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Óscar López Rivera, un prisionero eterno

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En el día de la Epifanía, en San Juan de Puerto Rico se reunieron amigos, familiares y militantes interesados en lograr la excarcelación de Óscar López Rivera (OLR), el prisionero político más antiguo del hemisferio, para celebrar su cumpleaños número 71.

Por Silverio E. Escudero – Exclusivo para Comercio y Justicia

Sólo fueron acompañados por hombres y mujeres libres y de buenas costumbres de todo el mundo ante el silencio cómplice de todos los gobiernos, incluidos -por cierto- aquellos que se rasgan las vestiduras con el fanatismo de los conversos, mientras aseveran ser campeones en la defensa de los derechos humanos, mientras reconstruyen un Estado policíaco; o como aquellos otros que dicen ser protagonistas de una revolución nunca vista en la historia de la humanidad, que jamás llegará.

El gobierno estadounidense mantiene preso a OLR en la cárcel de máxima seguridad de Terre Haute, Indiana, desde hace 32 años, acusado de todos, absolutamente todos los crímenes a tenor de los sufrimientos que le han infringido a lo largo de estas décadas. Su historia es singular. Tras ser héroe en Vietnam y comprender, en el frente de combate, que el puertorriqueño tiene destino de carne de cañón, regresa a su tierra y se vincula con las Fuerzas Armadas de Liberación Nacional, que tenían por objeto expulsar a Estados Unidos de la bella Borinquén y declarar su independencia.

El 29 de mayo de 1981 fue arrestado y acusado de conspiración sediciosa; es decir, tramar el derrocamiento por la fuerza de la autoridad de Estados Unidos que ejerce poder sobre Puerto Rico. El juicio fue tramposo y fraudulento. OLR fue condenado a 55 años de presidio, pena a la que se le agregaron otros quince años, para totalizar 70, tras imputarle cargos por intento de fuga.

De los cuales, al menos diez, los pasó en solitario, en celdas de máxima seguridad.
Mayra Montero, exquisita periodista de El Nuevo Día, señala que OLR “Como casi todos los presos políticos del mundo, este hombre tiene amigos solidarios y tiene, sobre todo, una familia. También esa familia ha crecido, se ha mudado, ha celebrado nacimientos, ha llorado muertos y ha despedido muchos años sin él. A lo mejor, si uno se para a la entrada de Plaza las Américas y pregunta a la gente al azar si conoce a la hija, a la hermana, o a un pariente cualquiera de Óscar López Rivera, no habrá uno solo, uno que diga que los conoce. Es más, ni siquiera van a saber quién es Óscar. ¿No ven que es invisible?

Como invisible fue, invisible murió, aquel ser entrañable, el barbero de Pedro Albizu Campos. Ése tampoco mató a nadie, se encerró en su barbería de Barrio Obrero, donde lo acribillaron a balazos y le dieron un tiro de gracia en la sien. Era un gato. Sobrevivió a todo eso. Estuvo en la cárcel donde volvió a recortar con sus manos mutiladas, a las que les faltaban dedos, ensayando en el pelo de otros presos. Terminó sus días consciente de que lo vigilaban, hablando en susurros, desahogándose con los amigos. Debería tener categoría de héroe, pero si el barbero de Albizu tuviera categoría de héroe y los niños se enorgullecieran de él en las escuelas, Óscar López no estaría en la cárcel.

Dicen que somos lo que comemos. No lo creo. Somos lo que leemos y lo que vivimos. Y también el cine que vemos. En mi adolescencia lloré al final de esa magnífica película, Sacco y Vanzetti, sobre dos anarquistas italianos que en 1927 fueron acusados falsamente por asesinato y condenados a la silla eléctrica (…) En aquel tiempo me parecía imposible que dos inocentes, tan obviamente inocentes, hubieran sido ejecutados de esa forma sólo por sus ideas. Me gustaba canturrear a veces el tema de la película, Here’s to you, Nicola and Bart, del grandísimo Ennio Morricone, que interpretó Joan Báez. Y la línea final de esa canción, en estos días, me recuerda los años que ha tenido que sufrir Óscar López Rivera en una celda donde han querido arrancarle, roerle cada día un trocito. La línea es: That agony is your triumph. Claro que sí, es su triunfo.

La historia de Puerto Rico, y la de Óscar López Rivera, en particular, es casi desconocida en estas latitudes. Me fue revelada por una formidable militante por la Independencia de Puerto Rico, la señora Teresa de Hostos Olivar -nieta del querido Eugenio María de Hostos-, que ha sufrido y sufre, en carne propia, persecuciones del régimen colonialista que oprime la bella Perla del Caribe.

No fue, por cierto, una dación gratuita. Nos comprometimos, en ese acto, a trabajar Independencia de Puerto Rico y por la libertad del hermano prisionero, ocupando todos y cada uno de los espacios posibles para denunciar tamaños atropellos. Razón suficiente para dar comienzo, aquí y ahora, a una campaña más, de alcance latinoamericano, entonando las estrofas de su Himno Revolucionario, salido de la pluma de una cada día más enorme Lola Rodríguez de Tió:

¡Despierta, borinqueño/ que han dado la señal!/ ¡Despierta de ese sueño/que es hora de luchar!/ A ese llamar patriótico/¿no arde tu corazón?/¡Ven! Nos será simpático/ el ruido del cañón./ Mira, ya el cubano/libre será,/ le dará el machete/su libertad…/le dará el machete/su libertad./Ya el tambor guerrero/dice en su son,/ que es la manigua el sitio,/el sitio de la reunión,/de la reunión…/ El Grito de Lares/se ha de repetir,/y entonces sabremos/vencer o morir.

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