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Quino, nos encontraremos en un rincón de las librerías

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Por Silverio E. Escudero

La lluvia inunda mis ojos. Resisto los sollozos que estallan quedos en mi garganta. Ha muerto Quino, el amigo de todos, mi hermano entrañable. Los recuerdos abruman. Ha muerto ese fantástico ser que nos llena de sonrisas y carcajadas cuando recorremos cada viñeta, cada una de sus obras. 

Ha muerto Quino. Ese fantástico avatar que nos regaló ese mundo maravilloso que habita Mafalda y sus amigos. Mundo fantástico y universal que alimenta la rebeldía, el desprecio por el orden establecido, por los dislates gubernamentales y por la hipocresía que los adultos solemos ejercer cotidianamente. 

Ha muerto el padre de esa pequeña e iracunda criatura que supo convocar a multitudes avisando que el inconformismo forma parte del núcleo esencial de cada hombre, de cada mujer. Ésa es la “extraña razón” por la que se transformó en bandera y pendón de todos aquellos que han tomado, entre otras, como causa fundamental, la lucha contra el armamentismo.

Es esa pequeña el oráculo que avisa en forma permanente a una sociedad conformista, mediocre y conservadora que asoman las dictaduras en el horizonte de las naciones; y que el garrote policial fue concebido para “abollar ideologías”. 

Pensar en Quino es una tarea ardua. El mundo y la academia se lo disputan. Es que ofrece enormes perfiles para la reflexión. Determinar, más allá de las críticas a la política y a la clase media, cuál es tema central de sus cavilaciones, es un debate que deberemos saldar entre todos. 

Esta columna, más allá de cualquier discusión menuda, afirma que es la libertad. No importa que ladren los cuzcos chicos y se desgañite ese grupúsculo de feministas que, en un ataque de histeria militante, reclama la proscripción de Mafalda por “haber sido creada por un hombre”.

Quizá por ello, el enorme maestro ausente toma el nombre Libertad para designar al más pequeño de los personajes del mundo maravilloso de Mafalda, cuya otra característica es ser la más radical del grupo. Está a la izquierda -si nos atenemos a la arbitrariedad de las simplificaciones- de la protagonista. 

La confesión de Joaquín Salvador Lavado Tejón (nombre “legal” de Quino) exime de mayores comentarios: “Lo que pasa es que Libertad ofrecía muchas más posibilidades. A Mafalda la dibujé desde que empezó hasta que terminó la tira, durante 10 años. En cambio, a Libertad la dibujé al final de la tira y, claro, con ese personaje me siento mejor”.

Otra vez aparece el problema de la identidad de los personajes. Quizá lo habría resuelto si no hubiera estado convencido de la inmortalidad de Quino. Él mismo resuelve mi galimatías cuando al pasar susurra -para los que verdaderamente oyen- que los personajes son personas normales y corrientes: niños, amas de casa, empleados explotados por sus jefes, víctimas del absurdo, el autoritarismo y sus propias limitaciones.

Estamos luchando a brazo partido contra nuestra emoción. Simplificar nuestra despedida a Quino con la lógica vacía de los obituarios sería infamante. Queremos despedir -sin hacerlo jamás- al ser más querido de nuestra familia. Su obra es universal. No debe ser un dato casual que más de 50 naciones celebren su talento y agudeza.

Por eso indigna que multitud de impresentables, con enormes y sólidos prontuarios a cuestas, traten de encontrar un mejorador de imagen y los “prendan” a un duelo que no sienten ni les importa. ¡Cuánta tarea vana! ¡Cuánta simulación!

Alguien dijo, con mucha sabiduría, que el humor es cosa seria. Por ello en este momento necesitaríamos pedir que Mafalda nos preste el banquito para intentar multiplicar sus gritos cuasi desgarradores que una humanidad ensoberbecida se niega a escuchar.

La imagen de aquel globo terráqueo, metáfora de un mundo enfermo, al que le ponía el termómetro, es el mismo que habitamos medio siglo después. ¿En qué oscuro desván escondieron las respuestas a las preguntas que esa Mafalda defensora de los derechos humanos reclamaba? ¿Dónde están los decisores del poder? Las mullidas alfombras y enormes cortinados de los grandes despachos acallan las voces de protesta de un planeta al borde del abismo.

Preguntas y reflexiones que ponían en evidencia la injusticia, la guerra, la violencia, el racismo y demás sinsentidos del mundo adulto, mientras atronaba el universo con su fanatismo por los Beatles. 

Dos veces se cruzaron nuestros caminos. La primera fue en la casa de una entrañable amiga mendocina residente en Córdoba. Fue un auténtico duelo de titanes de la timidez. Pasó más de media hora para que la conversación fluyera con naturalidad. 

La otra no fue tan cordial. Despedíamos, apurados, a amigos que habían sido amenazados de muerte por la Triple A y el Comando Libertadores de América. Camino que muy pronto le tocó emprender a Quino rumbo a Europa, para radicarse en Milán. 

Sólo hubo tiempo para lo urgente. Un corto e intenso abrazo y saludarnos, a la manera de los republicanos españoles, con un penetrante “¡Salud y República!” musitado al oído. 

Los mafaldófilos confesos somos millones. Somos una fuerza en constante expansión. A pesar de ser conscientes de nuestro poderío, jamás lograremos la unanimidad de pareceres. Cada quien encontró en el rincón más cercano al corazón la viñeta, la frase más relevante. 

Somos tan o más pasionales que los “barras bravas” que pueblan las plateas y gradas de la ópera. Sin llegar a protagonizar las épicas batallas campales en las que dirimen diferencias los fans de Alfredo Kraus, María Callas, José Carreras, Montserrat Caballé, Plácido Domingo, Joan Sutherland, Jessye Norman, Luciano Pavarotti y Kathleen Battle, entre otros cientos.

De ese modo, las premisas de la aparición de Mafalda suponían un campo humorístico denso, vigoroso y rico en el que Quino encontró un espacio fértil para desarrollar su capacidad creativa, intelectual y artística. 

En su fantástico libro Mafalda: Historia social y política, editado en México por el Fondo de Cultura Económica (2014), la historiadora uruguaya Isabella Cosse anota: “Con la renovación periodística surgía la efervescencia cultural de la época. En ese sentido, no podrían comprenderse sin un público que les daba sustento en términos económicos y sociales. Como todas las expresiones culturales se enlazaba, de modo complejo pero indudable, con lo social. Justamente, la nueva historieta de Quino —desde su propia producción y aparición— dialogó con la realidad que atravesaba la sociedad argentina y puso en juego fenómenos que afectaban, especialmente, a la clase media”.

Los “mafaldófilos” advertimos de que no tenemos límites y hasta somos un poquitín soberbios. 

Nos enorgullece que Umberto Eco sea uno de los nuestros. Su confesión nos conmueve. El semiólogo italiano asegura urbi et orbi que cuando leyó Mafalda quedó fascinado. Enamorado. 

Y bajo el embrujo de ese enamoramiento cultural e intelectual se encargó de cuidar el álbum que se editó en Italia en 1969, titulado Mafalda, la contestataria

En el prólogo escribe: “No se trata solamente de un personaje de historieta más; es, sin duda, el personaje de los años setenta. Si para definirla se utilizó el adjetivo ‘contestataria’, no es sólo para alinearla en la moda del anticonformismo. Mafalda es una verdadera heroína ‘rebelde’ que rechaza el mundo tal cual es”.

Continúa Eco: “Mafalda vive en una relación dialéctica continúa con el mundo adulto que ella no estima ni respeta, al cual se opone, ridiculiza y repudia, reivindicando su derecho de continuar siendo una nena que no se quiere incorporar al universo adulto de los padres. Charlie Brown seguramente leyó a los ‘revisionistas’ de Freud y busca una armonía perdida; Mafalda probablemente leyó al Che. En verdad, Mafalda tiene ideas confusas en materia política. No consigue entender lo que sucede en Vietnam, no sabe por qué existen pobres, desconfía del Estado pero tiene recelo de los chinos. Mafalda tiene, en cambio, una única certeza: no está satisfecha”.

Comentarios 3

  1. adriana says:

    Hola, muy buena tu publicación y comparto tu visión de Mafalda, por supuesto. Pero he tenido un cambio de opiniones sobre el grupúsculo de feministas que mencionás. Ya que alguien de allende los mares cree que no existen y que de existir Mafalda estaría de acuerdo con ellas. Un delirio en mi opinión. Me gustaría si te es posible que me indiques algún dato concreto sobre los dicho ya que no pude encontrar nada en google. Desde ya, gracias.

  2. Alberto Lezcano says:

    Sublime sin comentarios está todo dicho

  3. Nelly says:

    Una gran y sentida reseña, para un grande que no partió,sigue vivo en nuestros corazones y en cada Mafalda que habita en nuestros corazones!!!

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