Es increíble cómo la matriz cultural del patriarcado ha anidado en los lugares más recónditos de nuestro interior. A veces, hasta quienes se reconocen feministas se sorprenden por sus propias e impensadas reacciones machistas.
Parece que siempre deberemos leer y releer el dato de la realidad a la luz de una visión integradora de la sociedad en su conjunto, buscando el equilibrio de mujeres y varones que impulsa la legislación internacional actual, como correlato de los avances de las sociedades.
Hace poco tiempo, por iniciativa de una concejal, en la ciudad de Córdoba se instaló un semáforo en el cual la señalización del tradicional transeúnte cruzando la calle fue reemplazada o acompañada por una figura femenina en idéntica actitud.
La presentación del proyecto de ordenanza generó críticas y burlas cuando tomó estado público. Cuando finalmente fue aprobado, la censura y reprobación de potentes (pero no autorizadas) voces no se hizo esperar, señalando que las medidas inclusivas relativas a las mujeres debían ser otras, que la muñequita del semáforo era ridícula, etcétera.
Los sesudos intelectuales apelaron a todas las medidas inclusivas más osadas y difíciles de implementar para destacar la intrascendencia de la mujercita del semáforo.
Suponer que esos intelectuales llevarían adelante la defensa de medidas inclusivas sería pecar de ingenuidad. Se oponen a medidas “pequeñas” y a medidas “significativas”, invariablemente: mantener las cosas como están es mantener la exclusión de las mujeres.
Todo ese revuelo de opiniones, juicios y sentencias justifica ampliamente, a mi criterio, la medida aprobada. La innovación permitió advertir una realidad previa absolutamente naturalizada, pero equívoca: las personas eran representadas, hasta entonces, solamente por figuras masculinas.
Esa realidad puesta al desnudo hizo que entraran en crispación los cultores del paradigma patriarcal, varones y mujeres: ¿cómo que la humanidad podía ser representada por algo diferente a un hombre? ¿Cómo admitir que una figura femenina represente a un ser humano? Aunque sólo se trate de la inocente figura del semáforo.
¿Qué hubiera ocurrido si la figura en cuestión remitía a una persona anciana, varón o mujer, o a un niño o a una niña? El problema central refiere a que se trate de una mujer.
Admitir la representación de las personas por figuras femeninas lleva implícitos dos conceptos básicos: la sociedad está constituida, también, por mujeres; y, como lógica consecuencia, las personas pueden también ser representadas por figuras femeninas.
¿Cuál será la causa de irritación social ante una modificación urbana tan pequeña, pero no tan nimia? Es un interrogante que genera interés.
¿Será que la ciudad, concebida históricamente por los hombres (productores económicos que circulaban por espacios públicos mientras las mujeres permanecían en el hogar), comienza a correr el velo de invisibilidad que pesa sobre ellas?
Aquellos viejos parámetros de ágora y el hogar, donde debían desempeñarse hombres y mujeres respectivamente, van quedando superados a partir de la emancipación femenina por la conquista de los derechos.
Los detractores del proyecto argumentaron que debía producirse la equiparación de cargos en espacios de decisión con paridad de género. Absolutamente cierto, pero no excluyente ni condicionado.
Empecemos por admitir que en la ciudad también vivimos las mujeres. Superemos el viejo paradigma, aceptando que las personas pueden ser representadas por una figura de un ser humano de cualquier sexo.
(*) Abogada – Ensayista. Autora del libro Ser Mujer en Política