Por Alicia Migliore (*)
Buscando a una, encontramos a ambas. Con la licencia que permite la narración, hemos de reunirlas aquí, bajo el cielo cordobés, como se reunían ellas a compartir las horas.
Creemos que esa noche revolucionaria de los carnavales de 1932 las encontró en las calles del barrio de San Vicente, repudiando el autoritarismo del interventor municipal Ricardo Belisle y protagonizando el nacimiento de la “república” libertaria y rebelde.
Trataremos de individualizarlas en sus diferencias, sin perder de vista el poderoso hilo que las une. Ambas amaron el arte, salieron de las sombras y privilegiaron la palabra: la escribieron, la verbalizaron, la expresaron como auténticas voceras de las mujeres que vivían silenciadas.
Se nos ocurre la figura de las “pregoneras” en el sentido profundo de la palabra, toda vez que proclamaron a viva voz lo que deseaban comunicar, en tiempos en que las voces femeninas no eran frecuentes, costumbre que hasta la fecha cuesta desterrar.
A ninguna le resultó gratuito romper el mandato; ello por cuanto observamos que, al intentar el rescate, descubrimos que a una de ellas le suprimieron la identidad y a otra la encontramos con su imagen usurpada. Daremos precisiones de esta denuncia vaga que formulamos: la memoria artificial que viene procurando organizar las bibliotecas del mundo permite diversos ingresos para las búsquedas. De igual modo, nuestra bella ciudad recoge en los libros, diarios y documentos los nombres de protagonistas y episodios de distintas épocas, y olvida a las mujeres.
Las mujeres no tenemos quien nos relate; creemos que este injusto tratamiento de la historia cuenta con complicidades diversas de las que no deseamos ser parte.
Daremos paso a la primera en el tiempo, la mayor. Nos referimos a Blanca del Prado. Nacida en Arequipa en 1903, se dice que era descendiente de un virrey del Perú; que su abuelo y su padre contaban con profunda formación intelectual y artística, recibida en París y en Perú, y sin duda en ese espíritu liberal forjó su carácter. En las tertulias artísticas de los salones destacados de Lima, Blanca compartirá sus poemas con el grupo intelectual destacado y será allí donde conocerá a José Malanca. No sólo la deslumbra el arte del pintor sino su compromiso con los ideales de la Reforma Universitaria del 18, su defensa de la democratización del acceso al conocimiento y la cultura. El espíritu transgresor de Blanca queda de manifiesto si consideramos que es el año 1929 cuando, desde Chile, acude respondiendo al llamado de Malanca para contraer matrimonio en Córdoba.
Radicada en San Vicente, Blanca seguirá elevando su voz y su palabra de escritora hasta su muerte en 1979. Trae la fuerza adquirida con sus colegas en su paso por la revista Amauta que describe Sara Guardia: “Son mujeres que no piden permiso para ser escuchadas, proclaman su derecho a ser escuchadas”. (Mujeres peruanas. El otro lado de la historia. 2002. Lima. Imp. Minerva).
Al mismo tiempo que obedece su pulsión artística, Blanca atiende su casa, sus hijas y la realidad de su época: militante de la paz, se compromete con un grupo de mujeres en la postura antibelicista ante la guerra del Chaco que desangra a Bolivia y Paraguay, y con movimientos opositores de la Guerra Civil Española, impulsando una cruzada en favor de los niños del mundo.
Ella escribe hasta el último día de su vida. Tiene mucho por decir; le habla al amor y a su compañero, aun después de una docena de años de fallecido.
Aunque permanece en la ciudad de Córdoba por 50 años, es su tierra de origen la que más homenajes le rinde y más la evoca. Es la representación consular de Perú la que visita su tumba del Cementerio de Disidentes y reivindica su palabra.
En su ciudad adoptiva la ha rescatado, en el primer concurso de ensayos realizado por el Gobierno de la Provincia, Adriana Noemí Izquierdo, con el sugestivo título Palabra que enciende el viento.
De Blanca del Prado hablábamos cuando referimos que tiene su rostro usurpado: en la “Espasa Calpe actual”, Wikipedia, si se consigna su nombre aparece su rostro y se detalla la siguiente identidad:
- Nombre: María Blanca Sánz Núñez de Prado
- Otros nombres: Blanca del Prado.
- Nacimiento: Buenos Aires 17 de agosto de 1918.
- Fallecimiento: Buenos Aires 21 de noviembre de 1991.
- Nacionalidad: Argentina.
- Ocupación: Actriz.
- Pseudónimo: Blanca del Prado.
- Integrante del coro que acompañó a Gardel en muchas de sus grabaciones y cantó por radio a mediados de los años 30 (¡!)
Vayamos ahora por su vecina sanvicentina, Irene Bacchi. Nacida en San Cristóbal, provincia de Santa Fe, en el año 1915, hija de ferroviario, tuvo destino de migración temprana. Niña en Deán Funes y adolescente en Cruz del Eje, está asomando a la juventud cuando llega a San Vicente y reclama ese espacio como su territorio propio.
De espíritu exquisito, amaba la belleza y disfrutaba el arte. Incursiona en el teatro, integrando el elenco filodramático de San Vicente en numerosas obras en el teatro Edén. Curiosa y activa en la vida cultural, se vincula con la familia Rosello-Vidal y será allí donde el pintor sanvicentino Francisco Vidal decide plasmar en sus telas el rostro misterioso de Irene.
Una mujer que se desempeñaba como modelo de figura humana en un estudio de pintor en la primera mitad del siglo XX era poco frecuente y bastante osado. Irene reunía ambas cualidades: era singular y osada. Romper barreras era lo que consideraba emancipación y se definía a sí misma como una mujer emancipada.
Portadora de una fuerte presencia, su rostro conjugaba la dureza de los pómulos destacados con la dulzura de la mirada azul. Su imagen permitió a Vidal corporizar La Justicia en el mural que decora la Sala de Acuerdos del Tribunal Superior de Justicia de Córdoba.
Irene bebía la vida en clave artística. En la pintura, prestando su inmovilidad para pasar al óleo. En la música, silenciando el mundo para que la orquesta atravesara su piel. Y en la palabra, escrita o proclamada, conmoviéndose y contagiando a su entorno.
Aunque Berta Singerman la alentó a seguir con la declamación y el teatro, Irene optó por ser la voz que entrara en los hogares mediante la radio. En la ciudad de Buenos Aires convocan a concurso para locutores, auspiciado por Radio Splendid. Ella está radicada temporalmente allí y, contra la expresa voluntad de su familia, se presenta y triunfa, iniciando su carrera de locutora en 1940.
Domina el micrófono y modula su voz como aprendió en las clases de recitado que recibió de niña. Esa experiencia le permite ingresar a Radio LV3 en su regreso a Córdoba, en 1944.
Al poco tiempo la convocará LV2, en la que integrará el “Radioteatro del Hogar” en Radio Central, programa producido y dirigido por Manuel González Torres. Allí compartirá piso con un destacado elenco integrado, entre otros, por Jaime Kloner, Maruja Vélez, Rosita Squacci y Mary Reynal. Irene se transformará en Ana María del Valle, pseudónimo con el que será registrada en los diversos medios.
Exigente con los demás y consigo misma, es Irene la primera locutora de Córdoba en obtener el carnet de Locutora Profesional expedido por Radiodifusión de la Nación.
Nunca abandonó la radio: se desempeñó en la última etapa de su vida laboral como locutora en Radio Universidad y en Canal 10 como voz en off.
Los recortes periodísticos que muestran a ese elenco, portador de tantas historias acogidas en los hogares cordobeses, permiten advertir su trascendencia.
¡Imposible no sentir indignación ante la omisión de estas historias y el ocultamiento de estas mujeres que caminaron antes, para dejarnos su huella!
(*) Abogada. Ensayista. Autora del libro Ser mujer en política
Hermosa semblanza de dos mujeres espléndidas