Más allá de la inoperancia o de la rigidez ideológica de un gobierno, el populismo se exterioriza cuando hay una matriz institucional que alimenta el autoritarismo y el distribucionismo clientelar.
Por Gerardo A. Juárez * – Exclusivo para Comercio y Justicia
La historia de nuestro país en el siglo XIX muestra a los caudillos, quienes provenían en su abrumadora mayoría de la elites locales, con antecedentes familiares en la que abundaban los terratenientes y los militares. Fueron tribunos populares, hombres del pueblo sin serlo en cuanto a su origen. Son los grandes patrones de una cadena de lealtades y favores que los liga hasta con el último peón de su hacienda.
Ello se trasladó a la política, actuando con clientelas movilizadas por caudillos locales que a su vez formaban las bases de los líderes o caudillos nacionales. Yrigoyen, en su segundo mandato, recurrió con intensidad inusitada al patronazgo y a la repartija de cargos y prebendas con consecuencias fiscales por cierto desastrosas.
El golpe de 1930 y la “década infame” nada aportaron pero instalaron la “habitualidad” del fraude, que allanó el camino para una reacción popular, que -repudiando a toda la clase dirigente- llevó al poder a un nuevo caudillo, el general Perón, y a la formación de un movimiento político y social que resumiría una política cuestionable y sería, en adelante, la clave del destino del país, enmarcada en un populismo distribucionista.
Así es como arribamos a nuestros días, tras la grave crisis de comienzos del presente siglo, en que llega Néstor Kirchner al poder. Hombre éste de suerte, ya que el país iniciaba una vigorosa recuperación potenciada por exportaciones en crecimiento exponencial. Edificó una vasta red de alianzas y clientelas sobre las cuales pudo fundar una verdadera dinastía rotatoria.
Política del subsidio
Kirchner edificó su poder sobre la base de un clientelismo omnipresente, ató todo al carro de la distribución, que manejó a antojo. Claro que ello suponía mucha “plata”. El clientelismo y el subsidio crean una exigencia apremiante de parte de quienes los reciben, porque no están por amor sino por interés. Aquí es importante aclarar que existe una diferencia fundamental entre aquellos otros caudillos que lograron una significativa porción de lealtad, en la buenas y las malas, y lo que sucede en el presente caso, que -por ser una réplica de menor estatura- pierde enseguida el aparente afecto si no posee el poder de la abundancia.
Es por ello que, en la actualidad, la caída de la sostenibilidad de toda la distribución comenzó a ser evidente cuando los ríos de leche y miel empezaron a secarse. Se infiere de ello que no fue Kirchner quien levantó a Argentina sino Argentina la que levantó a Kirchner, brindándole una oportunidad única de brillar con una estupenda luz que no era propia.
Por su parte, cuando Cristina Kirchner alcanzó en 2011 el poder omnímodo entró en terreno peligroso. Aquél donde el poder sin contrapeso tiende a crear una ceguera letal para cualquier gobernante, con una oposición política que padece de una mezcla de anemia y notable egoísmo individualista, dando paso al incremento de la soberbia en el gobernante para transformar el ejercicio del poder en un soliloquio.
Esto me lleva a recordar al escritor Mauricio Rojas, cuando dijo: “La democracia argentina renació cautiva, condicionada por el chantaje permanente del peronismo y sus aparatos sindicales. Luego se convirtió en la democracia pervertida del menemismo para terminar en la dinastía K, transformándose en democracia conculcada, reducida a la caricatura tragicómica de una verdadera democracia que asombra al mundo por sus desplantes mostrando que en Argentina incluso el temor al ridículo se ha perdido”.
Por ello quiero expresar que el populismo como fenómeno social está presente en todas la sociedades a lo largo de la historia y cruza transversalmente las del presente. Fue “cesarismo”, “bonapartismo”, corporativismo, populismo latinoamericano y neopopulismo en el siglo XXI. El combo instrumental evolucionó preservando su esencia.
En lo político, liderazgos mesiánicos de corte autoritario y caudillesco; partición de la sociedad en buenos y malos; apropiación del colectivo “pueblo” como universo mayoritario; identificación de la mayoría como voluntad “general”; repudio del “antipueblo”, que significa lo malo; retórica exculpatoria y uso discrecional de la herramienta plebiscitaria.
En lo económico, apropiación de la renta y distribucionismo clientelar; prioridad del consumo sobre la inversión; aumento procíclico del gasto público; intervencionismo discrecional; financiamiento inflacionario; control de precios y uso de la herramienta cambiaria.
Eso sí, maneja con soltura su versatilidad para enfrentar urgencias, ofreciendo paliativos al mutante humor popular sin reparar en las inconsistencias temporales de sus decisiones, que -tarde o temprano- convierten la ilusión en desencanto.
El motivo del título de esta nota surge porque, pese a los recurrentes fracasos, el populismo persiste como un fenómeno social dominante; por ello es necesario convencer a la sociedad argentina de que esta pandemia no es republicana, de que empobrece y no desarrolla.
El populismo lleva a Argentina a repetir otra crisis, agregando una extrema gravedad, al mostrar una sociedad fragmentada, como los han evidenciado los recientes acontecimientos del 3-D en Córdoba, que puso en existencia una cruda y abismal fisura.
Para superar esto hay que conformar una masa crítica en torno a un proyecto de consensos básicos que se arraigue en instituciones políticas y económicas inclusivas. Si asumimos los condicionantes que la saga populista impone al cambio y desafiamos el determinismo cultural negador de alternativas, podremos hacer realidad los ideales de la democracia republicana, el desarrollo económico y la justicia social. Es tiempo de volver a sorprender al mundo con un proyecto que nos una y nos permita sobreponernos al fracaso populista.
*Director del Departamento Legal de la Unión Industrial de Córdoba