“Soy el servidor de los hambrientos, de los explotados y de los oprimidos. Antes de darles, si puedo, los tesoros del espíritu, les debo el pan, la justicia y la libertad.”
Romain Rolland. Diario de los Años de Guerra 1914-1919
Más allá de las buenas noticias que llegaron de la península de Corea, el mundo se encuentra en una situación de indecisión, peligro y fragmentación social y política, no sólo hacia dentro de las naciones sino, también, en el campo internacional, donde a diario se velan armas aguardando ataques reales o imaginarios.
Sin embargo, simultáneamente, experimenta la atracción en sentido opuesto, una interdependencia creciente entre las naciones producto de la revolución cibernética de la que somos testigos, protagonistas que alteran las relaciones interpersonales y modifican los hábitos y costumbres del comercio internacional.
En definitiva, el sistema económico internacional se encuentra en crisis. Los signos de recuperación parcial que se avizoran no alcanzan para disimular el desorden existente en el sistema internacional, producto, entre otras causas, de la abrupta aparición en escena un cada día más torpe Donald Trump, las consecuencias de la separación de Gran Bretaña de la Europa Comunitaria, el sueño imperial de Vladimir Putin que fantasea con restaurar el poderío de la Gran Madre Rusia y llevar sus límites a los que estableció el zar Pedro I el Grande y su esposa Catalina I. Cuadro al que debemos sumar cientos de tensiones regionales que culminan en enfrentamientos armados muchas veces por cuestiones nimias, difusas que bien pueden solucionarse en las mesas de negociaciones o en gestiones de buenos oficios.
En buen romance significa que opera internacionalmente una maraña de fuerzas que escudriñan los entresijos de la política en busca de posiciones preponderantes en el largo proceso de transformación global que tiene lugar y genera desplazamientos en la configuración del poder político y económico, pese a la inconducente guerra de guerrillas que tiene como escenario la web.
Cuestiones que ponen en forma ostensible la creciente incapacidad para luchar contra la pobreza y la inequidad que ha dado lugar a la emigración de millones de personas hacia ciudades atestadas; cruzar fronteras nacionales y continentales en busca de empleo y seguridad o, al menos, la posibilidad de sumar un mendrugo más a su escasísima dieta. Mientras, los traficantes de granos elevan artificialmente los precios, para destruir los sistemas de solidaridad y salvataje que han montado los organismos multinacionales como la FAO o las miles de organizaciones no gubernamentales que batallan contra en el hambre y las enfermedades en condiciones de debilidad manifiesta.
Cuenta en la que no están considerados los millones de refugiados y desplazados, a lo largo y ancho del globo, producto de la guerra, de las persecuciones políticas y religiosas que llenan de cadáveres los caminos y senderos que el hombre transita con desesperación en su afán de salvar su vida.
Una mirada candorosa sobre la realidad permitiría celebrar el proceso de interpenetración cultural y étnica que conmociona las estructuras de las naciones. Pero el contexto es diferente. Abruman las noticias sobre ajustes sociales, tensiones políticas y económicas o culturales que llevan irremediablemente a conflictos que estallan a cada paso no solo entre clases sociales sino entre razas, etnias y religiones. Estas últimas encabezadas por “piadosos” hombres de fe que desde sus púlpitos siembran odio, animadversión muchas veces aupados por los traficantes y especuladores que hacen de la muerte su principal negocio.
Ser prisioneros de nuestros propios temores paraliza a la hora de la búsqueda de soluciones. Comprendemos que vivimos en una época cuasi terminal donde ningún país, no importa lo fuerte y poderoso que sea, no puede –ni quiere- definir ni garantizar su seguridad en forma unilateral. Más cuando las fuerzas de seguridad y la justicia están perforadas por el narcotráfico y la corrupción.
Una serie de preguntas que esperan respuestas de los decisores gubernamentales. ¿Por qué fracasan los centenares de millones de personas que revistan –directa o indirectamente- en los ministerios de seguridad o defensa de los más diversos países del orbe? ¿Qué destino tienen las armas –cada día más sofisticadas- cuya adquisición comprometen el presupuesto de las naciones, con la excusa de buscar mayor seguridad? ¿Acaso están destinadas –a tenor de las denuncias radicadas en la justicia por perdida de armas y municiones en los últimos veinte años en las República Argentina- al mercado negro que alimenta el arsenal de la delincuencia armada? ¿Algún vocero gubernamental, con su manual de respuestas convenientes, dirá que forman parte de los efectos no queridos de la lucha contra la delincuencia organizada?
El dilema es cada vez mayor. Producto de la falta de respuestas que puedan ser verificadas en la realidad. Ésa es la razón por la cual tampoco se saben las consecuencias del proceso de robotización o automatización del mercado de trabajo que están transformando a millones de hombres y mujeres en personas “estructuralmente desempleados”. Sin siquiera considerar las soluciones probadas en los países nórdicos donde, además de reducir la jornada laboral con el mismo salario, trabajan a destajo para facilitar el aprovechamiento social del tiempo libre.
Las soluciones no están por cierto en las recetas históricas del capitalismo ni siquiera en la subordinación de la sociedad al capital financiero internacional. Se busca la construcción de una sociedad más justa y equitativa. Por eso las marchas de los movimientos sociales en favor de una mejor distribución de la riqueza y la igualdad de género, el movimiento a favor de la paz y el desarme, la de los guardianes del medio ambiente y las asociaciones de obreros y campesinos que disputan puestos en la vanguardia, que, de lograr unidad de objetivos, se convertiría en una fuerza poderosa en busca de la transformación estructural de la economía y un cambio de valores en la sociedad.
Todas estas fuerzas unidas por el cambio del paradigma del capitalismo, en una forma u otra, trastornan el estatus quo, el equilibrio existente que denuncia a nuestras instituciones como incapaces de enfrentar los desafíos que presenta el futuro. Quizás por la responsabilidad compartida entre una sociedad conservadora –reacia a los cambios- y una clase política que, aupada en esos temores busca consolidar su riqueza personal protegida por un ejército de abogados y contadores.
Esta brevísima revisión del estado de las transformaciones globales en curso –pese a la dictadura del espacio que constriñe-abren amplias avenidas para debatir hacia donde marcha el mundo en el cual el todos los países y el sistema internacional se enfrentan a demandas centrípetas de interdependencia creciente y a una diversidad y fragmentación centrífuga en aumento.
Claramente, la cuestión fundamental es la supervivencia de la especie humana. Es cada vez más visible, por ejemplo, que a pesar del incremento de los arsenales nucleares, está decreciendo la capacidad de las superpotencias para influir sobre los procesos de transformación global. Es que los medios de dominio dejaron de ser los bombardeos masivos para abrir la puerta a la oligarquía financiera, que hace que preguntemos: ¿Cómo podemos dominar una situación económica internacional desenfrenada donde corre con rapidez la información financiera y en la que el movimiento internacional del dinero ha escapado casi completamente a cualquier tipo de control razonable, incluso por los gobiernos más poderosos?