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Sáenz Peña tuvo razón

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Por José Emilio Ortega – Santiago Espósito (*) 

Los vínculos entre Argentina y Brasil, han oscilado entre la tirantez y la cooperación. 

Las tensiones tienen su raíz en la rivalidad española y portuguesa. La Cuenca del Plata era el territorio de disputa. La línea de Tordesillas (1494) fue sistemáticamente violada por los dos imperios. La fundación de la Colonia del Sacramento (1680) por Lisboa casi en la nariz de Buenos Aires, marcó un punto crítico; el conflicto se agravó hacia 1815, cuando Portugal aprovechó las guerras independentistas rioplatenses, instalando un gobierno en la Banda Oriental -denominándola “Provincia Cisplatina”-. 

La guerra continuó entre las Provincias Unidas y (desde 1824) el Imperio del Brasil sin resolver el conflicto, aún venciendo las tropas rioplatenses en Ituzaingó (1827). Una iniciativa británica postula al Estado Oriental del Uruguay como “tapón” (1827-1930). Pero los nervios seguirían crispados. A los celos políticos, las disputas limítrofes, el patrullaje de Buenos Aires y Río de Janeiro sobre la vacilante Montevideo -lo pagaría el Uruguay con una larga guerra civil (1839-1851) y una inestabilidad que recién se apaciguará en 1904- siguió la participación brasileña en el Ejército Grande victorioso en Caseros (1852). Se podría decir que la entronización de Mitre (1860), facilitaría un período de distensión que la alianza en la Guerra del Paraguay (1864-1870) afianzó, avanzando posteriormente en la delimitación de fronteras. 

Pero la rivalidad no cesó. En el siglo XX, la relación entre Brasil y la Argentina estuvo marcada por una desconfianza recíproca. Nuevas amenazas a la soberanía, temores por la expansión militar y una incipiente carrera armamentista entre Argentina, Brasil y Chile, matizan el inicio de la centuria. Aunque los presidentes Roca y Campos Salles se visitan en 1899 y 1900. También se reúnen Errázuriz y Roca en 1899. Existía preocupación de las diplomacias chilena y brasileña por la proyección internacional de Argentina, mejor integrada al circuito internacional por su potencial agroexportador y vínculos con Reino Unido. Dos gigantes de la diplomacia, Estanislao Zeballos y José da Silva Paranhos Jr. -Barón de Río Branco-, protagonizaron ásperos enfrentamientos. Río de Janeiro ni siquiera mandó representantes en los fastos del Centenario argentino. Pero la visión de los estadistas vislumbraba la necesidad de una alianza. Finalmente, Río Branco la propone y los argentinos Sáenz Peña y de la Plaza, después, entienden el juego. En 1915, se firma el Tratado ABC (por Argentina, Brasil y Chile), como un mecanismo, más que para resolver conflictos, de apaciguamiento. Solo Brasil lo ratificaría. Presiones norteamericanas y cierta intransigencia permanente hacia el interior de los estados, hicieron lo propio.

En la década de 1920, se buscó un acercamiento con la limitación de armamentos en el plano interamericano, que no rindió frutos. Las relaciones bilaterales mejoraron en la década siguiente, a partir de la visita a nuestro país del presidente Vargas que firmaría, junto a su par Justo, tratados de cooperación y acordarían la construcción del puente internacional entre Paso de los Libres y Uruguayana. El devenir pendular entre la cooperación y el conflicto se mantuvo en la postguerra. Brasil se resintió por las duras condiciones impuestas por el gobierno de Perón para la venta de trigo. Pero en 1947, el argentino y su par Dutra inauguran el puente antes mencionado. Perón insistirá en su “Tercera Posición” equidistante de los líderes de la Guerra Fría, que estimuló acercamientos a los países limítrofes y al mundo europeo latino; reflotando en 1952/53 la idea de un nuevo Pacto ABC, coincidente con los regresos de Vargas e Ibáñez del Campo al poder. Ya no se trataba de un Pacto de No Agresión ante hipótesis bélicas, sino de integración mediante un bloque capaz de aprovechar las ventajas de cada país en la producción en escala. La presión de los Estados Unidos, resintió la participación del Brasil y por su intermedio la de Chile-. Tras un “barajar y dar de nuevo” –sin Perón ni Vargas en el poder-, habrá descompresión. Un dato al pasar: Aramburu y Rojas, hombres fuertes de la autodenominada “Revolución Libertadora” venían de cumplir destino como agregados militares en el Brasil.

Nuevos viejos problemas

Los entendimientos bajo la luz del desarrollismo del presidente Frondizi con sus pares Kubitschek y Quadros abrieron la posibilidad de diálogo, coronado en el Encuentro de Uruguayana en 1961. Los celos de las Fuerzas Armadas pusieron un dique a esa iniciativa. Hacia 1969, nace un esquema precario de cooperación que se formalizaría en el Tratado de la Cuenca del Plata, que incluía a Bolivia, Paraguay y Uruguay, relacionado a necesidades de infraestructura y generación de corredores que beneficiaban la vinculación física de esos países con Brasil, de crecimiento imparable.

Las relaciones entre los dos países se intensifican, pero se mantuvieron viejos resquemores. En 1972 Argentina objetó el proyecto brasileño-paraguayo, para la construcción de la represa de Itaipú, porque pretendía limitar el aprovechamiento de recursos, aguas abajo. Las discrepancias, se distendieron con el acuerdo tripartito Itaipú-Corpus de 1979 (firmado bajo las tres dictaduras militares de Argentina, Brasil y Paraguay), el apoyo brasileño a la Argentina durante la Guerra de Malvinas, en 1982 y la cooperación en materia nuclear iniciada por los gobiernos militares de ambos países.

Con la transición democrática, se rubrican acuerdos decisivos, que culminaron con la firma del Tratado de Asunción que creó el Mercosur en 1991, cuyo principal objetivo fue generar un mecanismo institucional que dote de confianza a las relaciones bilaterales, pivoteando un grupo más amplio. La impronta comercial que le dieron los presidentes Menem y Collor de Mello, provoca su auge económico a mediados de los 90, para luego atravesar la devaluación brasileña de 1998 y la posterior crisis político-económica de Argentina en 2001, que pusieron en entredicho al modelo de integración regional. Las presidencias Duhalde primero y Kirchner después, y la de Lula da Silva, reflotaron el Mercosur a partir de su redefinición. Las relaciones se mantuvieron estables hasta la crisis política de Brasil, que desde de la destitución de Dilma Rousseff en 2016 y la condena a prisión de Lula Da Silva en 2018, generaron un terreno fértil para el triunfo de Bolsonaro en las elecciones presidenciales. Tanto el nuevo presidente como sus ministros despreciaron la potencialidad del Mercosur y aún más, la importancia de una relación fluida con Argentina. Macri y Bolsonaro no pasaron de algunas muestras de afecto personal, aunque en su haber destacamos el anuncio de un acuerdo Unión Europea-Mercosur, aún no concretado. La llegada de Alberto Fernández a la presidencia argentina, pareció exasperar a Bolsonaro, en excesos lamentablemente correspondidos inicialmente por el argentino. 

Una acertada visita del canciller Felipe Solá a Brasilia, con reuniones al máximo nivel, permitió poner en agenda un pronto encuentro entre los “encocorados” mandatarios. La rivalidad, hija de la antropología cultural, ha sido regla durante la historia bilateral. Pero la interdependencia es significativa –y ello es producto del Mercosur-.  La relación de vecindad y los vínculos creados a lo largo de estos 35 años donde los países defendieron sus economías junto a sus democracias, son suficientes para asumir, responsablemente, los compromisos adoptados, reconociendo las diferencias. La confrontación es intolerable. Sáenz Peña afirmó con razón en 1910, en visita oficial a Río: “Todo nos une, nada nos separa”. La cita es remanida, pero insistir en su profundo sentido -está a la vista-, no parece redundante.

(*) Docentes UNC

 

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