Por Gustavo Orgaz *
Sáenz Peña, gran canciller de la República, profundo estudioso del Derecho Internacional Público, diplomático de fuste, fue Presidente de la Nación entre 1910 y 1914, año de su fallecimiento. Elegido por un círculo político reducido, tuvo la inteligencia, sensibilidad y comprensión del momento histórico para asimilar el reclamo ciudadano por comicios libres.
Con la reforma electoral que llevó a cabo se estableció el voto secreto y obligatorio y el derecho de las minorías a tener representación en el Congreso. Apenas aprobada esta reforma, se convocó al pueblo a los comicios de renovación parlamentaria correspondiente al año 1912.
En estas elecciones ingresaron a la Cámara de Diputados algunas figuras trascendentes, ajenas a los partidos cercanos al oficialismo. Nos referimos, como casos paradigmáticos, a Juan B. Justo y Lisandro de la Torre.
Luego del comicio de 1914, se llegó a la elección presidencial que en 1916 encumbró en el poder a Hipólito Yrigoyen. Culminaba así, por su parte, una larga lucha del candidato de la Unión Cívica Radical (UCR), convencido como estaba de que Sáenz Peña había dado garantías suficientes para que la UCR abandonara la abstención electoral y recorriera el camino de las urnas. A todo esto, Sáenz Peña había muerto en 1914 pero ya nadie podía torcer el rumbo trazado por la ley electoral. En un largo proceso previo, nuestro país había logrado darse su Constitución, en parte sobre la base de las ideas de Alberdi y en parte merced al acuerdo de Urquiza con los gobernadores provinciales.
Se había superado asimismo la separación de Buenos Aires, reintegrada como provincia al Estado argentino en 1860.
También quedó resuelta la cuestión de la capital federal y se sucedieron presidencias verdaderamente fundacionales, como las de Sarmiento y Nicolás Avellaneda, quienes dieron fuerte impulso a la educación pública, a la organización de las fuerzas armadas, al desarrollo material del país y a la inmigración para ocupar un territorio ávido de habitantes y de trabajo, orientación mantenida especialmente en el primer gobierno de Roca.
Luego, durante la presidencia de Juárez Celman, se produjo en 1890 la mentada Revolución del Parque, en la que participó un numeroso grupo de jóvenes en protesta frente al régimen imperante en el cual el país crecía, pero con dispendio y endeudamiento y además con elitismo a la hora de elegir a sus gobernantes, ya que el conjunto de la sociedad quedaba al margen de los comicios.
Aquel levantamiento de 1890, derrotado militarmente, determinó sin embargo la existencia de condiciones políticas que determinaron la renuncia de Juárez Celman. Asumió la presidencia entonces el vicepresidente Carlos Pellegrini, quien completó el mandato y ordenó la economía del país, en crisis durante los años precedentes. Es que Pellegrini era, además de un gran abogado, un economista práctico con una concepción industrialista y con ideas acerca del Estado promotor adelantadas en su tiempo y concretadas, por ejemplo, en el impulso a la creación del Banco Nación.
Sin embargo, nada avanzó la República entonces en orden a la purificación de los comicios. El voto cantado, la compra de voluntades y las más variadas formas de fraude continuaron por doquier. Recién con la reforma electoral del ministro Joaquín V. González tuvo lugar una -muy relativa- depuración del modo de elección de los diputados, lo que permitió, por ejemplo, que en 1904 el joven abogado socialista Alfredo Palacios llegara por primera vez a la Cámara de Diputados. Sin embargo, fue Sáenz Peña quien dio el gigantesco salto de calidad institucional con la ley que abrió el parlamento a las minorías e impunso el voto secreto, universal y obligatorio que, con toda justicia, lleva su nombre en la memoria colectiva.
En lo que hace a la relación de Sáenz Peña con nuestra provincia, pueden señalarse por lo menos tres episodios distintos: como productor agropecuario, como abogado y desde luego también como político.
En efecto: el vínculo agropecuario tuvo lugar a partir de 1886, por la explotación de la estancia “Las Rosas”, ubicada en la localidad de Sampacho, al sur de Río Cuarto. Esta propiedad pertenecía al suegro de Sáenz Peña, señor Lucas González, y dentro de aquel campo, el futuro presidente explotó también una cantera de piedras con su cuñado. Sin embargo, la actividad de nuestro prócer no duró mucho tiempo por insalvables conflictos que tuvo con su pariente (Sáenz Quesada, María: Roque Sáenz Peña: el presidente que forjó la democracia moderna, Editorial Sudamericana, Buenos Aires, 2014, págs. 214/216).
Otro episodio interesante lo constituye el hecho de que Sáenz Peña, también bastante antes de ser presidente, fue exitoso y leal defensor de Juan Bialet Massé en la acción legal que promovió el gobierno cordobés a raíz de la construcción del dique San Roque, obra dirigida por el ingeniero Carlos Cassaffousth, ejecutada por Bialet Massé, ambos injustamente acusados por supuestas irregularidades en los trabajos encomendados (Sáenz Quesada, María, obra citada, págs. 210/211).
Veamos ahora la incidencia de Sáenz Peña en la política de Córdoba, de manera primordial al momento en que como presidente lanzó su proyecto de reforma electoral. En este sentido, es indudable que el mandatario contó en nuestra provincia con la inestimable colaboración de Ramón J. Cárcano, quien al debatirse el proyecto era diputado nacional. En ese contexto, Cárcano fue uno de los más importantes defensores de la iniciativa presidencial, en particular porque aseguraba la representación de las minorías en el Congreso.
En efecto: se preveía en su texto que en las periódicas renovaciones de la Cámara de Diputados, los dos tercios de los representantes de las correspondientes provincias quedaran para la mayoría y el tercio restante para las minorías. Este nuevo sistema era un claro avance frente a cualquiera de los utilizados anteriormente. En la defensa del proyecto, Cárcano debió enfrentar, entre otras, la oposición de Julio Roca (h), también diputado nacional por Córdoba, quien defendió las ventajas del sistema de circunscripción que había impuesto Joaquín V. González como ministro en 1902, aunque en la práctica el sistema en cuestión conducía a un muy limitado pluralismo.
La iniciativa presidencial, en definitiva, fue aprobada por claras mayorías, tanto en Diputados como en Senadores, aunque en esta última cámara contó con la oposición del mismo González, partidario del voto obligatorio pero defensor del sistema de la circunscripción, de su autoría (Cárcano, Miguel Ángel: Sáenz Peña. La revolución por los comicios, Hyspamerica, Buenos Aires, 1986, págs. 161/172).
A partir de aquel debate parlamentario, Cárcano quedó consolidado como intérprete fidedigno de la política de Sáenz Peña en Córdoba. Aquél, con su reconocida capacidad pero también arropado con el prestigio del presidente, logró reunir las diversas corrientes conservadoras y liberales dispersas y pudo así derrotar a la UCR para erigirse en gobernador por el período 1913-1916.
(*) Profesor universitario