Por Alberto Schuster*
Estamos escuchando cada vez más seguido del gobierno, políticos y empresarios que las medidas que se toman o se reclaman apuntan a que nuestro país sea “más competitivo”. Esta idea debería tener sentido para todos los habitantes; de otra manera representaría sólo los intereses de algunos sectores de la sociedad.
Está comprobado que los países que son competitivos brindan a su gente una mayor prosperidad. Gozar de ésta implica no tener problemas de mortalidad materna ni infantil, ni en la nutrición infantil; tampoco padecer de carencia de alimentos.
También implica no padecer enfermedades infecciosas; tener acceso al agua corriente y a adecuadas instalaciones sanitarias. Con ello, lograr una buena expectativa de vida; y posibilitar un acceso económico a la vivienda y a la electricidad.
En cuanto a la seguridad, una baja tasa de asesinatos, de crímenes violentos o muertes por accidentes de tránsito. Lograr bajos niveles de consumo de sustancias tóxicas; y en educación, lograr una alta tasa de alfabetización y el acceso a los distintos niveles de la educación formal. Finalmente, una buena calidad en el medio ambiente.
Suena atractivo pero a la luz de nuestra realidad histórica -que ya se remonta a muchos años atrás- y las limitaciones que nos presenta el panorama actual, el esfuerzo parece -y es- muy grande.
Hace demasiado tiempo ya, no logramos generar un proceso de crecimiento económico que pueda sostenerse en el tiempo, sin el cual no hay país que sea viable.
¡Seamos entonces competitivos! ¿Qué tenemos que tener como país para ser competitivos?
Tenemos que poder crear y mantener en el tiempo las condiciones para que nuestras empresas grandes, pequeñas, medianas y los emprendedores, que crearán las futuras empresas, puedan exportar, defenderse contra las importaciones que nos vienen del exterior sin cerrar arbitrariamente las fronteras, generar utilidades, inversión, empleo e innovación. Y con ello generar la prosperidad que detallamos arriba.
¿Y quién debe entonces encargarse de que seamos competitivos?
La respuesta es: todos nosotros, por medio de lo que llamamos los “actores de la competitividad”. Éstos son tres a la hora de crear y mantener las condiciones para que el país sea competitivo: el Estado, las empresas y la sociedad civil en su conjunto, integrada por partidos políticos, sindicatos, asociaciones religiosas, universidades, organizaciones sin fines de lucro, medios de comunicación y redes sociales.
¿Qué rol concreto (y virtuoso) debería jugar cada una de estas partes?
El Estado determina las reglas del juego, establece los marcos de referencia para que las empresas puedan desarrollarse.
Ofrece las condiciones para que se produzca la inversión, lucha contra la inflación y establece condiciones tributarias justas y adecuadas. También toma para sí la provisión de bienes públicos: defensa, educación básica, justicia y sistemas de protección social, entre los más importantes.
Las empresas -cualquiera sea su tamaño- son las que generan la riqueza de un país movilizándose por el fin de lucro. En el camino, mejoran su productividad y su eficiencia, generan empleo, desarrollan capacidades e incorporan innovación y tecnología, todo con el objetivo de incrementar su competencia en el mercado, satisfacer de una mejor manera a los consumidores, ganar posición, crecer y apuntar a ser sustentables en el largo plazo.
La sociedad civil -como principal interesada- debe exigir que los agentes que administran el Estado rindan cuentas. Los sindicatos son actores relevantes de la sociedad civil.
En nuestro país, el sindicalismo mantiene un rol muy activo en el diseño de algunas de las políticas que afectan la competitividad, fundamentalmente en lo relativo a salarios y condiciones de trabajo.
Al cumplir con estos roles, estos actores crean las condiciones a las que nos referíamos. Si lo hacen bien, el país será más próspero; si lo hacen mal -como históricamente lo hemos hecho-, el país no crecerá y su gente no podrá gozar de la prosperidad deseada.
¿Qué podemos hacer como ciudadanos para que esas condiciones sean creadas? Por supuesto, ejercer el voto para favorecer a aquellos representantes que inspiren ideas modernas y que demuestren en su accionar que trabajan para solucionar los problemas de aquellos que no gozan de los factores de prosperidad que arriba indicamos.
Pero también preguntarse cuáles son los valores que deberíamos nosotros, como ciudadanos, fomentar para ser una sociedad competitiva: vocación por competir, valorización positiva del exitoso, valorización positiva del empresario y del emprendedor, aprecio por la modernidad, vocación por el aprendizaje y la mejora continua, valorización de la responsabilidad individual, conceptualización del valor del trabajo, conceptualización del impuesto como una contraprestación, conceptualización del poder “para servir” y no “para servirse”, rechazo social de la corrupción, demanda por la eficiencia del Estado y creatividad e innovación, igualdad y equidad como aspiración, entre otros.
* Director de la Unidad de Competitividad de la consultora Abeceb