La necesidad de tomar medidas para enfrentar la pandemia impuso, justificadamente, que algunas actividades deban resentirse en pos de disminuir la circulación del virus. Una de ellas, de las más golpeadas tal vez, fue el cierre de boliches, bares, salones de fiesta, y establecimientos similares.
Esta decisión, en un primer momento, fue aceptada y acatada por la mayoría de los ciudadanos. Sin embargo, a medida que el tiempo pasaba y los cierres continuaban, su cumplimiento se fue debilitando, creciendo a la par el desarrollo de las fiestas clandestinas. Tales encuentros aglutinan a jóvenes, mayoritariamente, aunque también se han detectado grupos de no tan jóvenes que buscan divertirse de manera furtiva. Vale mencionar que la prohibición de reunirse en casas de familia, (aunque se permita que lo haga un grupo reducido de personas) también ha motivado esta actividad ilegal.
Entendemos que una de las mayores preocupaciones de que ello ocurra -junto con la posibilidad de multiplicar los contagios- radica en la existencia de grupos conocedores del tema que se encargan de organizar estos eventos, en los que, evidentemente, además de violar las disposiciones legales pandémicas, no existen controles de ningún tipo respecto de seguridad general del lugar frente a cualquier imprevisto.
Pero a fuer de ser sinceros, las fiestas clandestinas existieron siempre, incluso cuando las reuniones estaban permitidas y del coronavirus no hablaba nadie. El tema es que en estos momentos se han multiplicado, con el consecuente peligro que ello conlleva.
La pregunta que nos hacemos es: ¿por qué pasa esto? ¿qué hace que, sabiendo el peligro que acarrea haya gente que las organice y, peor aún, que asista a ellas? Las respuestas son múltiples, evidentemente. Sin embargo, podemos señalar algunas causas. Por un lado es evidente que hay una inconciencia enorme, acompañada por la falta de escrúpulos de quienes las organizan, a la que debe sumárse la indiferencia de quienes participan en ella.
No obstante, el problema tiene una raíz más profunda. En el fondo, estamos hablando de hasta cuándo y de qué forma se puede sostener la prohibición de algo que la gente hace naturalmente. Muy a tono con la costumbre pública, de casi todas las banderas, de regularle la vida a la gente en lugar de propiciar su autonomía.
Es sabido que toda prohibición genera en parte de la sociedad algún rechazo. Ello no quiere decir que en ciertas circunstancias no resulten necesarias, pero para que la gente las acate es necesario que la decisión reúna, a la par de ciertos parámetros de justificación, una legitimidad social que está siendo escasa en estos momentos. Justo, con la segunda ola encima, cuando nunca realmente dejamos de tener la primera.
Como hemos señalado en otras oportunidades, medidas que han sido necesarias y correctas han perdido legitimidad por su extensión, su falta de razonabilidad (no se pueden hacer fiestas de casamiento por ejemplo, pero se organiza el velorio de Maradona para que asistan miles de personas), contradicción (no se puede asistir a clase pero se permiten viajes de estudio), los problemas de diversa naturaleza que se detectan en la campaña de vacunación, las peleas entre los funcionarios, por citar sólo algunas. Creemos que todas estas circunstancias han hecho que se pierda el convencimiento en la sensatez de las decisiones lo que, junto con el cansancio general, han generado su incumplimiento.
En definitiva, las fiestas clandestinas son el resultado de muchas falencias en la forma y contenido de las decisiones que se han tomado. Todavía muchos sectores de la sociedad están a la espera de que alguien de la dirigencia dé el ejemplo. Y ésta es una demanda que es aún más extensa respecto del gobierno. Las palabras “casta política” han vuelto a ganar la calle como el “todos son iguales”. Frases peligrosas, generalizaciones que no llevan a ningún lugar bueno, pero que nacen de la percepción de una “falta de grandeza” por parte de quienes deberían dar el ejemplo y “siguen en la de ellos”.
Hoy por hoy, el principal problema en nuestra sociedad no es la pandemia, sin negar su gravedad. Se trata del creciente desencanto social en su dirigencia. Tal vez el cansancio de las restricciones del covid-19 esté encubriendo otro, mucho más complejo.
Por lo mismo, las fiestas clandestinas y otros actos de rebeldía tal vez no sólo sean por la pandemia, motivo por el cual debe quedar muy clara y, sobre todo, muy a la altura de las circunstancias, la actuación pública en tales cuestiones.
(*) Abogado. Doctor en ciencias jurídicas
(**) Abogado. Doctor en derecho y ciencias sociales