Por Silverio E. Escudero
Por estos días Herbert Marcuse (HM) ocupó un lugar destacado en nuestra agenda. Fue el pórtico que permitió acceder al extraordinario debate político y cultural que se produjo en torno a sus ideas; ideas que estallaron en todos los continentes y que facilitaron la era de cambios que caracterizó la década de 60 y cuyas consecuencias dibujaron la complejidad de los diez años siguientes.
La publicación de su libro El hombre unidimensional, Ensayo sobre la ideología de la sociedad industrial avanzada (1964) resonó como un pistoletazo en los ámbitos académicos y en las usinas de ideas del establishment.
Es que su aparición significó colocar sobre la platina del microscopio las sociedades industriales avanzadas –de uno y otro lado del Muro de Berlín-, pensando la pérdida de libertad del hombre, sujeto, ahora, a dominaciones y exigencias propias de la tecnificación, la producción y el consumo.
La sociedad industrial había conseguido lo que soñaron los teóricos primeros del capitalismo. Transformar al hombre en un engranaje más de la cadena de producción al que, a cambio de su alienación, se le crea, con la ayuda de los medios de comunicación y la publicidad, un mundo nuevo y azaroso de necesidades superfluas que sirven sólo para garantizar la supervivencia del sistema capitalista.
Ergo, “el individuo unidimensional se caracteriza por su delirio de persecución, su paranoia interiorizada por medio de los sistemas de comunicación masivos. Es indiscutible hasta la misma noción de alienación porque este hombre unidimensional carece de una dimensión capaz de exigir y de gozar cualquier progreso de su espíritu. Para él, la autonomía y la espontaneidad no tienen sentido en un mundo prefabricado de prejuicios y de opiniones preconcebidas.”
HM, como la Escuela de Frankfurt de la que era miembro destacado, avanzaron en el análisis de esas superestructuras y el papel que juegan como anuladoras de conciencia, en un intento de mantener un orden hegemónico –del que también son cómplices necesarios los populismos y las autodenominadas izquierdas nacionales- y disuadir cualquier atisbo de rebelión o disidencia con el objeto de solidificar una sociedad donde el conformismo, la resignación y la obediencia ciega sean valores esenciales del orden establecido.
El hombre unidimensional… es considerado el libro más subversivo del siglo XX y ocupa un lugar destacado en la lista de los de su género. Y, a la vez, encabezaba la nómina de los textos a requisar y quemar que portaban -y portan- en todo el mundo las fuerzas represivas. Cuestión que motivó la protesta y rebelión de muchos que –como los bibliotecarios en silencio- salvaron textos imprescindibles que de otra manera se habrían convertido en parte de las cenizas de las hogueras cuasi sacramentales de las dictaduras.
Decíamos temprano que el filósofo alemán se interesó en indagar sobre los nuevos problemas que afectaban a los hombres y a la sociedad. Lo que conlleva el prodigioso desarrollo de la industria, la crisis que desencadena la guerra de Vietnam, la rebelión de los negros en Estados Unidos que hace requebrar las bases de sustentación de la civilización norteamericana, el quiebre del colonialismo.
Temas que habían ocupado la atención de pensadores de la talla Wright Mills (La elite del poder y La imaginación sociológica), David Riesman (La muchedumbre solitaria) y el economista canadiense John Kenneth Galbraith (El capitalismo americano y La Sociedad Opulenta).
Visiones que sirven a HM como plataforma de lanzamiento para formular su radical crítica a la sociedad industrial. Núcleo ideológico que se gesta durante su permanencia en la Universidad de Brandeis y en el campus de San Diego, dependiente de la Universidad de California, donde se vivían horas de agitación y disputa con las autoridades universitarias que vedaron a los estudiantes el uso del “Espacio Libre” consagrado a la libertad de opinión y crítica en el límite del Campus con la ciudad de Berkeley.
Al movimiento se sumó HM, cuestión que provocó la ira de la Legión Americana, que lo amenazó de muerte y le exigió que renuncie a su cátedra por “atentar en contra los valores americanos.”
El itinerario del filósofo, explican algunos de sus biógrafos, obliga a buscar las aristas que permitirán entender “la realidad inmediata y mediocre, incomprensible en sí misma por el espíritu e inaceptable para el corazón, hasta la verdad inteligible y liberadora a la vez”. Porque la única exigencia que plantea es la de la razón, la razón que sustituye la confusión de las apariencias por la claridad de los conceptos; la razón que define un ideal de justicia y de libertad que debe destruir y reemplazar “el desorden establecido.”
Considerado como el fundador de la Nueva Izquierda, HM fue y sigue siendo un pensador indispensable dentro del debate marxista de entreguerras y de la sociedad industrial avanzada. Junto a Theodor Adorno y Max Horkheimer comprendió la necesidad de organizar un sistema crítico del marxismo, para adecuarlo e investigar sus derivaciones en un contexto complejo como el del siglo XX.
Esta nueva línea interpretativa (que se denominó Teoría Crítica) tuvo derivaciones históricas relevantes que influyeron en procesos como el Mayo Francés y la Primavera de Praga (acaecidos en 1968), y la búsqueda de un socialismo alejado del totalitarismo soviético, que comenzó a ser criticado desde los círculos marxistas de vanguardia.
“Estas eclosiones renovadoras tuvieron en las ideas de Marcuse –se nos ha dicho- un sillar fundamental. A tal punto que sorprendió al Maestro de Jóvenes ya anciano que se consideraba un académico e intelectual sin ecos multitudinarios. El Mayo Francés lo catapultaría como referente mundial de la nueva izquierda marxista crítica, poseedor de una mirada mucho más incisiva sobre aspectos hasta entonces poco reflexionados, o al menos reflexionados bajo una luz distinta.”
La necesidad de profundizar en el pensamiento revolucionario de HM surge con naturalidad. Las urgencias de la síntesis nos hicieron recurrir a una entrevista que le realizó The New Left Review de la que extraemos tres respuestas.
Preguntado si el concepto de libertad perdió su fuerza revolucionaria en la “sociedad de masas administrada”, el sabio alemán respondió: “Si es el caso que el ‘concepto de libertad por el cual las revoluciones y los revolucionarios fueron inspirados’ está suprimido en los países desarrollados con su creciente nivel de vida, este concepto es más exacto y abierto donde los oprimidos se están rebelando en contra del sistema.
Es aquí que el concepto revolucionario de libertad coincide con la necesidad de defender la existencia desnuda; en Vietnam así como en las barriadas y en los ghettos de los países ricos”.
Consultado si el desarrollo contemporáneo de la sociedad aún puede interpretarse con conceptos de “enajenación”, “explotación”, “mínimo novel de subsistencia” y pauperización”, HM indica: “La economía política del capitalismo avanzado es una ‘economía psicológica’, produce y administra las necesidades que el sistema demanda, incluso las demandas instintivas.
Es este manipuleo de la dominación, combinado con la creciente satisfacción de necesidades, lo que pone en duda conceptos tales como enajenación, cosificación y explotación. El beneficiario de la ‘sociedad opulenta’ ¿no se encuentra a sí mismo de nuevo en sus gadgets, sus carros y su aparato de televisión?”.
La siguiente pregunta fue sobre el término “revolucionario” en una sociedad que, sin violencia, ha suprimido la idea de revolución y de su necesidad
En esta oportunidad afirmó: “Únicamente la alianza de las fuerzas que están resistiendo al sistema ‘desde afuera’ podrá esta oposición (la de los estudiantes estadounidenses que luchan contra la guerra de Vietnam) convertirse en una nueva vanguardia; si permanece aislada corre el riesgo de caes victima de la inoculación y así del sistema mismo”.