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Tíbet libre, ¿una ilusión?

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A 4.500 metros de altura, en el “techo del mundo”, rodeado, aislado por las montañas inexpugnables del Himalaya y ásperos desiertos, en una superficie de 1.228.400 km², con temperaturas extremas y nieves permanentes durante nueve meses al año, sobrevive un poco más de 3 millones de tibetanos, mientras se libra, desde hace largo tiempo, una ruda batalla en contra de las pretensiones imperiales de China.

Por Silverio E. Escudero – Exclusivo para Comercio y Justicia

La historia de Tíbet es un misterio para quienes, desde estas lejanas latitudes, nos detenemos indecisos frente al mapa de Asia. Lo rodea un manto místico que lo transforma en un punto atrayente que justifica la existencia de cientos de sectas que pululan en Occidente.

Sectas que obligan al hombre a perder su esencia y su voluntad, a las decisiones de alguna extraña deidad, a pesar de que su religiosidad no está limitada a la observancia de un determinado código de creencias.

Fundamentalmente porque muchos de los rituales que observan son herencia de una antiquísima fe prebúdica llamada Bon, que aún se practica en los sitios más remotos de ese país.

Se nos dice que no hay textos auténticos de esta vieja y antigua fe, dado que la escritura recién ingresó a la región con la introducción del budismo, pero muchas de sus imágenes de origen Bon forman parte de la iconografía budista.

Según algunos tratadistas, los seguidores del bonismo creen que “el espíritu de una persona puede transferirse a otra. Cuando el budismo llegó a Tíbet luchó contra el primitivo animismo de los shamanes Bon, capaces de entrar en trance para establecer contacto con los muertos, exorcizar demonios o curar enfermedades”.

Tíbet, alguna vez, fue una nación independiente. Los registros históricos remiten a mediados del siglo III de nuestra era, coincidiendo con la expansión del budismo. Pese a la fuerte incidencia del factor religioso, la aparición de pequeños principados tornó débil el Estado tibetano.

Las luchas fratricidas, que se tornaron permanentes, facilitó la invasión mongol. Invasión que, a la postre, favoreció la presencia china en la región, que, con diversos matices propios del gigante oriental, se mantiene incólume desde entonces.

En 1914 se negoció un tratado entre China, Tíbet y Gran Bretaña. Los invasores británicos trataron de dividir Tíbet en dos regiones, iniciativa que no prosperó. Sin embargo, los representantes de Tíbet y Gran Bretaña firmaron un acuerdo a espaldas de China, mediante el cual Tíbet sería una región autónoma de China y los británicos se adjudicarían 90.000 kilómetros cuadrados de territorio tradicionalmente tibetano, que corresponde al actual estado de Arunachal Pradesh.

Declarada la independencia de India, ésta consideró esta región como suya en función de la frontera establecida en el mencionado tratado. China, sin embargo, rechazó tal posición, indicando que dicho acuerdo no tenía ninguna validez ya que no fue firmado por ellos y Tíbet no era una nación independiente sino un protectorado de China. La disputa por esta región y la decisión de India de darle asilo al Dalai Laman originó la guerra entre China e India, que concluyó en octubre de 1962 con el triunfo de Mao Tse Tung.

Tíbet en manos de China, pese a su posición secundaria en el mapa geopolítico, es escenario de una lucha sin cuartel. Los nacionalistas tibetanos, con apoyo de India y las potencias occidentales con intereses en el área, mantienen en vilo a la autoridad china.

Su arma más letal son las inmolaciones. Las detenciones masivas, extrañamientos y deportaciones han sido la respuesta gubernamental. Desde hace 60 años las marchas y contramarchas son una constante. Portavoces del exilio han señalado que Lhasa, la capital de Tíbet, se encuentra bajo una ley marcial no declarada.

La religión juega un papel decisivo en este conflicto y los tibetanos temen que el Dalai Lama, de 76 años, muera en el exilio. ¿Se equivoca el Partido Comunista Chino (PCCh) al reprimir este movimiento político-religioso? ¿Pueden estallar conflictos nacionalistas en otras regiones de China?

El Dalai Lama cantará las misas pacifistas y pactistas que quiera, pero ya en 2008 se demostró que parte de la juventud tibetana resuelve su malestar de maneras más expeditivas. Las decenas de monjes inmolados ejemplifican asimismo la agudización de la violencia.

El PCCh sabe, quizás, que nunca va a conseguir dominar a los tibetanos y ante el temor de nuevos focos nacionalistas intenta, aunque en vano, acabar con este incendio que no se ha conseguido apagar en años.

Tíbet es uno de los grandes test de la nueva China. Tarde o temprano tendrá que encontrarle una salida. La combinatoria de represión a ultranza, modernización e invasión demográfica le ha funcionado hasta ahora, en medio de una indiferencia casi general.

¿La rebelión en Mongolia Interior, igual o más virulenta que la tibetana, acelerara la búsqueda de soluciones?¿Qué ocurre en la China islámica?

La muerte del Dalai Lama -quien nació el 6 de julio de 1935- puede desatar la tormenta. La búsqueda de su sucesor -rol que alguna vez soñó para sí Hugo Chávez Frías- preocupa a todos. Beijing se prepara para esa contingencia.

Prepara su propio fantoche. Fuentes diplomáticas occidentales avisan que se cuentan por miles los jóvenes que se preparan para el combate. ¿Alguna vez Tíbet libre será una realidad?

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