Por Claudia Patricia Juárez
En el devenir cotidiano, y máxime en estos tiempos, nos encontramos inmersos en preocupaciones generadas por situaciones de diversa naturaleza que ocupan nuestra mente y no nos dejan espacio para otras actividades o simplemente para disfrutar de la vida como nos merecemos.
Decimos tener problemas, y a menudo, no son problemas los que nos aquejan, sino que estamos ante una “situación problemática”.
¿Y cuál podría ser su diferencia?
Los problemas requieren de una solución específica, en la mayoría de ellos tenemos los datos claros y concretos y de su combinación o alguna fórmula puede salir la respuesta. Dicha respuesta, a veces nos resulta satisfactoria y en otros casos no la vemos como beneficiosa. Es aquí donde entra a jugar el concepto de Situaciones Problemáticas, situaciones más complejas, más amplias, que no tienen una fórmula para ser resueltas, ni tampoco una única y exclusiva respuesta.
A resolver problemas no enseñaron desde los primeros años de educación escolar: “Si Juan tiene 5 caramelos y pierde o le quitan 3, ¿cuántos caramelos le quedan? La solución es rápida, pero no nos resuelve el sentir de Juan por haber perdido esos caramelos, ni nos enseña a procurarnos algunos otros, ni a comprender lo que pasó, ni a buscar manera para que no vuelva a suceder. Pues es justamente aquí donde surge la idea de “Resolución de situaciones problemáticas”
La resolución de situaciones problemáticas y el acto de resolver un problema, aunque están estrechamente relacionados, presentan diferencias significativas en términos de enfoque, complejidad y proceso. En el primer caso no se trata sólo de encontrar una solución a un problema específico, sino de abordar una situación que puede tener múltiples facetas y requerir una comprensión profunda del contexto. Este enfoque incluye la capacidad de analizar, evaluar alternativas, y reflexionar sobre el proceso de resolución. Se enfoca en la construcción o reconstrucción de conocimientos y en la intervención activa de los involucrados. Se consideran los resultados potenciales para poder elegir de acuerdo a las necesidades e intereses de las partes. Aquí vemos que no hay sólo una solución o respuesta. En las situaciones problemáticas debemos volver una y otra vez para ajustar y mejorar las soluciones adecuándola a los hechos, los actores, las emociones, los tiempos, las necesidades y los intereses. Estas situaciones pueden involucrar múltiples problemas interrelacionados. Requieren un enfoque holístico y reflexivo, considerando el contexto y las implicaciones a largo plazo de las soluciones propuestas. Debe darse una mirada metodológica y epistemológica que vea a la cuestión como un todo, sin perder de vista la sinergia de sus partes.
Resolver problemas se centra en encontrar una solución inmediata, puede aliviar una dificultad específica. En cambio, resolver situaciones problemáticas tiene un impacto más profundo y duradero, implica comprender y abordar las causas subyacentes de los problemas que puedan prevenir futuros conflictos o dificultades. Este enfoque promueve además la mejora en la toma de decisiones.
Entonces, si no estamos preparados para este tipo de situaciones, ¿cómo lo hacemos? Es menester enriquecernos con este conocimiento, para lograr una vida más placentera, pues estas situaciones nos asaltan en todos los ámbitos: financieros, académicos, jurídicos, familiares, laborales etc.
Dijimos que, desde pequeños, en la escuela se nos enseñó a resolver problemas, ahora, ¿a resolver situaciones problemáticas, nos enseñaron alguna vez? Recién en los últimos años aparece en las políticas educativas como capacidades a desarrollar en los estudiantes. Algunas instituciones educativas han creado programas de “mediación en la escuela” donde se intenta desde la práctica aprender algunas de las habilidades mencionadas. Uno de los caminos para cultivarse en la resolución de situaciones problemáticas es la Mediación y a ella es beneficioso recurrir cada vez que solos no podamos resolver.
Enseñar a zanjar este tipo de situaciones es un gran desafío para la educación, dado que el fin último de ésta es mejorar la capacidad de las personas para solucionar los problemas del mundo que les rodea. Lograr tener una educación de calidad es algo casi inconcebible sin incluir áreas o actividades centradas en el desarrollo de capacidades, destrezas, habilidades o conocimientos para la solución de situaciones problemáticas. Desde las escuelas se hace el esfuerzo; sin embargo, cuando vemos el nivel de violencia y desasosiego reinante en la sociedad que habitamos, nos secuestra la idea que no ha habido mucho éxito. Aun así, debemos seguir construyendo conocimiento que nos conduzca hacia la paz individual y colectiva, pues esto es responsabilidad de toda la humanidad.
(*) Abogada. Mediadora – Docente de Nivel Medio y Superior – Especialista en Ciencias Sociales – Especialista en Políticas Socioeducativas.