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Torcer la voluntad de los votos

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Por Luis R. Carranza Torres / Ilustración: Jorge Cuello

El 23 de mayo ya había sido recibido al pasar la medianoche, cuando finalizó la sesión abierta del cabildo del 22 de mayo, que había quedado trunco, ya que ante la hora avanzada, las autoridades aprovecharon para dejar el recuento de votos para el día siguiente.

Habiendo dormido poco, los cabildantes ya estaban de regreso a las 9 de la mañana y decidieron citar para las tres de la tarde a quienes debían ir a firmar el acta del cabildo abierto.

Lo más importante era el escrutinio de los votos y, al realizarse, los guarismos fueron por demás elocuentes: 155 votos a favor del cese en sus funciones del virrey y 69 por su continuación, solo o asociado con el Cabildo. Finalmente, las autoridades del Cabildo anunciaron: «El excelentísimo señor virrey debe cesar en el mando y recaer éste provisionalmente en el excelentísimo cabildo, con voto decisivo del caballero síndico procurador general, hasta la elección de una junta que ha de formar el mismo excelentísimo Cabildo en la manera que estime conveniente, la cual haya de encargarse del mando mientras se congregan los diputados que se han de convocar de las provincias interiores para establecer la forma de gobierno que corresponda».

Hasta allí, todo más o menos dentro de lo debatido el día anterior.

Entonces, como se expondría en el acta respectiva, «Tratando de conciliar los respetos de la Autoridad Superior con el bien general de estas interesantes provincias, propendiendo á su union con la capital, y á conservar franca la comunicacion con las demas del continente, cuyo objeto jamas ha podido perderse de vista, acordaron que, sin embargo de haber á pluralidad de votos cesado en el mando el Exmo. Sr. Virey, no sea separado absolutamente, sino que se le nombren acompañados, con quienes haya de gobernar hasta la congregacion de los Diputados del Vireinato».

Gatopardismo puro. Hacer como que se cambia, para que todo siga igual.

La mente tras de dicha movida política era la de Julián de Leyva, síndico procurador del Cabildo, criollo por origen y partidario del sistema virreinal por ideas.

Pero no sólo el Cabildo decidió eso sino que, acto seguido, suspendió la reunión para las tres de la tarde. En cambio, se pasa a discutir cómo formar una junta que pueda sostener a Cisneros en el poder, fungiendo como su presidente.

Pero el día pasaba, la noche se acercaba y el bando de la deposición del virrey no se publicaba. Mientras tanto, el Cabildo continuaba su sesión secreta a puerta cerrada. El pueblo reunido en la plaza y en la calle empezó a entrar en sospechas y a agitarse por la inexplicable demora. Para prevenir un estallido popular, Belgrano y Saavedra se constituyeron en diputados del pueblo y, penetrando en la sala capitular en que tenía lugar la sesión, se apersonaron al Cabildo haciéndole presente que el pueblo estaba agitado por su tardanza en reasumir el mando supremo y anunciar públicamente la destitución del virrey. Los cabildantes contestaron que la demora estaba motivada en que se había acordado que a un mismo tiempo se publicasen el bando de la cesación del virrey y el de la creación de la nueva Junta de gobierno que debía sucederle.

En tanto, la diputación del cabildo que se había cruzado al fuerte para pedir la conformidad de Cisneros, vuelve con la noticia de que éste aceptaba de palabra, pero antes de comprometerse por escrito, quería que se consultara a los comandantes militares sobre lo decidido.

Llamados al efecto y sin decirles palabra respecto a que la junta arrancaba con el ex virrey como presidente, se les pidió opinión a los militares, quienes respondieron que había que hacer público que el virrey había cesado en su cargo y que el Cabildo asumía el gobierno, sin poner reparos en que éste nombre la junta que debe reemplazar al cesado virrey.

Como la intranquilidad popular en las calles iba en aumento, el Cabildo publicó el bando dando a conocer que Cisneros ya no era más el virrey.

El sol se ponía en el horizonte, al mismo tiempo que una compañía de Patricios, mandada por don Eustaquio Díaz Vélez, anunciaba a son de tambores y voz de pregonero que el virrey de las Provincias del Río de la Plata había caducado y que el Cabildo reasumía el mando supremo del virreinato, por la voluntad del pueblo. Pero siguiendo con sus planes, prohíben al administrador de correos que deje salir comunicaciones de la capital hasta nuevo aviso. O sea, no querían que se supiera en otros lados sobre la deposición de Cisneros.

En tanto ello ocurría,  en su casa José Darragueyra se calzó casaca y sombrero y partió sin perder tiempo a lo de Mariano Moreno, quien le había llamado de urgencia. Lo encontró en su bufete, paseándose muy agitado de pared a pared.  La razón de tal  intranquilidad era que el escribano del Cabildo le había contado de la idea de formar una junta con la mayoría de españoles, para mantener al virrey en su cargo, bajo la presidencia de éste.

Por su parte, Juan Antonio Escalada había ido también a decirle que conocía de buena fuente que De Leyva había convencido a Saavedra de que consientiera que Cisneros quedara de presidente del nuevo gobierno con el mando de las armas, entrando él y Castelli, con Sola y otro español a determinar para conformar la junta.

«Las primeras medidas van a caer sobre nosotros; no tardaremos en ir a las cárceles y de allí a las horcas. ¡Váyase usted por Dios! ¡Averigüe bien lo que haya! ¡Prevenga a Beruti y a French: hábleles claro a los demás y convénzales de que es preciso andar pronto, antes que todo se vaya al demonio!», les dijo Moreno.

Darragueyra fue a lo de Rodríguez Peña. Allí estaba, entre otros, Belgrano, y al comentar las novedades, las opiniones estuvieron divididas. Unos pensaban que con Saavedra y Castelli se ganaba en cuanto a sus objetivos, en tanto que otros entendían que con ello se perdía todo lo buscado.

Los que se pronunciaron unánimente en contra de la perspectiva fueron French, Beruti, Arzac y cuatro o cinco más. En todos ellos cundió la furia y salieron poco después para esparcir la alarma en los cuarteles, y sacar a la gente a la calle desde la aurora para que arrancara los bandos que anoticiaban de la nueva junta, de las esquinas y de las manos de los que los anduvieran fijando.

Como expuso Beruti: «Una Junta presidida por Cisneros es lo mismo que Cisneros virrey». Desconfiaban en su facción de Saavedra, por ser demasiado cauto para sus gustos, y entendían que Castelli, en soledad, nada podría hacer en tal grupo.

La idea de una revolución en paz se estaba precipitando a un camino envuelto en una amenazante oscuridad.

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