Por Marina Chiaraviglio *
Los conflictos forman parte inevitable de la convivencia, e imaginar una familia en la que éstos no existan no es posible ni deseable, puesto que una buena gestión de las dificultades nos permite crecer y desarrollar nuevas y mejores maneras de relacionarnos.
Los conflictos familiares son los que suelen causar mayor dolor y
sufrimiento para sus integrantes, quienes no tan sólo sufren por ellos mismos sino por las personas de su entorno.
Por sus características de voluntariedad, imparcialidad y confidencialidad, el proceso de mediación se presenta ante la familia como un recurso que abre nuevas vías para solventar con mayor facilidad las situaciones conflictivas que se originan en el ámbito familiar, desde el respeto mutuo, la autonomía y la libre capacidad de sus integrantes para decidir su futuro, estableciendo relaciones constructivas, en las cuales las personas se sienten reconocidas y valoradas.
Cierto es que en la actualidad ya no hablamos de un modelo tipo de familia sino de familias en plural, en clara referencia a las diversas modalidades familiares. Por ello, no es asunto sencillo dar una definición acabada de familia. No obstante, podremos coincidir que se trata de un concepto cargado de ideología, que establece modelos, legitima roles y regula comportamientos. Que es el primer núcleo social al que pertenecemos, en el que convergen elementos procedentes tanto de la subjetividad de sus miembros como de los factores que integran el entorno. De allí la dificultad de sentar un concepto cabal.
Parece adecuado concluir que las costumbres y prácticas sociales se van transformando y es la permeabilidad de esta institución a todos los factores que la rodean -políticos, económicos, jurídicos, religiosos, sociales- lo que explica a las claras la existencia de nuevas y variadas configuraciones familiares.
Comprender la coexistencia de los diversos modelos contemporáneos de familia resulta de gran trascendencia en la práctica de la mediación familiar e impone al mediador, en ejercicio de su rol, ser sabedor de las distintas acepciones vigentes: familia nuclear, familia tradicional, uniones de hecho, familia extensa, familia monoparental, familia homoparental, familia ensamblada, todas ellas consolidadas en su legitimidad social y jurídica y articuladas como modelos familiares, con protección constitucional.
El mediador deberá reconocer esta realidad y vislumbrar, a partir de dicho conocimiento, los aspectos conflictivos que se pueden presentar en las actuales formas familiares, ya que son las familias en este sentido amplio, las destinatarias de la mediación.
Sin duda, los conflictos familiares exceden el ámbito de las crisis matrimoniales y de pareja y cada vez se percibe en mayor medida la necesidad y la conveniencia de extender los beneficios de este método no adversarial a todos los miembros de la unidad familiar y a la diversa tipología de conflictos que en ella se presentan.
La mediación familiar ofrece la gran oportunidad de poder comunicarnos desde el respeto y hacer del diálogo el cauce para manifestar necesidades e intereses, mostrando caminos “más amables” y no menos eficaces que permitan “seguir siendo familia”, aún con otra estructura tras el conflicto. Al ser la familia un sistema, el que todos nos sintamos ganadores tras las disidencias, nos ayudará a seguir creciendo como personas y nos permitirá fortalecernos en la red familiar, si hemos sabido tejerla positivamente. Allí radica la importancia de la mediación como modo pacífico de gestionar y solucionar conflictos en este ámbito.
No perdamos de vista las ventajas que puede aportar el método a la hora de preservar los vínculos familiares; el mejor resultado de cualquier proceso de mediación es que los participantes sientan que han recuperado sus habilidades para resolver sus discrepancias de forma positiva, previniendo futuros conflictos.
La calidad del proceso de mediación y de la propia institución, se vincula estrechamente a intervenciones de mediadores cualificados, que exterioricen sus habilidades, en estricto respeto de los principios de la mediación, logrando aproximar los intereses de los mediados para que sean ellos mismos protagonistas de los acuerdos, si es que así lo desean.
Finalmente, el puente entre los sistemas formales e informales de justicia está tendido. No debemos olvidar que para el éxito de estos métodos de propuestas participativas y autogestión de las diferencias son fundamentales la capacitación de los mediadores, la administración, monitoreo y evaluación continua de los programas. Las autoridades públicas han de promover y fomentar esta formación continua y cerciorarse de que existan mínimas garantías de competencia. El poder de las partes para solucionar sus propias dificultades es, ni más ni menos, la expresión de una sociedad democrática.
* Abogada, mediadora. Diplomada en Nuevos Perfiles del Derecho de Familia y Sucesorio
Una Exelente Abogada y mediadora.
Felicitaciones por tu exelente trayectoria!!!