ESCUCHARPor Luis Carranza Torres* y Carlos Krauth *
Los británicos, por 51,9% contra 48,1% de los votos, han decidido abandonar la Unión Europea en el referendo celebrado la pasada semana. Nunca antes un país miembro ha abandonado esta unión política y económica de 28 países que, desde sus inicios, no ha hecho más que expandirse.
El resultado del referendo ha incorporado una palabra al lenguaje europeo, “Brexit”, que es una abreviatura de dos palabras en inglés, Britain (Gran Bretaña) y exit (salida) y significa la salida del Reino Unido de la Unión Europea. Fue mucho más pronunciada que su alternativa “Bremain” (formada por Britain y remain: permanecer), tanto en las urnas como en la campaña previa.
Ello, a pesar de que la propuesta de salida de la Unión Europea no era apoyada por ningún partido importante.
Párrafo aparte merece el primer ministro David Cameron, quien tras arribar al 10 de Downing Street con promesas de resurgimiento de la economía y superar las fricciones con la Unión Europea, se va dejando un desastre en ambos temas. Desde el derrape de Arthur Neville Chamberlain con Hitler en 1938, no se había visto en la historia política de Gran Bretaña un fracaso tan estrepitoso.
“David Cameron, el hombre que partió Europa”, titulaba un día después de conocerse el resultado de la votación, el diario El Mundo. Emiliano Arnáez inició su nota sobre el tema para diario Perfil intitulándola: “Cómo la ambición personal de Cameron sacudió al mundo”. Son apenas dos muestras de a quien, y por muchas razones, se sindica como el culpable del suceso.
Es que el referendo es directa consecuencia de las pasadas necesidades electorales coyunturales de Cameron: él mismo lo prometió, para poder ganar las últimas elecciones parlamentarias en la isla. Como les pasa a los peores estrategas: ganó esa batalla para terminar perdiendo luego la guerra.
¿Qué ocurrirá de aquí en más? La cuestión es compleja, presentando múltiples aristas. Desde lo jurídico, y con no poca implicancia en lo económico, el artículo 50 del Tratado de la Unión, incorporado tras revisión de Lisboa, estipula: “Todo Estado miembro podrá decidir, de conformidad con sus normas constitucionales, retirarse de la Unión”.
En tal sentido, el Estado miembro que resuelva retirarse “notificará su intención al Consejo Europeo. A la luz de las orientaciones del Consejo Europeo, la Unión negociará y celebrará con ese Estado un acuerdo que establecerá la forma de su retirada, teniendo en cuenta el marco de sus relaciones futuras con la Unión”.
A dicho acuerdo “el Consejo lo celebrará en nombre de la Unión por mayoría cualificada, previa aprobación del Parlamento Europeo”. En cuanto al derecho comunitario, “dejará de aplicarse al Estado de que se trate a partir de la fecha de entrada en vigor del acuerdo de retirada o, en su defecto, a los dos años de la notificación”, salvo que el Consejo Europeo, de acuerdo con dicho Estado, decida por unanimidad prorrogar dicho plazo.
Como puede verse, se trata de un camino en el que casi nada se halla establecido. Será pues, de forma irremediable, recorrido con la incertidumbre como principal protagonista. No por nada, los mercados europeos y británicos han reaccionado negativamente al referéndum, extendiendo al mundo esa ola de “mala vibra” en lo económico. Es que el Brexit no cierra ni culmina nada. Sólo inicia un desconocido proceso. Y no pocos entienden que lo único que se ha logrado es abrir una caja de pandora con efectos de tanta magnitud como impredecibles a futuro.
* Abogado. Doctor en Ciencias Jurídicas. Abogado, magister en Derecho y Argumentación Jurídica
