiado por asistentes de Copperfield y en cuya corrida tropezó dislocándose un hombro. Tras la lesión, Cox debió realizarse numerosas intervenciones que afectaron su columna y cuello, para finalmente alterar permanentemente su motricidad.
El pleito por daños que inició la víctima obligó a la defensa de Copperfield a develar completamente el secreto de su truco dado que ello le permitiría demostrar que la lesión en el espectador no tuvo que ver con el truco de magia o el modo en el cual éste fue ejecutado.
El problema que ahora aflora es ¿cómo queda protegido el truco una vez que éste fue revelado? ¿puede algunos de los institutos actuales de la propiedad intelectual (PI) auxiliar a su dueño?
Un análisis, aunque fugaz, de cada uno de los institutos de PI puede darnos un pantallazo de la respuesta.
El derecho de autor parece verse impotente ante la protección del método mismo del truco, dado que las ideas por sí mismas, como ya sabemos, no pueden ser protegidas. Pero podríamos, sí, proteger una filmación o grabación de la ejecución de la performance del truco, en cuyo caso todo lo que pudiéramos ver allí, en tanto su originalidad o creatividad, sería reconocido como de propiedad del solicitante. El problema que se nos presentaría ahora sería que, precisamente, el truco de magia es todo eso que no podemos ver o comprender.
La patente, por su lado, quizá sea una de las figuras de más fácil descarte. Esto porque su solicitud debe ser detallada muy finamente y luego publicada para someterla al control de la comunidad científica y, con esto, el secreto y el modo de ejecución -que es los que se desea ocultar- se verían descubiertos sin más. Asimismo, la novedad sería de muy difícil determinación -entre otros extremos- dado que numerosos trucos que aún hoy se nos presentan son ya ejecutados por numerosos ilusionistas en todo el mundo y en diversas versiones desde hace ya tanto tiempo que sería imposible definir su inventor originario.
En una última instancia, el secreto comercial se nos aparece como uno de las respuestas más viables, no sólo por su configuración legal sino porque, de hecho, parecería ser la figura que los magos y los ingenieros de sus trucos parecen emplear. No obstante, la dificultad que se puede presentar podría venir del modo en el cual este secreto es compartido. Resulta que los aprendices y colaboradores del ilusionista no acceden inmediatamente a los secretos del truco, pero con el tiempo pueden llegar a conocerlos por ellos mismos y, con ello, la limitación de emplear secretos descubiertos por medios ilegítimos se vería removida.
Éstos y otros extremos que quedan sin respuestas nos hacen pensar que los trucos de magia no tienen, hasta ahora, una completa y correcta protección en el sistema actual de PI, por lo que su desarrollo resulta alto necesario e ineludible, más aun cuando los casos que se presentan en la realidad parecen escaparse de los laboratorios de análisis para desafiarnos.
