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¿Por qué murió Don Jerónimo?

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El olvidado final judicial de nuestro fundador: osado e íntegro, el hidalgo español Jerónimo Luis de Cabrera pagó un alto precio por ello.

Por Luis R. Carranza Torres

Don Jerónimo Luis de Cabrera Zúñiga y Toledo ha pasado al bronce como fundador de esta ciudad de Córdoba. Como es usual, la almidonada historia oficial disimula los verdaderos alcances de lo sucedido en la historia real.

La historia repetida hasta el cansancio de un don Jerónimo Luis de Cabrera, gobernador del Tucumán y anexos, fundador de Córdoba por puro acto de desobediencia y que paga con su vida tal arrebato, está más que “floja de papeles”.

Es que apenas fundada nuestra ciudad, de improviso aparece como el malo de la película Gonzalo de Abreu y Figueroa, designado nuevo gobernador por el propio rey. Su primera medida de gobierno es encarcelar a Cabrera y mandarlo a Santiago del Estero, en donde tras una farsa de juicio -según algunos- se lo decapita, en tanto otros hablan de estrangulamiento. Sea del modo que fuere, la pena se cumple a las escondidas: en el camastro de su prisión.

Como nos dice Vicente Sierra en su Historia Argentina (Tomo I) respecto a tal proceso efectuado: “…con más afanes de venganza que propósitos de justicia”, que era “…evidente que los cargos del proceso no justificaban una sentencia de tal índole, siendo algunos tan notoriamente falsos como el de haber fundado Córdoba sin autorización, pues la tenía para fundar dos ciudades donde lo creyera conveniente. Para justificar el crimen se enredó a Cabrera en una falsa denuncia de conspiración contra el Virrey Toledo, que carecía igualmente de asidero”.

Pues Cabrera, entonces corregidor de Potosí, había sido elegido por el virrey Toledo un 20 de septiembre de 1571 para el gobierno del Tucumán, con instrucciones especiales para fundar una ciudad en el valle de Salta. Sierra reproduce tal documento en su obra, las que le daban la libertad de “en las partes y lugares que le pareciere que más conviene pueda poblar y fundar un pueblo de españoles o dos o más, lo que quisiere y te pareciere que convienen”.
Más allá de que ello deja sin asidero el lugar común de que Córdoba se fundó por un acto de desobediencia, muestra que las razones de la farsa judicial y su muerte a escondidas fueron otras.

Se ha hablado de enemistades personales, de pleitos de familias. Poco y nada de eso se corrobora en los datos del pasado. Dejadas de lado, dos teorías quedan en pie.
La primera, dada por Levillier, explica el presuroso proceder de Abreu en despenar a su antecesor por la superposición de los títulos de gobernador dados a ambos. El virrey del Perú, don Francisco de Toledo, en uso de sus facultades, había designado gobernador del Tucumán a don Jerónimo Luis de Cabrera, cuando Gonzalo de Abreu se apareció de la nada con el mismo título firmado por el rey. Abreu se maliciaba que el Consejo de Indias confirmaría a don Jerónimo, y no a él, en el mando gubernativo del Tucumán. De ahí que urgía sacar de carrera a un competidor que podía presentar mejor historial que el suyo.

A vuelta de correo en galeón, la contestación de Su Católica Majestad sobre el doble nombramiento fue confirmar a Cabrera como gobernador. La resolución estaba fechada a fines de marzo de 1573, pero para cuando tal orden llegó a destino, era más que tarde para acatarla: Cabrera ya no existía.

La segunda tesis, dada por el sacerdote jesuita José Guevara, en su Historia del Paraguay, Río de la Plata y Tucumán, imputa la causa del asesinato a la conducta de dos Oidores de la Audiencia de Charcas que “maquinaban deservicios a la Real Majestad”, en lo cual buscaron, sin éxito, la complicidad de Cabrera, por lo que recelosos de que los pusiera en evidencia y a fin de conservar el cuello, al pasar Gonzalo de Abreu por Chuquisaca rumbo a hacerse cargo de la gobernación del Tucumán, “trataron de ganarle la voluntad, y ganada, le inspiraron tales especies contra Cabrera, que resolvió matarle”.

Es que en las instrucciones dadas por el virrey a Cabrera estaba la orden de que «Componga y concierte los pleitos y diferencias que en aquellas provincias hubiere sobre indios quitados por los gobernadores pasados, que antes estaban dados por otros, por excusar la vejación y molestias de seguir los dichos pleitos en estos reinos y en España». Pleitos que habían llegado hasta la Audiencia de Charcas y tenía enquistados a los vecinos feudatarios de su gobernación contra la real autoridad.

Dicha versión es apoyada por el propio Deán Funes en su obra Ensayo de la historia civil del Paraguay, Buenos Aires y Tucumán, en la cual sin ambages nos planta frente a la idea de la conspiración por dineros públicos, en los siguientes términos: “Discurriendo los escritores sobre el origen de este odio tan envenenado de Abreu para Cabrera, no se le encuentra otro que la sugestión de dos oidores de Charcas. Habían éstos tentado inútilmente la lealtad de Cabrera en asuntos del real servicio. Su suerte pendía ya de sus manos. El medio de conservarla era sacrificarlo a su seguridad”.

Siguiendo esta línea, a Cabrera, como se diría en el presente, lo mató la corrupción. Lo sacaron del medio para que no investigara la corrupción de otros, en la repartija de indios. Por todo lo dicho, nuestro buen fundador no fue sólo eso. También se erigió en la primera víctima de la injusticia por estas tierras. Aun cuando se nos olvide.

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