Por Gonzalo Fiore Viani
Tanto la diplomacia vaticana como la china siguen estrechando lazos. Al punto que podría abrir la puerta a que, en un futuro cercano, el papa Francisco se convierta en el primer Jefe de Estado vaticano en visitar esa nación
Afinales de la semana pasada, el canciller chino y el representante diplomático de la Santa Sede se encontraron en Alemania. Fue la primera reunión de este tipo desde la revolución china de 1949. Muestra del nuevo rol internacional de la República Popular China, es el acuerdo sin precedentes celebrado entre el gobierno del gigante asiático y la Santa Sede en septiembre de 2018, mediante el cual el Vaticano reconoce a siete obispos nombrados por Pekín.
De esta manera se sienta un precedente que podría terminar en el restablecimiento de relaciones diplomáticas, inexistentes desde que el papa Pío XII rompió con el gobierno de Mao Zedong en 1951, dos años después de la revolución. Entonces se crearon dos iglesias: una “clandestina”, apoyada por el Vaticano, y otra oficial, controlada por el Partido Comunista, que nunca dejó de nombrar obispos y cardenales de manera unilateral, sin el reconocimiento del pontificio.
Si bien el entonces director de prensa de la Santa Sede, Greg Burke, se encargó de aclarar que la naturaleza del acuerdo no es política sino pastoral, comienza un deshielo de siete décadas y deja la puerta abierta a una posible e histórica visita del papa Francisco a China en el mediano plazo. El país tiene sólo diez millones de católicos, siendo el budismo y la religión popular china las mayoritarias. Sin embargo, este acercamiento representa un signo más en la nueva etapa de la política internacional aperturista del presidente Xi Xinping respecto de occidente. Además de un reordenamiento geopolítico en el cual el papa Francisco ha decidido ser un actor fundamental.
Hasta el momento del acuerdo, el gobierno chino consideraba el nombramiento de obispos
por parte de Roma una injerencia en los asuntos internos del Estado.
Tampoco reconocía la autoridad de la figura papal como cabeza de la iglesia Católica. Lo más probable es que los nombramientos a partir del deshielo sean realizados por Pekín. El Papa se reservaría el derecho a veto en caso de considerarlo necesario. Esto -además- ocurre en el contexto de la guerra comercial que enfrenta a China con Estados Unidos. Xi Xinping y el papa Francisco, aunque, quizás, movidos por motivos diferentes, son dos de los jefes de Estado que más criticas le hacen a Donald Trump. Paradójicamente, es el gobierno de China, un país comunista, el que se opone a las trabas arancelarias, mientras que el abanderado del libre cambio, Estados Unidos, es el que las implementa en mayor medida.
De alguna manera, comenzando un proceso de normalización diplomática con el Vaticano, China se acerca a un legitimador importante en occidente. Tanto el Vaticano como el gobierno del gigante asiático son sumamente conscientes del poder que ostentan el soft power y lo simbólico en la arena internacional.
El mayor artífice del vinculo fue Pietro Parolin, la muñeca diplomática del papa Francisco. El secretario de Estado vaticano, además fue fundamental al momento de acercar posiciones diplomáticas entre Cuba y Estados Unidos tras décadas de ruptura. El italiano declaró al momento del anuncio: “Por primera vez, hoy, todos los obispos en China están en comunión con el Santo Padre, con el Papa, con el Sucesor de Pedro. (…) Se necesita unidad, se necesita confianza, como también se necesita tener buenos obispos que sean reconocidos por el Papa, por el Sucesor de Pedro, y por las legítimas autoridades civiles de su país”. El interés de las autoridades vaticanas, además, tiene que ver con que, luego de África, la región asiática es donde existe mayor crecimiento de fieles en el mundo actualmente.
El gobierno chino, incluso, llegó a publicar un plan quinquenal para la sinización de la religión
católica en el país. Abarca de 2018 hasta 2022, y afirma: “La Iglesia guiará a los fieles para que apoyen el liderazgo del Partido Comunista chino”. El mismo Parolin escribió el prologo para un libro del sacerdote jesuita y periodista italiano
Antonio Spadaro titulado “La Iglesia en China, un futuro por escribir”. Allí, Parolin escribe refiriéndose al gobierno chino: “La proclamación del Evangelio en China no puede separarse de una actitud de respeto, estima y confianza hacia el pueblo chino y sus legítimas autoridades”. Prosigue expresando: “La Santa Sede desea colaborar con China también en los temas de la paz, el medio ambiente, el encuentro entre culturas, la promoción de la paz y la aspiración al bien de la humanidad”.
En un claro gesto de buena voluntad previo al acuerdo, el hombre fuerte del pontificado de Francisco declara allí las intenciones evangelizadoras de la iglesia Católica en el gigante asiático. Reconociendo al mismo tiempo la legitimidad de las autoridades gubernamentales del país: “Los objetivos de la acción de la Santa Sede, incluso en el contexto específico chino, siguen siendo los mismos de siempre: la Salus animarum y la Libertas Ecclesiae. Para la iglesia en China, esto significa la posibilidad de anunciar con mayor libertad el Evangelio de Cristo y de hacerlo en un marco social, cultural y político de mayor confianza”.
Más allá de los tiras y aflojes, el acuerdo del 22 de septiembre de 2018 fue un paso importante en la relación entre ambos actores. Incluso, podría abrir la puerta a que en un futuro cercano, el papa Francisco se convierta en el primer jefe de Estado vaticano en visitar China. Estará por verse qué sucederá en los próximos meses, pero tanto la diplomacia vaticana como la china se encuentran más que interesadas en seguir tendiendo puentes.