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Rosa Clotilde Sabattini (III)

Por Alicia Migliore*
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¿Cuáles fueron los graves delitos que motivaron el destierro de Clotilde Sabattini de la memoria colectiva?

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Las sociedades repudian a quienes osan descubrir sus miserias ocultas bajo numerosas cubiertas de hipocresía. La cordobesa, perfumada por las flores de los blasones españoles que la fundaron, bautizaron y poblaron, con un concierto continuo de campanas llamando a misa, al rosario, al ángelus o recordando otra hora para la oración, iluminada por un sol dorado y potente en toda estación, enmarcado en las sierras azules, no escapaba a la regla de toda sociedad.

Si a sus fragancias, sonidos y destellos sumamos su fuerte tradición, su vocación doctoral, sus ayunos, promesas, retiros, indulgencias y homilías desde el púlpito, podemos imaginar el rechazo que debieron experimentar ante una niña que arrasó con todas las expectativas personales y sociales que alentaban su crecimiento, pisoteando mitos, riendo de todas las sumisiones concentradas en su género desde el principio de la humanidad.

Agravaba la situación que esa niña fuera la hija de un hijo de inmigrantes que cumplía el mandato de “m’hijo el dotor”: la sociedad cordobesa, conservadora y de estirpe, no podía ser indiferente ante este gringo de doppia t que se erguía como dirigente político, representando a la “chusma” que pugnaba por sus derechos.

En acuerdo tácito, los cordobeses decidieron aceptar los diques que llevarían agua para el norte, los caminos para el sur que unirían la pampa gringa productora de bienes y las escuelas en todas partes que albergarían niños y los convertirían en ciudadanos. En el mismo acuerdo, los cordobeses nunca aceptarían la rebelión de la hija de ese hombre contra el código de conducta femenino no escrito, no cuestionado. Podemos suponer que el peronismo nunca le perdonó su irreverencia con Eva Duarte y Juan Perón.

La Unión Cívica Radical del Pueblo no la indultó por su conducta abandónica al irse con el sector liderado por Frondizi, pese a que admitían que toda la intelectualidad partidaria se sintió subyugada por la inteligencia del caudillo. Las mujeres de su tiempo la borraron de la valoración social porque su coraje, demostrado en la ruptura del mandato paterno, marital y social para buscar su realización personal como mujer, las enfrentaba con la sumisión que mantenían.

Todos trataron de reducirla a un caso policial en varios actos: el ataque con ácido, la desfiguración de su rostro, el marido suicidado, su propio suicidio, sus hijos malogrados. Omitieron considerar su valentía para elegir su destino, pese a los designios familiares que le habían impuesto el nombre de su abuela paterna y de su madre para marcar la impronta de “una mujer de hogar”.

Eludieron la ponderación de ese amor tumultuoso, en plena adolescencia con un hombre mayor, pese al cual completó su formación intelectual y mantuvo protagonismo político. Se cuidaron muy bien de reproducir las denuncias y reclamos que efectuó puertas adentro de la UCR, que mantienen plena vigencia setenta años después.

Clotilde Sabattini libró su lucha feminista en soledad: las mujeres radicales se resistieron a organizarse con independencia de los varones y esto quitó la posibilidad de conjugar una sonoridad que permitiera reconocerse y empoderarse. Clotilde lo sabía y reconocía como causa principal de limitación a la ampliación de la ciudadanía la conducta de las mismas mujeres. En 1947 pedía “marchar juntos todos los radicales, incluidas las mujeres” explicando que “eso debían exigir las mujeres para no legitimar la exclusión partidaria”.

Advertida de la contradicción del radicalismo que, con el argumento de la igualdad construye la desigualdad, Clotilde representaba una visión destacada desde el feminismo en un partido político que adolecía de ceguera respecto de los cambios que demandaban los tiempos: el mundo reconocía los derechos de las mujeres y los radicales se esmeraban en reconocerlas “iguales en derechos” en los discursos pero “fuera de participación genuina”.

Quien entendió su lucha fue Roberto Parry, presidente de la Convención Nacional, que manifestó en 1948: “Estoy seguro de que el juicio ilustrado de esta Asamblea ha de encontrar fórmulas justas para agilizar y dar eficacia a los órganos ejecutivos del partido, reconociendo a la vez participación activa a la mujer, a la juventud y a los obreros”. Podría pensarse que Parry no pudo ver la participación activa de la mujer en la estructura partidaria porque murió poco tiempo después, pero se trataría de un error: el radicalismo es un partido machista que mantiene la resistencia a incluir mujeres, aunque hayan pasado casi setenta años de la prédica de Clotilde.

Un esclarecido Moisés Lebensohn afirmaba en 1951: “Sujetas a prejuicios y supeditación económica, sin derechos políticos para influir en la conformación social, habéis ocupado un sitio inferior en el desarrollo de la humanidad (…) los hombres ceden el paso a la mujer junto a la pared, mas no le ceden el paso a las posiciones directivas de la política, la cultura y la economía, obedeciendo a resabios feudales que aún subsisten en la Argentina. Vosotras -mujeres radicales- sabéis bien que habrá que vencer un conjunto de factores de tipo espiritual que actúan sobre nuestras costumbres y aun sobre nuestras ideas, impidiendo la igualdad anhelada en todos los órdenes, sea el cívico, el económico o el social”.

Córdoba dispuso -sin derecho de defensa- condenar a Clotilde: la exiliaron, como en la antigua Grecia, y la desterraron de la memoria. El rescate de su fuerte personalidad y de la lucha vanguardista que llevó adelante es una deuda pendiente, que este artículo pretende comenzar a saldar con Rosa Clotilde Sabattini y muchas otras mujeres que dieron batalla a través de los tiempos.

(*) Abogada-Ensayista. Autora del libro Ser Mujer en política.

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