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Titanes mediáticos en el ring más grande del mundo

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El enfrentamiento abierto que puede influir en el resultado de las elecciones presidenciales de EEUU. u  Por Luis R. Carranza Torres

Fue el contendiente menos pensado quien puso en grandes dificultades a Donald Trump para alzarse con la presidencia de los Estados Unidos. Nada menos que una abogada devenida, por propio esfuerzo, en una de las analistas políticas más influyentes del país: Megyn Marie Kelly.
El inicio de la disputa fue a principios de agosto de 2015, durante la primera edición del debate de candidatos presidenciales republicanos que la cadena Fox llevó a cabo en Cleveland, un jueves por la noche. Allí, Megyn Kelly sólo era una de tres moderadores, junto a Bret Baier y Chris Wallace. Sin embargo, la primera pregunta que hizo a Trump, sobre su trato a las mujeres, desataría la hecatombe: “¿Usted se ha referido a las mujeres que le desagradan como cerdas gordas (fat pigs), perras (dogs),  babosas (slobs) y animales repugnantes (disgusting animals)…”

No pudo terminar la pregunta. Donald, que no tiene un pelo de tonto ante las cámaras, la interrumpió con un chiste, para salir del paso: “Sólo he usado esas palabras con Rosie O’Donnell”, dijo sonriendo, aludiendo a la abierta enemistad mediática que ambos tienen desde hace tiempo, por la cual se han dicho casi de todo en cuanto programa de televisión tuvieron que hablar del otro. El comentario provocó aplausos y risas de la multitud. Trump creyó que había atajado el mal momento, pero no contó con la insistencia de Kelly: “No, no fue sólo con ella”, le chantó, agregando: “Para que conste, fue mucho más allá de Rosie O’Donnell. En su cuenta de Twitter tiene varios comentarios despectivos sobre las miradas de las mujeres. Usted dijo una vez a una mujer concursante de su programa `El aprendiz´ que sería `lindo tenerla sobre sus rodillas´. ¿Esa es la conducta que podemos esperar en caso de elegirlo presidente?”.

Para decirlo en términos náuticos, lo había torpedeado justo por debajo de la línea de flotación. Esta vez Donald ni se rió ni intentó hacer chiste alguno. Simplemente respondió, de mal modo: “No tengo tiempo para ser políticamente correcto. Y este país tampoco”.
Fiel a la bestialidad verborrágica que lo caracteriza, pero que tanto en el mundo de los negocios como de la política parece darle resultados, Trump se quedó con la sangre en el ojo y siguió tras el debate arremetiendo contra Kelly, a quien calificó de estar mal predispuesta con él, ser muy agresiva y dirigirle intencionadamente preguntas inapropiadas. En una nota a la cadena de noticias rival, la CNN, expresó que “no tenía mucho respeto por ella” y que ese día del debate “se podía ver sangre saliendo de sus ojos, sangre saliendo de su… de donde sea”, remató. La alusión al período femenino fue un pelotazo en contra. Varias organizaciones le restaron su apoyo y dejaron de invitarlo.
El siguiente round entre ambos fue en un nuevo debate entre candidatos republicanos que se realizó en Detroit el 3 de marzo de este año. La publicidad y los comentarios eran más sobre el encuentro entre ambos que respecto de los demás candidatos.

Como Trump se había referido a ella, entre otras “gentilezas”, como “bimbo”, expresión que en el país del norte refiere a las mujeres muy sexuales en su vestir pero tontas, Megyn se cortó el cabello y vistió un traje blanco cerrado casi hasta el cuello. Un aspecto totalmente opuesto de la mujer con el cabello suelto y el vestido negro corto y ajustado con tacones rojos del anterior encuentro entre ambos. Tampoco tenía la sonrisa de ese entonces: pocas veces se la había visto tan seria. A Donald el cambio no se le pasó por alto y, como para romper el hielo, en un ambiente por demás tenso, le dijo al empezar que: “Lucía muy bien”. El cumplido no dejó de lado los planes de Kelly para arremeterle. Es así que a mitad del debate le dijo: “Una de las cosas que a la gente le gusta de usted es que ellos creen que les dice las cosas como son. Pero una y otra vez en esta campaña, usted ha dicho algo para luego decir todo lo contrario”. Y acto seguido, le pasó un video de tres partes que mostraba declaraciones opuestas de Trump respecto de la intervención en Afganistán, los refugiados procedentes de Oriente Medio y otros temas de política exterior. Donald intentó zafar diciendo que: “Nunca he visto a una persona de éxito que no sea flexible, que no tenga cierto grado de flexibilidad”. Y a continuación, como ejemplo, trajo a colación “una entrevista suya, con un gran amigo de ambos, Howard Stern”, realizada en el 2010, en tono jovial, y en la que Megyn había hablado sobre sus pechos y su vida sexual con su marido.
Fuera de cámara se siguieron dando mutuamente. Y como Trump expresó que no entendía cómo la Fox le daba a conducir programas, la cadena sacó un comunicado en apoyo a la periodista.

No pocos votantes siguen con mayor interés esta pelea entre Megyn y Donald que la propia campaña presidencial. Muchos programas la reflejan como una parte más de las noticias sobre la carrera electoral. Y hasta las elecciones de noviembre, faltan algunos debates más. No sería raro que se den nuevos rounds de esta particular lucha, en ese gran ring que resulta la lucha por la presidencia de los Estados Unidos. Aunque otros dicen que la opción de firmar la paz no está muy lejos. Por eso que del amor al odio hay un paso, también a la inversa.

 

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