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Pensar la paz

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Hace algunos años, mientras examinaba alguna actuación sumarial en una Unidad Judicial de Córdoba, me preguntaba si los medios pacíficos de resolución de conflictos serían una herramienta útil aplicable a la cuestión sobre la que me hallaba leyendo en ese momento. A lo largo de mis estudios y mi carrera profesional, sentí una profunda vocación por la mediación como un proceso de resolución pacífica de los conflictos. Existen pues, tantos conflictos como seres humanos vinculados en este planeta, a los que una norma general alcanza en más o en menos, pero lo cierto es que cada conflicto posee su propio matiz y particularidad, que lo hace único en su especie.

Ello me llevó a observar el conflicto como una oportunidad de creatividad, no sólo como la posibilidad de construir o co-construir realidades sino de alcanzar un resultado que se ajuste a las necesidades y requerimientos de las partes en él vinculadas. Aquí se da un sincretismo entre el proceso y la participación activa de las partes, que resultan “protagonistas” de la decisión que se adopta para alcanzar la solución. Este resultado puede llegar a ser tan vasto como seres implicados haya. De esta manera, podríamos decir que el conflicto tiene un matiz positivo en las relaciones humanas. Dentro de los procesos de resolución pacífica de los conflictos, la mediación trabaja con base en principios y valores a los que todas las partes implicadas se avienen. En este sentido, el proceso es único, pues las partes no solo “re-construyen” la historia del conflicto sino que también generan ideas para alcanzar sus objetivos dentro del marco de los derechos fundamentales del ser humano y normas en general.

Asimismo, se diferencia de otros procesos formales o informarles de abordaje de conflictos, en cuanto focaliza principalmente en el/los sujetos como parte/s y luego en el objeto, motivo de la mediación. He aquí un punto esencial, pues lo que resulta fundamental es el proceso en sí mismo, independientemente del resultado. Aquí se visualiza sobremanera lo que conocemos como “ganar-ganar” y lo que transforma a la mediación en el arte de llevar adelante dicho proceso; he aquí mi explicación: el abordaje se inicia en lo que llamo “micro-espacio”, comprehensivo del ámbito inter e intra del ser humano, para trasvasar luego hacia un nivel “macro-espacio”. Es decir, el tratamiento del conflicto por las partes lleva implícito la modificación de la conducta para sí y para con un “otro” con el que acuerda, y mediante la internalización de lo aprendido, se manifiesta en un “todo” más grandioso que es la sociedad. Aquí me refiero a la concienciación que cada parte adquiere sobre las consecuencias que sus decisiones y acciones generan, siendo el resultado una consecuencia de esa labor procesal.

Por ello, la mediación brinda un espacio de desarrollo y aprendizaje para aquellos que la trascienden. Pues cada proceso resulta una experiencia, que a su vez provee de herramientas para el desarrollo. Se trata de uno de los métodos participativos más eficaces que actualmente se conocen para la resolución pacífica de los conflictos y la obtención de acuerdos que hacen a la “norma” de las partes, educando en la trasposición de las desavenencias y del posicionamiento. Lo hasta aquí expuesto, me lleva a considerar un concepto ineludible que es la educación para la paz. Tal como advertimos, la mediación –como modelo de resolución pacífica de los conflictos-, nos conduce no sólo a la creatividad sino también nos educa en el proceso. Tal como lo expresé, nos enseña a movernos de nuestra “posición” para colocarnos en los zapatos del “otro”. Esta circunstancia derivaría en la construcción de un camino que, como sociedad, nos conduce ineludiblemente a la cultura de paz. En este sentido, considero como característica fundamental de la cultura de paz, la evolución de una sociedad que crea y utiliza mecanismos (pacíficos) para solucionar sus conflictos.

En apretada síntesis, Federico Mayor Zaragoza (1994) destaca que la educación para la paz es un proceso de participación en el cual debe desarrollarse la capacidad crítica (…). Se deben enseñar y aprender soluciones a los conflictos, a la guerra, a la violencia (…). Hay que aprender a comportarse para favorecer la transición de una cultura de guerra y de fuerza a una cultura de paz. Ahora bien, para que el proceso de la mediación derive en la construcción de una cultura de paz y funcione como un modelo educativo, debe desarrollarse en el tiempo propicio y en el espacio adecuado, resultando vital la dedicación del mediador, cuyos conocimientos en diferentes campos del saber y expertise conducen con eficacia el proceso participativo. He aquí la importancia de la figura del tercero imparcial que acompaña a las partes en este proceso de resolución pacífica de los conflictos. El abordaje del mediador en el proceso es holístico, tomando conceptos de la sociología, la antropología, la filosofía, la psicología, el derecho, etcétera. Por ello mediar resulta enriquecedor para todas las partes que intervienen en el camino hacia la obtención de un resultado que protagonizan las partes.

Y allí radica su importancia, pues no sólo procura establecer consensos a nivel interpersonal, sino que, a partir de éstos, se entretejen nuevos caminos que generan nuevos estilos de vida, valores y la asunción de compromisos que se traducen en una convivencia pacífica y de desarrollo.

(*) Abogada – Mediadora. Poder Judicial de la Provincia de Córdoba

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