“La humanidad necesita fe en su destino y acción; y poseer la clarividencia suficiente para entrever que el tránsito del yo al nosotros no se opera metafóricamente como un exterminio de las individualidades, sino como una reafirmación de éstas en su función colectiva. Así, el fenómeno es ordenado y lo sitúa en el tiempo como una evolución necesaria e ineludible que tiene más fisonomía de Edad que de Motín. La confirmación hegeliana del yo en la humanidad es –a este respecto– de una aplastante evidencia.”
La comunidad organizada
Cuando en nuestra historia acontecieron instancias en las cuales los argentinos nos unimos y obramos como nosotros, vivenciamos momentos en los que esa consideración tuvo el peso y la consistencia necesaria para asegurar el éxito y la felicidad que buscábamos mancomunadamente. Con ello no sólo cumplimos con los deseos de cada uno sino que nos convencimos de que los esfuerzos compartidos fueron los que, sin duda, aseguraron el triunfo anhelado.
Las batallas perdidas nos dejaron el dolor y la crispación por el sacrificio ofrecido pero el espíritu de lucha no decayó por la fe de un pueblo convencido de que las causas nobles siempre triunfan, impulsadas con la perseverancia debida.
Convivimos bajo un régimen democrático en el que existe libertad para pensar como uno quiera y de salir a buscar lo que cada uno pretende. Sin embargo, es evidente que no todos tenemos las mismas posibilidades ni todos somos igualmente conscientes de lo trascendente que es enlazar los esfuerzos individuales para conformar una comunidad fortalecida en valores y virtudes, ya que frente a tantas adversidades es imperdonable vivir acosados por absurdos y necios separatismos.
A esta altura de los acontecimientos que ensombrecen nuestro futuro, deberían emerger claras señales del verdadero cambio de época que inexorablemente sobrevendrá cuando logremos, entre todos, superar las situaciones de crisis integral en lo político, económico y social que producen sismos capaces de anticipar posibles derrumbes.
Los alertas deberían partir de la clase dirigente pero esto difícilmente ocurra ya que persisten en debatir viejos y gastados conceptos. Lo aún peor es que se siguen creyendo exculpados de responsabilidades por esta desgraciada realidad.
Pero eso, antes que deprimirnos, nos incita a prepararnos, ya que este cambio de época inexorablemente sobrevendrá, porque finalmente habremos acordado que la responsabilidad mayor debe ser asumida por la sociedad en su conjunto.
Es de esperar que desde las organizaciones y entidades intermedias políticas, sectoriales y sociales resurjan conducciones y cuadros dirigenciales que, con el mandato expreso de sus representados, consigan desligarnos de cualquier injerencia que posiciones dogmáticas extremas nos hubiesen enfrentado.
¿Qué debería acontecer después del 14 de noviembre?
La gran mayoría de analistas políticos, consultoras y medios de comunicación pronostican posibles acontecimientos según encuestas, actuaciones de las principales figuras de las coaliciones mayores, políticas públicas del oficialismo y propuestas de todos los partidos que presentan candidatos. Se habla de porcentajes de votos de los diputados y senadores que cambiarían la composición en el Congreso, tanto del oficialismo como de la oposición.
Son muy pocos quienes se animan a exponer cuáles deberían ser los ejes fundamentales de un plan de salida de la crisis, que ineludiblemente debe contar con un mínimo de tolerancia para que los argentinos nos decidamos a terminar con las discusiones banales y propuestas encapsuladas en concepciones claramente opuestas e irreconciliables.
Contaminados por la insensatez y los intereses personales o corporativos de unos pocos, sea por la estupidez de un progresismo nihilista o de elites que se piensan superiores, han olvidado que como representantes del pueblo su misión es trabajar al servicio del destino trascendente de éste, en respuesta a los reclamos que se mantienen en toda nuestra historia.
Partiendo de un análisis objetivo de la realidad y de las políticas públicas que deberían implementarse una vez superada esta etapa de recambios en el Poder Legislativo Nacional, tomamos conciencia de que nada de esto es analizado con la profundidad y responsabilidad debidas, ya que las coaliciones persistirán con sus irreductibles posiciones por medio de conatos y enfrentamientos, promovidos por quienes deberían profesar el altruismo y compromiso de reconstruir la unidad de los argentinos.
Muchos medios y agencias exponen distintos escenarios, según quien pierda o gane la mayoría en el Congreso, confirmando que la pelea electoral solo es de esas dos únicas opciones partidarias. Sin importar que ambas formen parte del triste desempeño de los últimos años como culpables de insensateces políticas, económicas y sociales.
¿Qué necesitamos y debemos hacer entonces?
Argentina necesita un proyecto nacional que proponga un cambio profundo en las actitudes de muchas instituciones, respaldadas por la ética, la moral y el compromiso social, si es que queremos terminar con el desaguisado de un régimen que solo busca la división y confrontación entre los argentinos.
No podemos seguir dependiendo de los proyectos particulares de distintas fracciones, partidos o coaliciones que cada cuatro años pueden gobernar, cuando la sociedad en su conjunto nunca ha sido convocada para que sea partícipe fundamental en la toma de decisiones, consensuando qué es lo que queremos ser como nación, qué es lo que definimos como importante sobre soberanía e independencia, qué es lo que vamos a producir y desarrollar o qué educación debemos ponderar los argentinos, etcétera.
Eso sólo lo conseguiremos estableciendo un ámbito de coincidencias esenciales en el que sellemos un acuerdo entre todos los sectores participantes, explicitando sus compromisos y aportes al servicio del país.
Pero, aunque las máximas figuras proclaman un acuerdo, en la práctica demuestran ser confrontativos y no integradores. Son personalistas o clasistas. Los domina la especulación y las ansias de poder y solo piensan en la contienda partidaria para acceder a éste.
Por lo tanto, retacean la construcción de consensos y concertaciones porque, en realidad, el modelo democrático sólo privilegia el juego entre el oficialismo y la oposición.
Finalmente, creen -como dirigentes que han retrocedido a la época del caudillismo- que gobernar es mandar a un pueblo, que debe ser una “masa” amorfa y moldearla según sus propios intereses, por lo que son muy esquivos en ceder algo de sus concepciones políticas dogmáticas.
Al mismo tiempo, las entidades intermedias no ubican con total claridad el enorme poder y la gran posibilidad, dada su amplitud organizativa, para promover la confluencia armónica y equilibrada entre el sector privado y el público como fundamento de una democracia social.
Pero nada de lo que podamos componer institucionalmente como reorganización política económica y social en lo interno puede quedar al margen de la importancia que para ello adquiere la política internacional, frente a un mundo en completa ebullición geopolítica que involucra tanto a EE.UU como a China y Rusia.
Nuestra posibilidad de industrializar lo que cultivan y producen nuestras economías regionales, como la de expandir el perfil industrial con la sustitución de importaciones, nos haría ascender un escalón en el proceso de independencia tecnoindustrial, mientras recuperamos técnicos, profesionales, empresarios y trabajadores en una Argentina que tiene que reconstruir y modernizar todo lo que se destruyó. Avanzar en procesos que nos permitan incursionar en un mundo pospandémico y acorralado por el cambio climático, que exige cambios sustanciales en nuestra forma de vivir garantizando el equilibrio y la armonía con la naturaleza como transformaciones en lo tecnológico frente al despliegue de nuevas modalidades laborales, profesionales e institucionales.
Reflexión
Estamos ante un punto de inflexión y de no retorno, ya que los pueblos no se suicidan. Cuando son arrinconados, si no se abren las compuertas para su protagonismo, pueden ser como los ríos que, después de vendavales, avanzan inconteniblemente, echando la basura a sus costados.
Imagino las naciones como si fuesen árboles que desde sus raíces se desarrollan, definiendo el carácter, destacando fortalezas y minimizando debilidades y, aun golpeados por vicisitudes y fenómenos no esperados, van consolidando su contorno por medio de sus ramas, que bien podrían ser las provincias y de éstas se prolongan ramas más chicas, que pueden representar los pueblos y ciudades. Por último están las hojas, que simbolizan a los habitantes.
Como reflexión final, vemos que el crecimiento y desarrollo de una nación parte desde sus raíces ya que, si ellas son menoscabadas, cercenadas o no abonadas con virtudes y valores, la nación comienza a resquebrajarse, y cualquier doctrina que se esparce en su proximidad produce el desprendimiento y desarraigo de sus hojas.
Nuestras auténticas raíces nos llevarán a ser una nación libre, pujante y soberana.
(*) Presidente del Foro Productivo Zona Norte