sábado 23, noviembre 2024
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Comercio y Justicia 85 años

Rivadavia y Sobral

Por Alicia Migliore*
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Por Alicia Migliore (*)

La ciencia ha avanzado vertiginosamente en los últimos años, aunque algunas áreas permanecen casi insondables. Es enorme el esfuerzo de los neurólogos para investigar los secretos que esconde nuestro cerebro: ¿qué recordamos y porqué lo hacemos? ¿Cómo asociamos nuestros recuerdos y emociones para que algunos prevalezcan o emerjan en momentos inesperados? Algo de esto me ocurrió con una lectura placentera que me llevó a desandar el tiempo y encontrar puntos de contacto y de desencuentro.
Quienes me rodean saben que amo rescatar mujeres ocultas en la historia oficial.
Comparten conmigo los libros y publicaciones que encuentran, nacionales o extranjeros, clásicos, antiguos o novedosos. Mi biblioteca se incrementa y disminuye mi enojo con los historiadores oficiales que escondieron a las mujeres, durante siglos, con tanta eficacia.
Saboreo lentamente un obsequio “Sabias. La cara oculta de la ciencia”, escrito por Adela Muñoz Páez, y me emociona la valentía de mujeres rompiendo los cánones de su tiempo, arriesgando o perdiendo sus vidas, y me rebela que el odio misógino las destruyera hasta borrar sus nombres, prorrogando su exilio más allá de sus muertes.

He concluido “Mujeres Argentinas. La otra historia” de nuestro coterráneo Esteban Dómina y pondero en ella el tono ameno de la obra y el coraje del historiador cordobés para abordar la defensa de las féminas.
Dómina se refiere a Bernardino Rivadavia y rescata una arista que pocos conocen.
Tan afectos como somos los argentinos a quedarnos con un dato que justifique o invalide todo, algo de eso ocurrió con Rivadavia: se instaló socialmente que fue el iniciador de la maldita deuda externa con el préstamo de la Baring Brothers y los ochenta años que demandó su cancelación y alguna otra diferencia de opinión con los líderes de su tiempo, para que ese sector lo erradicara de la grilla de los próceres.
Pensando en Rivadavia, recordé mi pueblo y recordé a Sobral. Antonio Sobral, fue el educador de la libertad convencido, según sus discípulos, de la necesidad de sustentar las concepciones educativas en el valor del hombre, la identidad nacional, la democracia social y una moral sin dogmas, como escala de valores a observar rigurosamente. Un luchador incansable, desde su banca de legislador provincial o nacional, o desde su escritorio y editorial, o desde la tribuna; siempre en la acción. Cuando las instituciones de la República naufragaron en el golpe del 30, creó el Instituto Secundario Bernardino Rivadavia, a los pocos años la Escuela Primaria Víctor Mercante.
Me pregunté cuál sería la rezón para que un libertario como él decidiera esas nomenclaturas para las instituciones y la historia me devolvió la concepción del maestro.

Víctor Mercante fue un “normalista”, egresado de la Escuela Normal de Paraná (la primera fundada por Sarmiento) que dedicó su vida a la profesionalización del magisterio, destacando la importancia de los maestros para la formación de los niños como ciudadanos del futuro, confiando en la factibilidad de educar a los sujetos en la ciencia y en el progreso.
Su trabajo como investigador y su compromiso lo llevaron a ser el primer Decano de la Facultad de Ciencias de la Educación de la Universidad de la Plata. Y Sobral rescató su nombre y su ejemplo a los pocos años de su muerte, como figura rectora de una concepción de educación laica, de excelencia.
¿Y cuál sería el mérito de Rivadavia para que la primera institución creada llevara su nombre, a juicio de Sobral? Es aventurado arriesgar opiniones de quien no está en condiciones de responder, pero el recuerdo que tengo del maestro y su obra, me permiten inferir que algunas de las medidas tomadas un siglo antes de la creación del servicio educativo fueron determinantes para Sobral, como el respeto irrestricto por la libertad de prensa y expresión (él que sufrió censuras y cesantías por expresar su pensamiento) o la reforma eclesiástica que denotó el marcado anticlericalismo de Rivadavia en una conducta vanguardista y riesgosa en su época; seguramente también tuvo en consideración que creaba becas para que jóvenes del interior pudieran estudiar en Buenos Aires, o que fue el fundador de la Universidad de Buenos Aires, que facilitó la importación de libros sin censura, el Museo de Ciencias Naturales, apostando siempre a la educación laica, sin dogmas, como herramienta transformadora.
El “Rivadavia” aparece en 1930 en una ciudad central del interior, “abrazo de distancias y latidos, corazón de la patria” en palabras de Héctor Broggi Carranza, autor del Himno a Villa María, como una respuesta a la demanda educativa de la zona de influencia. Pocos años más tarde se crea el Instituto del Rosario y la Escuela profesional de mujeres.
La congregación de la Santísima Trinidad abre su institución en 1942 y será a mediados de los años sesenta cuando inaugure el Bachillerato Técnico Lácteo de proyección internacional y desarrollo local en una importante cuenca lechera. Estas y otras ofertas con o sin internado como la “Escuela del Trabajo” o el “Manuel Belgrano” posibilitaron a los chicos de todos los pueblos cercanos concluir sus estudios y convertir a la ciudad en un polo educativo.

Sin embargo, Rivadavia es bastante más que los puntos señalados que demuestran su conducta vanguardista y revolucionaria, y los señala muy bien Dómina cuando rescata como un gran avance la convocatoria a las mujeres para la creación de la Sociedad de Beneficencia, encomendándoles ocuparse de la caridad pública y de la educación de las niñas (hasta entonces reservadas exclusivamente a la Iglesia Católica) y cita algunos párrafos del decreto de creación “La naturaleza al dar a la mujer distintos destinos y medios de hacer servicios que los que rinde el hombre, dio también a su corazón y a su espíritu calidades que no posee el hombre, quien por más que se esfuerce en perfeccionar las suyas, se alejará de la civilización si no asocia a sus ideas y sentimientos a los de la mitad preciosa de su especie.
Es pues eminentemente útil y justo acordar una seria atención a la educación de las mujeres… para poder llegar al establecimiento de leyes que fijen sus derechos y sus deberes y les aseguren la parte de la felicidad que les corresponde…” Esta apertura de los espacios públicos a las mujeres permitió que potenciaran la eficacia del Hospital de Mujeres, la Casa Cuna, la Casa de Partos Públicos y Ocultos, el Colegio de Huérfanas y la Cárcel de Mujeres, entre sus muchas misiones en 1823…

Y Sobral es mucho más que todo lo expresado: en 1926 tomó a su cargo la dirección de la Biblioteca popular Bernardino Rivadavia, que significó un espacio de crecimiento personal para todos los vecinos.
Tantos son los recuerdos y tantas las emociones, que supongo que quienes lean estas líneas se ubicarán en alguno de los espacios: los egresados del Rivadavia, volverán a escuchar su “bomarraca, ripi si” que los identificaba en sus majestuosas carrozas para el día de los estudiantes; los que vivían en el campo o en los pueblos chicos que circundan a Villa María, evocarán las escuadras de los desfiles del 9 de julio y todos los ensayos previos de las escuelas que los albergaron.
Quienes pudimos usufructuar esa maravillosa biblioteca, que como la de Alejandría, nos abría las puertas del mundo y el corazón de los protagonistas, recordarán sus manos adolescentes recorriendo estantes para encontrar la vida de Isadora Duncan o Vincent Van Gogh, los sentimientos extremos de los Hermanos Karamazov, o el Diario de un Loco, de Gogol o el sufrimiento de Crimen y Castigo, y tantos títulos que nos ayudaron a crecer.
Creo que encontré los puntos de contacto entre Sobral, Rivadavia, Mercante: dieron enorme valor a la educación como camino a la libertad. Y allí, como dice Dómina, estábamos nosotras, las mujeres, siempre, dispuestas a aprender y a volar.

(*) Abogada – Ensayista. Autora del libro Ser mujer en política.

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