Eduardo García Gaspar conceptualiza la polarización social como “un fenómeno de división extrema social y guerras culturales, propio de sociedades divididas por posiciones extremas. Es la conversión de diversas actitudes y opiniones políticas posibles de conciliar en posturas extremas irreconciliables”.
Como expresa con acierto: “Es una situación indeseable, pues es propicia a conflictos graves que afecten el progreso del país y muestren violencia como efecto de la imposibilidad de llegar a acuerdos por la vía legal-democrática-republicana”.
El signo de una sociedad polarizada es el posicionamiento de una parte importante de ciudadanos a posturas políticas radicales o extremas. De allí se aglutinan en grupos con mentalidad opuesta, con bajísima posibilidad de acordar en algo de entidad.
No se trata de un fenómeno específico de nuestro país. En otras partes como Estados Unidos y Europa, aunque con matices. En el primer país, con un aumento de la brecha entre los votantes republicanos y demócratas. En el Viejo Continente, se han exacerbado desavenencias en materias como inmigración extranjera e incluso hasta el futuro comunitario. Se trata de un fenómeno que se da incluso en países acomodados y sin mayores complicaciones económicas, pero que sí empiezan a presentar aspectos de conflicto social importantes, como el caso de Francia.
No es menor que dicha polarización dificulta notablemente, si no anula en la práctica, los mecanismos pacíficos de solución de conflictos y formas de discusión y negociación razonada. Se abandona la actitud de acercar posturas, conciliar diferencias o generar consensos.
Lo paradójico es que estas posiciones extremas se están dando en países con una amplia tradición democrática, en donde los desacuerdos siempre se resolvieron mediante el debate racional de sus ciudadanos y no a través de la confrontación. Lamentablemente estas posiciones extremas -que han abrevado en corrientes de pensamiento autoritarias- en los últimos años se han pusieron de moda, como así también, los países cuyos gobiernos las han cobijado y exportado caso China, Rusia, Cuba, y otros estados del cercano oriente en donde la posibilidad del disenso esta suprimida casi por completo.
En la otra vereda y desde antiguo, desde los antiguos griegos hasta nuestros días, empezando por el mismo Aristóteles, se la ha reivindicado como necesaria para la salud y prosperidad de las sociedades, a la par de las leyes e instituciones justas y los gobernantes honestos: hablamos de la amistad cívica.
Con dicha palabra no aludimos a que seamos todos amigos de todos, sino a que los ciudadanos de un Estado, por pertenecer a él, deben perseguir metas comunes entre todos (aunque sean unas pocas) y eso los lleva a tener un respeto, consideración y hasta apoyo entre ellos, aun teniendo marcadas diferencias en sus ideas.
Se trata, en buen romance, como lo hemos puesto de manifiesto tantas veces, de “tener códigos”. O, en otras palabras: ser gente de bien. Privilegiar los intereses colectivos y no una mirada egoísta de la realidad, invariablemente puesta en función de las propias necesidades individuales.
Se trata de un concepto que no solo es opuesto a la polarización, sino también la solución para superarla. Pero debe ser practicada con convicción y, sobre todo, persistencia.
Creemos que mucho de la polarización pasa por la creación de climas artificiales. Y que resulta una forma de situarse frente a lo público desde lo emocional y la enemistad, peligrosa en extremo, que exhala dramatismo en lugar de discutir ideas.
Por algo Aristóteles decía la amistad es lo más necesario para la vida; sin amigos nadie querría vivir, aunque poseyera todos los demás bienes. Y añadía: es la amistad cívica la que mantiene unida a la polis.
Es hora que empecemos a confluir, a iniciar por ver lo que hay en común en lugar de exacerbar las diferencias, a reconocer errores propios y aciertos ajenos. Pero claro, no es un camino para cualquiera. Sólo aquellos que tienen una preocupación por lo público y la ciudadanía por encima de los egoísmos de las apetencias personales pueden transitarla.
(*) Abogado. Doctor en ciencias jurídicas
(**) Abogado. Doctor en derecho y ciencias sociales