Por Matías Maccio (*)
El diario español El País informó, en una nota publicada el 19/3/2020, acerca de la evolución del coronavirus en América Latina: “Una epidemia es al mismo tiempo un fenómeno social: su éxito depende de cómo nos comportemos”.
Paradójicamente, el ser humano ha desarrollado una capacidad de respuesta rápida, organizada y, en cuanto le es posible, eficiente y eficaz ante la amenaza de un peligro –colectivo- que pone en riesgo la supervivencia de la especie.
La emoción del miedo y la ansiedad, al decir de Facundo Manes, nos hace responder biológicamente en busca de protección, seguridad y certidumbre.
Esta inteligencia y acción puesta al servicio de la raza para combatir la amenaza, arquitectura desplegada sin precedentes en la historia mundial y que estamos observando ante el avance del Covid-19, nos debe interpelar a reflexionar también sobre nuestra capacidad de respuesta –individual y colectiva- frente a la amenaza del conflicto (interpersonal o comunitario); que pone en riesgo la permanencia de nuestras comodidades y necesidades hogareñas, laborales, personales, de nuestras conquistas y espacios. La paz misma.
El riesgo de no poder acceder o sostener la satisfacción de necesidades de la famosa pirámide de Maslow (1943).
Es usual escuchar en las salas de mediación que las personas, ante el temor de perder la tranquilidad, la paz o verse amenazada por otro, desarrollan una serie de acciones de ignorancia o ataque violento, y generan habitualmente nuevas reacciones violentas (la violencia, así como el Covid-19, puede ser altamente contagiosa).
Es como si a este virus que tiene de cabeza a medio mundo pretendiéramos acabarlo con violencia aplicada simplemente sobre el ser humano el que lo porta. Sabemos que no puede funcionar así. El virus -y el conflicto- se lo combate y se lo gestiona con inteligencia y solidaridad: depende principalmente del comportamiento social.
Ambas virtudes dependen de la capacidad de empatía que podamos poner al servicio de esta lucha. El egoísmo hace que el virus transite y se contagie. También hace que el conflicto aparezca, se incremente y se propague.
En este contexto, una epidemia es una enfermedad que se expande a muchos seres humanos y también es un fenómeno social. El virus sólo se propaga y se transmite si los humanos no realizamos un cambio radical y notable de hábitos sociales, como en el caso actual.
Si replicáramos este desafío de realizar de la noche para la mañana un cambio rotundo de hábitos en el modo de responder frente a otro ser humano, empresa o entidad siendo inteligentes, empáticos y solidarios cuando existe la amenaza del conflicto o bien cuando éste ya se ha vuelto manifiesto, posiblemente lograremos reducir el miedo y la ansiedad. Del mismo modo lo sentiremos cuando la cifra de contagios del Covid-19 se vaya reduciendo.
El diálogo empático tiene el efecto de generar un anticuerpo: sentirse escuchado y reconocido. Cuando esto se produce, crea un cambio biológico que me predispone a colaborar, sin atacar. Diría que es equiparable a sentir que me siento sano, sin infección. Esa tranquilidad es la que se experimenta cuando puedo expresarme y me han escuchado.
Si todos actuáramos de manera colectiva, como lo estamos haciendo con las medidas de aislamiento y cuarentena, y promoviéramos que el diálogo y la gestión pacífica de conflictos sea contagiosa entre los humanos, ¿se produciría una “pazdemia”? Es decir, ¿una epidemia de la paz?
¿Es posible pensar en un contagio colectivo de buenos hábitos? Claramente sí lo es, y lo estamos viviendo, lamentablemente a la fuerza, por la existencia de una amenaza letal.
Rápidamente cambiamos hábitos, nos recluimos, nos aislamos, nos organizamos, nos comunicamos y nos solidarizamos.
El proceso de superación de estos accidentes humanos fortalece la resiliencia del ser humano; es decir, la capacidad de adaptarse positivamente a las situaciones adversas.
El desafío que propongo es replicar este contagio colectivo de buenos hábitos en la práctica del diálogo empático, aplicando como una vacuna preventiva el uso y la búsqueda de diálogo frente al virus del conflicto interpersonal o comunitario. Hagamos de este hábito una vacuna para el encuentro de la paz.