Por Matías Altamira *
Estamos en la era de la autocensura y deberíamos preocuparnos por nuestras publicaciones ya que cualquier tontería sacada de contexto podría pasarnos factura el día de mañana, hasta unos límites que dan verdadero miedo, aconseja Pablo F. Iglesias, consultor español de presencia digital y reputación online y vicepresidente en Aerco-PSM, en su sitio www.pabloyglesias.com.
Iglesias hace un análisis de cuál comunicación es privada y cuál pública a partir del caso español en el que un grupo de policías municipales había insultado a la alcaldesa de Madrid y realizado comentarios racistas y xenófobos en el grupo de WhatsApp que integran más de 200 empleados municipales.
Sostiene que todo lo que se publique en un lugar accesible por terceros debería ser considerado público, por ejemplo, cuando se comparte una opinión, fotografía o video en un foro abierto, en un comentario de una nota periodística, entre otros ámbitos, ya que cualquiera puede consumirlo una vez publicado. Utiliza como caso testigo a Twitter, que por defecto el contenido allí compartido puede ser consumido por terceros desde fuera de la plataforma ya que no hace falta estar registrado para conocer esa información.
Si se comparte información en Facebook de manera privada considera que también será público porque sólo se reduce el universo de destinatarios a un subgrupo, lo que equipara las comunicaciones canalizadas en la intranet de una empresa, si bien está bloqueado el acceso a cualquier persona, un determinado grupo (empleados de la empresa) pueden acceder sin inconvenientes a ese mensaje.
Migra de la cantidad de miembros a la naturaleza de la comunicación para sostener que las comunicaciones de un grupo de 50 padres de un grado escolar pueden ser privadas porque su único objetivo es tratar temáticas de sus hijos en el colegio. Ahora si esos mismos padres tratan muy diversas temáticas, se desvanece la privacidad, entonces lo que allí se diga y comparta tendrá libertad de circulación.
Entonces concluye recomendando que publique sólo lo que no le importaría que viese su peor enemigo, destacando que estamos en la era de la autocensura, como el mejor mecanismo para determinar qué comentarios merecen su reproducción masiva.
Si cada persona omite efectuar este proceso de autocensura, que es tan simple como pensar dos veces antes de publicar cualquier información, y pensar unas cinco veces antes de fotografiarse o filmarse en situaciones que deberían mantenerse en la total intimidad, luego deberá atenerse a la redistribución que terceros realicen con ánimo de diversión; otros con cierta malicia; y hasta algunos con deseos de que la sociedad conozca hechos que afectan el interés general.
El derecho a la imagen está constitucionalmente consagrado, pero si el principal interesado es negligente en su protección, no le podrá reclamar a los demás que sean meticulosos en su cuidado.
* Abogado, especialista en derecho informático